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Hoy, hace bastante más de un siglo, la voz humana fue registrada por vez primera en una grabación.
 
Fue un 6 de diciembre de 1877. El joven creador Thomas Alva Edison se acercó hasta el suizo John Kruesi –uno de sus empleados en su taller en Menlo Park, Nueva Jersey– para enseñarle otro de aquellos diagramas frecuentes de posibles e imposibles invenciones.
 
El dibujo mostraba un pequeño dispositivo, equipado con una manivela, que a su vez movilizaría un cilindro recubierto por una lámina de estaño.
 
Una vez completado el ensamblaje del extraño artículo, y segundos antes de probarlo, Kruesi inquirió a su jefe con respecto al propósito de esta nueva creación.
 
–¿Para qué ha de servir?, le preguntó.
–Si todo funciona bien esta máquina habrá de hablar.
 
Tras lanzarle una comprensible mirada de escepticismo, Kruesi se ubicó, no muy lejos de Edison, a la espera de un estruendoso fracaso.
 
Éste, sin demasiada ceremonia, comenzó a accionar la palanca mientras pronunciaba los infantiles versos: “Mary had a little lamb / its fleece was white as snow / and everywhere that Mary went / that lamb was sure to go”. “María tenía un corderito / su vellón era tan blanco como la nieve / y a dondequiera que Mary iba  / el cordero la seguía”.
 
Tras ubicar el módulo en su posición inicial, el ilusionado genio volvió a girarlo, a la vez que sonaban, ante el gesto estupefacto de la entera concurrencia, un tanto cavernosas, las frases por él dichas segundos atrás.
 
Esta historia, un millón de veces narrada, en versiones aumentadas, corregidas, fieles e infieles, se constituye en el acto inaugural del sonido grabado.
 
Algunos atribuyen la invención a Emile Berliner, quien menos de un año más tarde emplearía un disco en lugar de un cilindro. Ahí se inventó el disco. Otros hablan del fonoautógrafo, creado por Edouard Leon Scott de Martinville, una especie de corneta que si bien no registraba el sonido, sí reflejaba mediante un sistema de brochas las vibraciones sobre un papel, ahí quisá se inventó el osciloscopio.
 
Hubo también un hombre, llamado Charles Cros, que envío en 1877 a la Academia Francesa de Ciencias un sobre mostrando los planos de un instrumento denominado paleófono, según él creado para obtener registros sonoros, creación que al parecer nunca funcionó. El esquema se refería en forma literal a “un dispositivo para grabar y reproducir los fenómenos percibidos por el oído”.
 
Hoy, exactamente hoy, han transcurrido 130 años desde el día en que Edison se convertiría en el primer ser humano en dejar su voz grabada en algún lugar, y los sucesos posteriores son conocidos, al menos de manera fragmentaria por quienes la hemos vivido.
 
Discos de acetato, de vinilo, compactos, velocidades de 78, 45 y 33 rpm. Fonógrafos, gramófonos, victrolas, tocadiscos, tornamesas, cintas de carrete abierto, magnetófonos, cassettes, DATs, cartuchos y demás, fueron por años la indumentaria sonora reinante en la historia de la industria discográfica.
 
Mal habría podido imaginar el joven Edison que un día sus palabras no serían reproducidas por medios mecánicos, sino que llegarían a transformarse en bits, bytes y una cantidad de cosas tan intangibles como reales.
 
Un formato fue reemplazado por otro, y las lógicas de mercado, de consumo, de preservación fueron, y seguirán cambiando al ritmo de cada uno. Pero todo, al fin, comenzó, hoy, hace 130 años. Y no me pareció mal recordarlo
 

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