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Al mejor estilo de un novelón mexicano (aunque hoy día equivaldría a un melodrama turco de esos que se ven por nuestra tele) Aida Merlano se ha convertido en el tema obligado de conversación en todas partes. En la peluquería, mi barbero me dijo con tono de indignación mientras trataba de emparejarme las patillas que “…la Fiscalía en este país debe investigar las denuncias de la pobre Aida a la que le destruyeron la vida”.  No le repliqué nada, sobre todo por aquello de la “pobre Aida”, porque la navaja la tenía él cerca de mí cuello.

EFE

En los pasillos, por ejemplo, los simpatizantes uribistas dejan aflorar toda una artillería de epítetos contra esa “ventrílocua de Maduro que con tal de salvar su pellejo, le vendería el alma al diablo”.

Por su parte, los más mesurados y reposados analistas coinciden en que la sarta de acusaciones de Merlano parece más un libreto dictado, además, por alguien que no conoce muy bien la política colombiana. No me imagino al presidente Duque mandando a asesinar a alguien; ni al ex-Presidente Uribe enterrando los restos de Aida en un pedacito de tierra en una de sus fincas.

El alcance de sus exóticas acusaciones la hace, de por sí, foco de miles de interrogantes. Incluso, los que alguna vez pensaron que ella era un microscópico pez en todo el mar de corrupción del país y que comentaron que su condena era algo exagerado, más si se sabía que había verdaderos capos políticos detrás de ella, hoy están seguros de que las declaraciones de Merlano en Venezuela tienen más de fantasía que de realidad.

Disparar a ciegas sin beneficio de inventario contra casi toda la clase política de la costa; contra Ministros, entes de control y organismos de seguridad ha generado, en resumen, el efecto contrario de lo que ella esperaba: el beneficio de la duda que tenía cuando se confesó “como víctima” cuando fue capturada en Colombia lo perdió en gran porcentaje.

Es comprensible que ella, en su desespero, utilice todas las armas, hasta las más sucias, para salvar su muy valorizado pellejo. Cómo también es comprensible que Maduro, con la captura de la excongresista en territorio venezolano, se siga frotando las manos pensando que “se le apareció la virgen”.

Sin duda hay cosas con las que Merlano puede perjudicar a mucha gente, en especial, en la costa caribe. Pero la forma incoherente en que está contando los hechos; los errores en la declaración; la ausencia de pruebas; sus oscuros antecedentes; su abierta traición al hombre al que le debe todo y que prácticamente le dio una nueva vida separándola de las fauces del hambre y la miseria, hacen que Aída Merlano no suene creíble.

Pero esto no es óbice para que la justicia colombiana deje de abrir investigación. La Justicia tiene que investigar para poder aclararle al pueblo colombiano, y al mundo que nos mira, qué hechos pueden ser ciertos y cuáles definitivamente no lo son.

En el fondo del asunto queda una sensación de derrota. Perdió la justicia, que dejó escapar en sus narices a una convicta. Perdió la política, porque quedaron en evidencia las más oscuras y viejas tretas politiqueras y corruptas; perdió su hija, que anda de tumbo en tumbo exhibiendo donde le dejen sus más oscuros secretos e intimidades; perdió Colombia que quedó atada de manos ante la imposibilidad de pedirla en extradición, y perdieron las casas políticas vinculadas a ella, que saben que en alguna parte hay alguien “que sabe” y que ahora tiene “licencia” para hablar.

En medio de todo, quedó en evidencia la falta que hace tener relaciones diplomáticas con el vecino con quién más compartimos fronteras activamente. La imposibilidad de pedirla en extradición, al no reconocer a Maduro como presidente, originó una avalancha de memes en que se ridiculizaba a Duque al momento de pedirle al autonombrado Guaidó la extradición de Merlano. Esa escena de esta telenovela fue la que más hilaridad produjo en los colombianos: el chiste se contaba solo.

Hoy los colombianos (y también los venezolanos) siguen atentos para no perderse un nuevo episodio de esta “corruptonovela”, que tiene atrapada a toda la comunidad que seguirá deliberando, de pretil a pretil, al mejor estilo de la inolvidable Niña Tulia que inmortalizó Sánchez Juliao, si Merlano tiene más de víctima que de villana, o si en realidad es un peligroso lobo escondido tras el ropaje de una hermosa y codiciada oveja.

Mientras tanto, el régimen de Maduro seguirá “pechichando” a su trofeo a quien mantiene “prisionera” en una celda que tiene más de ‘resort’ que de prisión, al tiempo que en Colombia, la derecha y la izquierda, por culpa de este nuevo episodio de telenovela, se polarizan más y derraman más toda la bilis partidista a unas redes sociales en las que cada vez cuesta más trabajo descifrar lo que hay de verdad.

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