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*En una columna en ‘Semana’ titulada Me equivoqué, la periodista deja la impresión que en vez de disculparse, la volvió a embarrar.

Imagen: Semana

Vicky Dávila fue, la semana que pasó, el ejemplo más fehaciente de lo que sucede cuando el periodista se convierte en la noticia. El bochornoso espectáculo al que sometió a sus oyente en el que, además, arrastró muy abajo al periodismo, puso a la profesión en la mira de todos. Y lo peor, en un país donde hasta los medios libran verdaderas batallas por la peligrosa polarización que los envuelve. Es decir, se echó más leña al fuego.

Vicky Dávila no descubrió el agua tibia con Hassan Nassar. Todos -dentro y fuera de los medios- saben la clase de periodista que es. Pero nada justifica que ella terminara comportándose como la “loca de las naranjas”, esa mujer de la famosa publicidad política en el que una vendedora de frutas quería convencer al país de votar para presidente por el candidato uribista, mientras argumentaba con la fiereza de una loca poseída.

Todos se han desgarrado las vestiduras y expresado en público y en privado que estamos ante un periodismo que avergüenza. Pero la generalización que se hace en este caso, y en la que se intenta meter a “todo el periodismo”, es injusta. Digamos las cosas como son: lo que hizo Vicky Dávila es reprochable y vergonzoso. Igual de nefasto, que llevar a un periodista, cuyo único mérito ha sido defender al uribismo con posturas primitivas, a ser el vocero de la Casa de Nariño.

Tan ruin Hassan al ‘chutarle’ en la cara a Dávila sus supuestos oportunismos con el poder, como la periodista al exhibirse como una “Niña Tulia” para sostener que “ella sí es respetable”. La verdad, parece un chiste mal contado.

Seguramente hay cosas peores en el periodismo en Colombia. Pero pocas, ventiladas en vivo y y en directo, sin ahorrar insultos. ¿Alguien puede creer que un padre que escuchó y vio semejante sarta de agravios puede ir feliz a matricular a su hijo que sueña con estudiar Comunicación Social? Lo dudo mucho.

Y mientras esperaba, como casi todo el país, que uno de los dos, o ambos, ofrecieran disculpas públicas por tan deprimente espectáculo, Vicky Dávila, en una clara demostración de que lo que está mal es susceptible a empeorar, publicó en ‘Semana’ una columna que tituló: Me equivoqué, la cual fue otra equivocación.

Me imagino que como yo los lectores esperaban a una periodista haciendo un verdadero acto de contrición reconociendo que, como cualquier mortal, se equivocó. Pero la columna es en realidad una excusa para irse de lanza en ristre, no solo contra el “badulaque, peludo y patán, Hassan Nassar (creo que aún me faltaron más de la mitad de los epítetos), sino que aprovechó para no dejar títere con cabeza aseverando, entre líneas, que lo que hay en Colombia es un periodismo corrupto, donde los comunicadores se enriquecen gracias a los políticos.

Todos los colegas que se atrevieron a expresar un reproche por el berrinche de Vicky Dávila, incluyendo a Juan Gossaín, llevaron del bulto: Néstor Morales, Julio Sánchez, Camila Zuluaga y “estos y otros periodistas que aparecieron en los papeles de Panamá”, como asevera en uno de los aportes de su escrito, cayeron en la inquina de la Dávila. Pero aún así ella dice que “no le gusta hablar mal de los colegas”. ¿Qué tal?

Es decir, la supuesta columna en que la periodista pediría disculpas, se convirtió finalmente en una tribuna para justificarse y afirmar que hay otros peores que ella, como si eso fuera un consuelo. Mientras leía la columna me pareció estar viéndola en #VickyEnSemana, y me la imaginaba manoteando a Morales, increpando a Zuluaga, retando a Gossaín y dejando en claro que ella sí es respetable. ¿Puede ser ese escrito el contenido de una columna titulada Me equivoqué?

Sostiene la periodista que “…él (Gossaín) durante décadas ha visto lo peor de muchos colegas. Estoy segura de que en sus recuerdos tiene casos ejemplarizantes que de verdad nos sonrojan…”

También arremete contra Camila Zuluaga, a quien la acusa de ‘copietas’ porque “llegó al espacio de ‘Blu Radio’ al mediodía, a replicar el modelo que yo implementé en ‘La W ‘y ahora está adolorida por el periodismo que yo hago…”. En su nueva salida en falso afirmó “sentir angustia” por Néstor Morales porque, según ella, “…debe ser muy difícil ser el cuñado del Presidente y tener que defenderlo obligatoriamente todos los días…”

Ni siquiera las agremiaciones de periodistas se salvaron de “las disculpas” de Vicky. El Colegio de Periodistas de Bogotá, CPB, también llevó lo suyo por atreverse a afirmar que ambos (Hassan y Vicky) le debían ofrecer excusas al país.

Este doble episodio de Vicky Dávila nos deja sin duda una lección: la arrogancia es el peor enemigo del buen periodismo. Porque cuando un periodista debe repetir a gritos “que es respetable”, que “es un buen profesional”, que «tiene ética» ,es una señal de que, en el fondo, algo no está funcionando bien. El buen periodismo, como una buena crónica, debe representarse, no sostenerse con discursos indignados. Porque así como el que más grite no es el que tiene la razón, el buen periodista es y será aquel que ejerza con ética y profesionalismo el oficio y no solo “diga que lo hace”. La mujer del César: no es solo serlo, sino parecerlo.

Que falta hace hoy Kapussinski. Porque si lo tuviéramos entre nosotros tendríamos la oportunidad de preguntarle por qué es tan necesario ser una buena persona para ser un buen periodista. Porque por lo que se lee, se ve y se oye, aún muchos no lo entienden. Solo queda esperar, en la próxima ‘Semana’, una columna que seguramente Vicky deberá titular Me volví a equivocar.

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