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Durante la conceptualización de un producto, se abre la dimensión de la intención, la fase de mayor responsabilidad a la hora de traer un producto a la vida. En esta fase inicial, el diseñador sella el destino de un producto, ya sea un computador, un carro o el empaque que protege un alimento, dictando así la manera como vivirá mientras sea útil y como morirá al ser desechado. Muchos problemas ambientales se relacionan con la intención durante el momento del diseño, resultando en productos condenados a una vida toxica, de poca relevancia y durabilidad. El diseño es poderoso porque está cargado de intención humana, puesta al beneficio o en detrimento de la vida. Si hoy vemos juguetes tóxicos o electrodomésticos de cortísima durabilidad, es porque el poder del diseño está sujeto a los paradigmas de cada tiempo, con sus intereses, prejuicios y creencias.
En la comprensión podríamos encontrar herramientas para sanar nuestra desconexión con el diseño como instrumento de la vida, y por esta razón voy a aventurarme a retomar dos momentos centrales en nuestra historia reciente.
La Revolución Industrial que inició en Inglaterra en el siglo XVIII con la industria textilera, fue el salto sin retorno hacia un planeta industrializado. Durante los subsiguientes 100 años, la manera de producir se volcó sin remedio hacia la rapidez, la eficacia, los altos volúmenes y el bajo costo. Bajo un cielo color ceniza, se unieron las líneas de ensamblaje, la máquina de vapor y el ferrocarril, y para bien o mal, nuestra humanidad entró en la Era del Hierro y de la Fuerza Bruta. Bajo esta cosmovisión, el planeta era un proveedor de recursos sin límite, y la necesidad de apoyarse en el diseño para proteger y administrar nuestros recursos naturales no fue parte de los intereses o de las creencias de esta época.
Doscientos años después, en el siglo XX durante los años de posguerra, la Revolución Industrial y sus métodos de producción encontraron un compañero perfecto. Incentivados por los gobiernos, la sociedad herida por la guerra, encontró su alivio en el consumismo. Era la solución perfecta: Reconstruir la confianza manteniendo las ruedas de la economía siempre girando y los inventarios renovándose a perpetuidad. En esta etapa se concibió el mecanismo de obsolescencia planificada, un método real utilizado por los diseñadores para que sus productos intencionalmente duraran poco y debieran ser reemplazados rápidamente. La ambición desmedida de unos pocos y el consumismo sin conciencia de muchos, tiene en jaque a nuestro planeta y su equilibrio.
El caso de la común y ubicua lata de aluminio, que usualmente desechamos segundos después de haberla destapado, es un buen ejemplo de la fuerza bruta aplicada a los procesos y de un consumismo sin conciencia. Una lata de aluminio nace de un mineral llamado bauxita, extraído en minas de cielo abierto, cuya extracción genera tala de árboles y desplazamiento de poblaciones. Luego de extraída, la bauxita pasa por varios procesos químicos intensos que reducen su tamaño a la mitad del tamaño original y que tienen como resultante dos componentes, primero, los cristales de óxido de aluminio y el segundo, desechos tóxicos no reciclables.
Posteriormente, los cristales de óxido de aluminio se transportan a fundiciones donde reciben fuertes golpes de electricidad que extraen el oxígeno, generando también el peor gas de invernadero conocido por el hombre, los PFC’s. Al compararse con cualquier otro procesamiento de metal, producir aluminio virgen es considerado el proceso de más alto costo energético en la Tierra.
A nuestro alrededor podemos ver muchos ejemplos de la herencia de los antiguos paradigmas, pero la verdad actual ya no encaja en las creencias o necesidades de la post guerra o del siglo XVIII. No es fácil cambiar los paradigmas, pero ahora contamos con herramientas maravillosas como la tecnología de nuevos materiales y procesos, y sobre todo con una nueva conciencia sobre nuestro rol en la Tierra.
Como una nota adicional, quiero añadir que un lugar para buscar inspiración en el diseño al servicio de la vida es la naturaleza. El diseño de un árbol es genialidad pura: absolutamente estético, el árbol genera oxígeno, toma carbono, destila el agua, toma luz solar  y crea combustión, sostiene la vida de miles de microorganismos y crea microclimas.
Sé que nuestra capacidad creativa puede llegar a ese nivel de genialidad cuando se une con la intención humana. Creamos en nuestra capacidad inventiva, finalmente hacemos parte de la naturaleza tanto como los árboles, las algas y los microorganismos.
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Coach, bloguera, escritora, autora del libro Yo debería ser flaca. Trabajo con mujeres en su relación con la comida y el cuerpo.

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