El debate de siempre, pero la crisis aumenta. Ríos de tinta corren en estos días por la desventura que experimenta el cine colombiano en este 2013 (claro, y de otros años) ante su escasa permanencia en las pantallas nacionales. ¿La denuncia? La reciente película del cineasta caleño Antonio Dorado, Amores Peligrosos, cinta que empezó su calvario al ser informada de su aparición en menos salas tras su modesta primera semana de estreno, lo que desató la indignación de Dorado y los actores de la misma.
Tanto diarios nacionales como esta casa editorial o la Revista Semana en su edición del 3 de noviembre no solo han expuesto la controversia con Cine Colombia, o las limitaciones de las acciones que ha emprendido el Estado colombiano, sino que muestran una radiografía sobre nuestra marca de cine nacional ¿Eso existe? Por eso, en este post expondré cinco razones por las que muchos de nosotros evitamos invitaciones con todo pagado a ver una película si se apellida «colombiana» Es una posición mezcla de espectador y realizador frustrado, advierto. Además soy selectivo al ver cine nacional: no me venden razones para verlas todas. Si usted se identifica con alguna no solo quéjese, piense en una solución.
1. ¿Qué es el cine colombiano?
Esa es la primera cuestión, nuestra identidad cinematográfica ¿Nos debemos distinguir del mercantilismo capitalista de Hollywood? ¿Acercarnos más a los principios de un cine «más intelectual y elaborado» como el europeo? ¿Ser isla flotantes de ideologías tropicales a las que empaquetan como «cine latino»? Nos han vendido y muy mal el concepto. O tal vez es que nunca se ha definido. Entre el taquillazo o el documento neorrealista la reflexión se cuela a medias, y se olvida algo importante: el cine, como lenguaje, como comunicación, es universal en su forma. Ahora ¿tenemos la suficiente trayectoria para hablar del cine colombiano como una tendencia a seguir, una escuela de pensamiento? Creo que esa idea del cine colombiano está lejos de construirse si optamos por el camino de volvernos una colcha de retazos que se mira el ombligo. Aún nos deben nuestro primer gran clásico a nivel global. Yo no lo he visto aún.
2. El cine colombiano no es solo Dago García Productions o Kalibre 35
Este es un reclamo habitual que ya se está convirtiendo en un claro estigma: si nuestra «industria cinematográfica» tiene algún cimiento es la infaltable cita con una guarichada como la mayoría de películas del señor Dago García. Su negocio es redondo año tras año y es absolutamente correspondido. Por mucho encono que genere, necesitamos aprender de esa planimetría: películas digeribles, en una época blanca y con una solvente estrategia de mercadeo. ¡Lo hacen en Francia, Rusia, España, India y en donde se nos ocurra que el cine hecho para entretener debe mantenerse! El problema es que esa sea la única escuela, y por tanto, la única marca. Desde luego, el otro extremo radica en películas ininteligibles, pretenciosas, sin un ápice de conexión con el público y que terminaron en maratones de cineclubes o repuestas adinfinitum por Señal Colombia. Si bien para gustos los colores, el cine es un trabajo y si tu trabajo no te mantiene sino te lleva a la quiebra o a convertirte en empleado de una perversa agencia de publicidad estás en tu derecho de «amar el arte en el siglo de las deudas»
3. Más escuelas…
Admito que soy un cineasta frustrado. La panacea de ingresar a la escuela de cine de la Universidad Nacional se me deshizo como el techo de su Facultad de Derecho. No obstante ¿dónde están las escuelas de guión? Hay buenas ideas mal enfocadas, ideas plagiadas y esfuerzos de formación fuera del alcance de muchos afiebrados. Subexplotamos los géneros cinematográficos y cuando recurrimos a ellos nos convertimos en el hazmerreír general si hacemos las películas «muy a lo Hitchcock con un pedacito de Sexto Sentido»
4. Y más actores
Ahora, tenemos actores y actrices queridos por montones, pero con poco fogueo en cine, o lo que es peor: repitiéndose como en las telenovelas y series. No es posible que salga de ver El Capo o El Cartel de los Sapos a encontrarme Robinson Díaz y Marlon Moreno en dos o tres películas ¡de narcos! Así como hay que aprovecharlos hay que procurar su cambio de registro, pues la gente se aburre de ver a los mismos actores multiplicados por cuatro en los canales privados y de sobremesa en el cine. E impulsar la búsqueda de talentos actorales para el cine. Un actor puede hacer de todo, es lo que siempre oigo, pero el cine exige condiciones y actitudes que no son exportables cien por cien a la televisión o al teatro. Bueno, si Jessica Cediel va a actuar…¡todos tenemos oportunidad!
5. La mala publicidad
No recuerdo la primera película colombiana que me haya atrapado con el trailer. Menos, que me haya seducido con una buena estrategia publicitaria. No es posible que, con las posibilidades de hoy en día, las películas colombianas se promocionen peor que un comercial contra la caries ¡Ya nos cuentan toda la historia en el teaser! Si vamos a hacer escuela que la primera clase sea cómo hacer un buen trailer y una campaña de expectativa que haga historia. Hay que hablar más con el espectador, y las redes sociales son un canal perfecto para recoger ideas.
Estas son solo unas ideas…los lectores configurarán otras, pero ya tienen argumentos desde todos los puntos de vista. Después de este ejercicio ¿verá una película colombiana?
@juanchoparada
juanchopara@gmail.com
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