¡Comprobado!: a mí lo que me gusta es el drama. Las cosas normales y la vida normal me aburren de una manera que ni yo misma entiendo, así como me aburre pensar en la monotonía y la rutina que absorbe a la humanidad cuando decide por fin vivir el “felices para siempre”. ¿Se han preguntado por qué todas las comedias románticas acaban en el beso de reconciliación? Pues porque después de ese beso todo se vuelve rutinario, cuando ya no hay miradas furtivas, sorpresas inusualmente románticas, momentos para extrañarse y todas esas cosas que constituyen la hora y media de historia que nos tiene prendidos a la pantalla del cine o del televisor (y bueno, del computador para uno que otro pirata).
Obviamente estoy rodeada de gente normal. Pero ¡cómo no! si es la gente que quiero y de la cual aprendo día a día. De hecho me alegra cuando logran ese equilibrio y esa estabilidad que a mi tanto me cuesta, cuando veo sus fotitos en pareja y con sus bebés me emociono y no puedo evitar expresarles mi emoción/aprobación con un contundente like en Facebook, pero es demasiada tranquilidad para mi gusto, como cuando me preguntan en qué ando y respondo: bien, juiciosa, trabajando… para salir del paso. ¡A mí me encanta el drama! Rasgarme las vestiduras y robarme un par de besos por ahí, sentir esa gotica de agua helada en la espalda por equis o ye motivo, más que nada por alguien que me atrae sea quien sea; a mi me gusta construir escenarios de coqueteo y detalles sencillos que revelan intensiones ocultas pero jamás develadas. También me gusta el ímpetu que produce el desencuentro y uno que otro traspié. Eso debe ser algo enfermo en algún nivel, supongo, pero es más que nada un asunto de vísceras y de pasión, muchísima pasión. Pensando en esto me di cuenta que como persona no-normal (¡porque anormal suena terrible!) mis problemas no son justamente la normalidad y la prudencia de los demás sino el Síndrome del Corazón de Parqueadero que me cargo a cuestas.
Para los que no sabían, el Corazón de Parqueadero es algo más común de lo que parece y funciona en dos escenarios: el imaginario y el real. El imaginario representa todos esos amores platónicos cuyo físico e intelecto hacen que uno los quiera de papá de los hijos por una semana o dos porque están de moda, porque salen en la novela de las ocho, porque se cambiaron el look o simplemente porque, como Leonardo Di Caprio, se han ido poniendo mejores con el paso del tiempo. En este escenario a mi prácticamente me gustan casi todos, cosa que mi facebook personal y mi twitter demuestran, pero las fijaciones duran tanto como el efecto del ibuprofeno que me dan en la EPS. Es más o menos como el parqueadero de un centro comercial, con varios pisos y un par de sótanos, ¡cabe todo el mundo!, y van entrando y saliendo a su antojo sin que me entere o me afecte.
El verdadero problema de tener el corazón como un parqueadero surge cuando revisamos el escenario real y el asunto empieza a oscilar entre lo patético y lo desvergonzado: en el escenario real es muy probable que te gusten varios especímenes al mismo tiempo, como puede que haya uno con prioridad para quedarse o toda una terna para elegir, para tenerles ganas en la misma proporción, para sentir cosas y alborotar las hormonas de forma aleatoria y accidental, porque si hay algo innegable en esta vida es que el temita hormonal que tanto le achacan a los adolescentes dura mucho más, o por lo menos mientras estás soltero. Supongo que los casados y los comprometidos tendrán métodos para manejarlo, controlarlo y doparlo. Métodos que desconozco, por cierto.
En realidad este es un asunto de escrúpulos. Estoy segura que muchos han pasado por ello pero no lo confiesan porque les preocupa lo que pueda pensar la gente. No, no soy promiscua ni demasiado fácil, mucho menos infiel, créanme, soy tan pero tan aburridoramente fiel que asusta, y no por morronga ni mojigata, creo que es más un asunto de lealtad, pero aún así tengo este pseudo-delirio de Dr. Frankestein que me obliga a armar un ideal con pedacitos de varias personas y acabo inevitablemente dándoles por ciertos periodos de tiempo un lugar en mi corazón. A diferencia del escenario imaginario, el parqueadero de la vida real funciona más como el de un edificio de oficinas: hay reservados para las altas esferas (y estándares ridículamente altos), hay esquinas que reciben más golpes, hay quienes no caben por más que hagan fila, hay quienes parecen haber pagado mensualidad porque se quedan largas temporadas viendo cómo los demás entran y salen. Hay quienes pagan la fracción, quienes se van sin pagar, hay lugares VIP y hasta espacio para motos. También hay temporadas de vacaciones donde no se ve ni un alma y los sótanos se impregnan de ese desagradable olor a humedad mezclada con gasolina quemada, el aroma inconfundible de un vacío inminente: el del olvido.
Por ahora lo único que me interesa es encontrar al dueño del Nissan Almera que dejaron frente a la puerta principal hace días y que no volvieron a recoger. No hicieron reserva y no pagaron siquiera una fracción, simplemente lo dejaron ahí para que lo viera cada vez que me asomo a revisar cuántos han llegado y cuántos se han ido. Y cuando lo veo me quedo pensando en lo que podría hacer cuando llegue el dueño a reclamarlo: hablarle de mi inconformidad, de la epifanía de este desvarío y confesarle sin duda que, a pesar de los demás, de los reservados, de las altas esferas y sobre todo del placer que me produce la variedad, por él me dan ganas de vender el parqueadero y quedarme únicamente con el garaje de mi casa, con espacio para uno solo y con un avisito en la puerta que diga: prohibido estacionar.
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Blog Personal: Desvariando para variar…
[…] BLOG 1 Blog nombre: Desvariando para variar Post: Síndrome del Corazón de Parqueadero. Autor (a): Erika Angel Tamayo País: Colombia Fecha: 14-abr-2014 Dirección URL: http://blogs.eltiempo.com/desvariando-para-variar/2014/04/14/sindrome-del-corazon-de-parqueadero/ […]
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Hay amores así… que no dejan estacionar.
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