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Hice una pausa en mis actividades cotidianas para viajar solo por el país. No tengo alma de ermitaño pero sí de aventurero. Es la primera vez que recorro lugares del planeta sin afanes de compromisos académicos o encuentros humanitarios. Simplemente era yo, una maleta pequeña, dinero y una ruta por trazar.

El primer mito sobre viajar solo es creer que uno se aburre fácilmente. Desde mi punto de vista es cuestión de actitud. Cuando se elige un destino la intuición le dicta a uno cómo relacionarse con un espacio nuevo, con gente desconocida y costumbres diferentes. Además el factor dinero: uno no cambia de paisaje y se gasta un millón de pesos en seis días de encierro pidiendo domicilios. Viajar para hacer lo mismo que se hace en casa es simplemente estúpido.

Por otra parte ¿da miedo viajar solo? Antes, el temor de una desgracia en carretera (como una pesca milagrosa, un retén militar o un vecino de asiento con aspecto malicioso) mataban continuamente las ganas de perderme en las venas de este país. No obstante, las circunstancias de mi trabajo como formador, en la que debía desplazarme cada dos o tres días a municipios tan disímiles de la geografía nacional como Sahagún o Neiva, facilitaron mi vínculo con lo imprevisible y forzaron la educación de la confianza en el otro, quisiera o no. Si se prefiere ver de este modo, la receta perfecta para reflexionar sobre el curso de su vida es alejarse de ella y sumergirse en un camino de redescubrimiento. Viajar solo es excelente para la salud mental.

En ese sentido esta pequeña travesía partió de conceder una importante realidad: atravesar Colombia en el 2016 es menos riesgoso que hace diez o quince años. Esta declaración no es un favor político: es real y punto. Existen otras dificultades –como la legendaria imprudencia de algunos conductores de vehículos particulares, motos y camioneros- pero no van a negarme que en la actualidad los desplazamientos a ciertas regiones resultan más cautivantes y desaprensivos.

Y… ¿a dónde llegar? Aquí está el núcleo de este relato. La economía colaborativa ha sido víctima de una mala campaña publicitaria. Si en movilidad desata iracundas polémicas (el experimento Uber es una muestra de ello) ¿qué decir entonces de la tendencia de las redes de alojamiento temporal tipo Airbnb?

Este diario registró la crónica del periodista Nicolás Bustamante en su viaje a Canadá usando esta red social. Como bien lo dice, más de 60 millones de personas han encontrado una alternativa diferente a un hotel convencional, basada en un principio fundamental: la confianza en el otro. Pero ¿cómo funciona en nuestro país?

Inspirado por el relato de Bustamante, decidí valorar el potencial de esta plataforma y utilizarla en un destino de gran actividad turística como el Eje Cafetero. La premisa de Airbnb (como la de Couchsurfing y otras similares) no era desconocida para mí. Cuando hacíamos la revista Camaleón, los comités editoriales eran itinerantes y participar en ellos era, además, la oportunidad de hacer amigos. Ocasionalmente en cada ciudad donde ocurría alguno los anfitriones ofrecían sus hogares para alojar a delegados de otras ciudades, siempre y cuando el comité no tuviera lugar en un sitio específico que reuniera a todo el mundo (y si el presupuesto lo permitía). Sin el contexto de la revista imagínense la responsabilidad de padres de familia de estar pendientes de culicagados en tierra ajena. No obstante hasta donde supe nada extraordinario pasó y fui testigo de la sincera hospitalidad del colombiano, comúnmente señalado de trampero o ventajoso.

Desde entonces ¿qué ha cambiado en esta época donde ahora se monetizan frecuentemente las relaciones sociales a través de internet? Creo que el sentido de la responsabilidad. Los alojamientos temporales buscan igualar la calidad que pretende cualquier servicio hotelero, pero con un calor hogareño insuperable. Claro, eso depende de quién te recibe y cómo se genera la sociabilidad durante la estancia. El servicio al cliente en nuestro país no suele salir bien librado, pero cuando está de por medio la convivencia es posible llevarse sorpresas agradables.

Quiero destacar que, aunque no se trate de un estilo de alojamiento común, de todos modos hay toda suerte de medidas y advertencias en caso de situaciones inesperadas. Lo importante es que usted sabe qué pagó y a qué tiene derecho durante su permanencia. Seguramente vendrán las discusiones sobre su regulación, tributación y normatividad sobre la prestación del servicio, pero sin duda es una opción ideal para viajeros solitarios.

Mi estancia en las ciudades de Pereira y Manizales fue, sencillamente, perfecta. La calidez humana de las personas de la región es inigualable, y eso es un plus si uno decide animarse a ofrecer su casa o apartamento. Tuve llaves para entrar y salir cuando quisiera, podía cocinar o arreglar mi ropa. La plataforma trata de no dejar nada al azar y es así que permite valorar la experiencia después del check out en una doble vía: alojado y alojamiento reciben su puntuación.

Desde luego: esta modalidad de viaje no es para todo el mundo, pero es estimulante percibir que en esta clase de acciones realmente se evidencia una de las cualidades del ser humano, tan necesaria hoy en día: la de saber compartir.

¿Ha viajado solo por el país? ¿Cómo califica esa experiencia? No he hecho precisiones sobre el tema de género, pero en este caso ¿el trato ha sido diferente si es mujer? Por otra parte ¿ha ofrecido su vivienda para alojar viajeros temporales? ¿Qué consejos quiere compartir? Dejen comentarios para armar un panorama de este tipo de experiencias en nuestro país.

Encontré este blog del portal MiRincón, escrito por Daniel Afanador, que puede servir como ilustración acerca de su punto de vista como host en Airbnb en la ciudad de Bogotá. Mi recomendación es que se informen muy bien y evalúen si reúnen las condiciones para adentrarse en esta tendencia.

Finalmente, agradezco a las personas que me recibieron durante mi viaje. Excepcional la visita al parque Ukumarí y su labor de conservación. Hay que caminarse el centro de Manizales. Y, definitivamente, los pueblos cafeteros son un claro ejemplo de serendipia. Un ejemplo de ello es Salamina (Caldas). Es un ir y venir en el tiempo, donde puedes encontrar en medio de sobrias fachadas con rostros tallados e iluminadas calles, rincones insólitos como el salón de un museo dedicado por completo a exaltar la memoria de Steve Jobs exhibiendo la evolución de sus juguetes Apple, justo al lado de un cúmulo de objetos y fotografías de este pueblo que componen una interesante contraste de pasado y modernidad.

Los invito a escuchar parte de este relato en el final de temporada de Radiodistractor este miércoles 22 de junio a las 6:00 p.m. en Stereo Joint Radio
@juanchoparada
juanchopara@gmail.com

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