Hace poco reflexionaba sobre una frase que le escuché a George Dunsay, uno de los creativos más importantes de la poderosa empresa Hasbro: “Ya no se ven grandes productos que resistan el paso del tiempo”. El comentario surgió en la grabación uno de los capítulos del seriado documental “The Toys That Made Us” dedicado a la franquicia “My Little Pony”, que tuvo un éxito descomunal en la década de 1980, con sucesivas adaptaciones hasta el día de hoy, una historia de más de 40 años.
¿Los productos del entretenimiento se crean con la finalidad de perdurar en la memoria colectiva? ¿O solo deben aprovechar el momento para morir como nacieron sin extinguirse por cuenta de un escándalo o el desgano de los consumidores? Estas cuestiones parecen insignificantes ante la avalancha de producciones que se multiplicaron en la era del streaming. Muchas de ellas juegan con la baza de la nostalgia como cebo para rehacer ideas que funcionaron en el pasado y adaptarlas a los códigos actuales, lo que solo comprueba el acierto de las ideas originales.
De Stranger Things siempre he pensado que es la más fiel alumna de la escuela Netflix: una serie compuesta por cientos de homenajes y easter eggs a la cultura pop ochentera, que demuestra desde luego el amor de sus creadores a todas esas fuentes de inspiración. La fórmula consigue reunir tanto a los que vivieron en la época como a los que la descubren. Su argumento, que resuma principalmente ecos de Stephen King con vetas de Spielberg en su realización, no tuvo más remedio que crecer. Y de ese modo obliga a crecer a la pandilla de niños que descubren a la poderosa Once, como si siguiera el libreto de sagas tipo Harry Potter, enfrentando una amenaza de otro mundo cada cierto tiempo mientras se les alborotan las hormonas o buscan qué hacer después de salir del colegio durante la vanidosa era Reagan, el contexto real de toda la aventura.
Tras dos temporadas irregulares y un bache de dos años llega una cuarta bien ampulosa, con la promesa de estirar el chicle al estilo de “Game of Thrones” o “The Walking Dead”, en capítulos que van aumentando la duración hasta convertirse en películas. Admiro su demencial idea de abstraer a su público durante más de 10 horas llenando vacíos de la historia principal con explicaciones pseudocientíficas, nuevos personajes inspirados en relatos macabros documentados de la penúltima década del siglo XX, una mayor inversión en recursos digitales y la consistencia de la química en su elenco protagónico. Abandona su etapa de fantasía infantil para explayarse en el terror sobrenatural descarnado (ya no más le falta meterle slasher) y termina de sentar las bases de un universo que podría expandirse con otros personajes o acontecimientos, pero de los que desconocemos su potencial como los nuevos favoritos de los espectadores.
Como vehículo de recuerdos no niego su habilidad para “correr el velo” sobre clásicos musicales. Pero ¿le debemos dar las gracias? Metallica sigue haciendo conciertos aún en el mundo dominado por el sonido urbano o electrónico. Sin Strangers Things, Master of Puppets no perdería su status de ser un referente musical. Ese truco ya lo conoce Disney, que en su jugarreta multiuniversal de héroes Marvel infla las arcas de Gun’s N Roses, David Bowie o Pink Floyd, por dar algunos ejemplos, y no creo que lo haga por un afán de reivindicar a la “buena música” en los tiempos que corren. La generación actual, sea que conozca Interstellar, Overdrive o Sweet Child O’ Mine, vive más sumida en el caos como los que escuchamos esos clásicos hace veinte o treinta años. Así que esta estrategia es una ingeniosa mercadotecnia que beneficia tanto a sus creadores como a una parte del público. Kate Bush puede sentirse halagada, pero el chequecito no lo dejará de cobrar. Y el planeta no es que haya cambiado mucho en los últimos 40 años.
El éxito reciente de esta temporada, fragmentada en volúmenes para alargar el suspenso, quizá no se diluya tan velozmente como suele ocurrir con los sucesos ocasionales que arroja la plataforma. Es ahí donde reaparece la pregunta por su trascendencia. ¿Hablaremos de Stranger Things en el 2062? Mantiene una posibilidad. Por ahora es significativa para las audiencias, pero su kilometraje dependerá de si continuará fagocitando todas las referencias de época que consiga atrapar, se aventure a romper su esquema o concluya dignamente como el recuerdo del recuerdo de lo que representaron los ochentas para una generación que aún se asusta con un payaso colmilludo o llora con la visita de un ser con dedos alargados, ambos provenientes de otras dimensiones… ¡qué casualidad!
@juanchoparada
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