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kopp.jpgAmo a Bogotá con el amor frustrado y rabioso de quien de antemano se sabe traicionado.

Con el dolor persistente de ver al objeto de sus afectos no correspondidos pereciendo a manos de los suyos, sin poder hacer nada distinto a lamentarlo, o a quejarse sin ser oído.

Con la terquedad intensa de quien aun así se resiste a saberla indigna, y a aceptar su inminente decadencia.

Por eso hay quienes me llaman amargado. Por eso, también, hay quienes me invitan -en tono no muy amigable- a marcharme de aquí, rindiendo mi pusilánime tributo de silencio a este suelo del que me siento parte.

Aclarando que, de tener que hacerlo alguna vez, me sentiré muy triste abandonando a esta ciudad en donde he vivido durante mis ya casi 34 largos años en la tierra, y sin afanes electoreros o demagógicos de naturaleza alguna, dejaré como memorial de lamentos las subsiguientes líneas en torno a aquellas cosas que me molestan de mi ciudad y de mis conciudadanos.

Prosigo, pues, en consecuencia.

Estoy convencido de que si Bogotá fuera una ciudad digna…

1. La estación de Transmilenio de la 34 llevaría por nombre Teusaquillo, y no Profamilia.

2. Teusaquillo sería un espléndido barrio residencial y no la sede de centros clínicos abortivos y de universidades de garaje que hoy es.

3. Bavaria/SABMiller lanzaría una marca de cerveza llamada Kopp.

4. Ninguno de los lectores de las presentes líneas se estaría preguntando el porqué de la aseveración anterior.

5. El futuro (y al parecer imposible) estadio del Club Los Millonarios llevaría por nombre Alfonso Senior.

6. Millonarios y Santa Fe serían clasificados permanentes a las finales.

7. La demolición de casas antiguas estaría prohibida y sería penalizada con la debida severidad.

8. El Hotel del Salto sería un atractivo turístico rodeado por los fragantes vapores procedentes de aguas diáfanas y no por la cadavérica putrefacción química de las industrias de curtiembres.

9. Los discos de nuestros más importantes artistas serían reeditados por la industria fonográfica y conocidos por nuestras gentes.

10. La gente habría estado más pendiente de la condición cerebrovascular de Miguel Durier, y y de la afección cardiaca de Humberto Monroy, que de los achaques de Gustavo Cerati.

11. Al comensal bogotano del promedio le resultaría más apetecible desayunar con arepa que con Corn Flakes.

12. El Lago sería un lago y no un palacio indecoroso del ‘hardware’ y de la venta ilegal de «programas, juegos, películas».

13. A nadie se le ocurriría cambiar el nombre de nuestro aeropuerto Eldorado. Y lo que es más, la ciudadanía entera se movilizaría en contra de semejante leguleyada lambiscona e irrespetuosa.

14. La gente preferiría ir a parques y a cafés que a centros comerciales.

15. La Policía Metropolitana se dedicaría a capturar malhechores y no a perseguir a los fotógrafos aficionados que van por ahí retratando edificios, calles y monumentos.

16. La ciudad sería, sin lugar a dudas, la sede de nuestro seleccionado nacional de fútbol.

17. El Río Bogotá sería un cristalino afluente hídrico con vida y no la sentina pestilente que todos conocemos.

18. No habría puentes sepultados debajo de nuestras calles.

19. La gente tendría más clara la ubicación del Parque de la Independencia o del Parque Nacional que la del Parque de la 93.

20. Los bogotanos seríamos tan amigables con nuestros conciudadanos como lo somos con los extranjeros, y tomaríamos distancia del atávico ‘complejo Bochica’.

21. La mayoría de taxistas no desplegaría la rampante ignorancia de confundir al Parque de la 93 con el Parque El Chicó.

22. Los ciudadanos preferirían el empleo de vocablos muiscas o hispánicos a la hora de dar nombres a sus negocios y unidades residenciales a los anglicismos o los galicismos.

23. Los artistas más importantes del cartel del festival Rock al Parque serían los locales.

24. Los conductores del promedio profesarían más respeto por la integridad física de quien va caminando por las calles que por la de los vehículos de su propiedad.

25. La gente preferiría, por principio, vivir en casas a habitar edificios.

26. El Parque de la 60 conservaría algún resquicio de su espíritu mágico de hace 45 años.

27. Barrios como Santa Fe o Los Mártires evocarían tradición y no prostitución e indigencia.

28. Sería un mayor motivo de orgullo habitar en vecindarios céntricos a hacerlo en suburbios periféricos, muy al norte, muy al occidente o muy al sur.

29. Los propietarios de nuestras grandes cadenas televisivas preferirían apostarles a profesionales locales que a los ibéricos, y entenderían que con el sueldo de un Jaime Baily vivirían con decoro unos 20 ó 30 periodistas locales.

30. La gente del común tendría más clara la ubicación del Café San Moritz que la del Juan Valdés del Centro Cultural Gabriel García Márquez, o la del Restaurante Las Margaritas que la de cualquiera de las sedes de Wok.

31. A ninguna administración se le ocurriría cambiar la nomenclatura de las calles porque sí.

32. El bogotano del promedio preferiría consumir tamales en la Panadería y Pastelería Florida a las cajitas felices de McDonalds.

33. El pandeyuca con bocadillo tendría más demanda que las Dunkin Donuts.

34. La ciudad tendría más de un periódico serio de circulación nacional y más de dos revistas dedicadas al decente ejercicio de la reportería.

35. En el mercado pirata callejero sería más fácil conseguir los capítulos completos de ‘Yo y tú’ que la última temporada de ‘Lost’.

36. Obtener archivos radiales o televisivos sería una empresa más fácil, y existiría algún tipo de fondo documental bien clasificado de acceso público no burocratizado para tales fines.

37. No habría que dar explicaciones ni coordenadas a los taxistas al pedirles llevarnos a la Biblioteca Nacional, al Museo Nacional o al Parque de las Flores.

38. No haría falta aclarar a los oyentes de radio que la Radiodifusora Nacional ahora se llama Radio Nacional y que no tiene relación alguna con UN Radio, con Javeriana Stereo o con la HJCK.

39. Al edificio de Bavaria, en el Centro Internacional, le habrían dejado el aviso de Bavaria y no el nuevo, de Davivienda.

40. Los bogotanos nos definiríamos a nosotros mismos como ‘cachacos’ y no como ‘rolos’, que es la forma despectiva empleada por el resto del país para aludir a nosotros.

41. Las filas para ir a ver a Compañía Ilimitada serían más largas que las que suele haber para asistir a los conciertos de Soda Stereo.

42. La ciudadanía en pleno se habría pronunciado en contra de aquel cambio de nombre de Caracol Stereo por ‘W Radio’, y lo mismo habrían hecho con lo ocurrido con algunos de los espacios emblemáticos de la cadena, rebautizados o eliminados de las parrillas de la cadena de emisoras.

43. El joven Chicó Fútbol Club jugaría en terrenos del vecindario al que representa y nunca se habría marchado de nuestros predios para transformarse en ese absurdo ontológico llamado ‘Boyacá Chicó’.

44. La ciudad combatiría la elitista y excluyente polarización aquella de ‘norte y sur’.

45. El Tren de la Sabana y la estación correspondietne serían los símbolos de un transporte efectivo y práctico y no un atractivo turístico exótico de fin de semana.

46. Por norma general los bogotanos seríamos más adeptos a la lectura de ‘Sin remedio’, de Caballero, que a la de ‘Que viva la música’ de Caicedo.

47. Sería inadmisible entre nuestros aficionados al balompié el declararse seguidores de equipos como Nacional de Medellín o América de Cali, tan solo porque los más jóvenes fueron testigos de sus campañas en las copas libertadores de los más recientes decenios.

48. A ningún arribista emergente se le ocurriría insultar a otro ciudadano espetándole insultos que más bien suenan a desprecio a nuestros orígenes ancestrales, tales como el muy reconocido aquel de: »¡indio atravesado!’.

49. Sería una falta mortal entre nuestros conciudadanos el esgrimir frases tan antipatrióticas como: «Yo sería feliz si hubiera nacido en Medellín», «Yo soy paisa de corazón» o «Por mi fuera habría nacido en Cali».

50. La gente que camina nuestras calles miraría hacia arriba, con una sonrisa, y no hacia abajo, como afrontando una permanente y eterna derrota.

51. En lugar de enojarse por este tipo de proclamas, los bogotanos tendríamos la donairosa decencia de aceptar nuestros errores, en lugar de insultar a quien los señala.

 
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