No es fácil enfrentarse a las series del director estadounidense Mike Flanagan, así que no resulta una sorpresa la poca acogida de su nueva producción en Netflix, a la que dan como un hecho su inmediata cancelación. De alguna manera esta situación traza un paralelo con el argumento de esta historia, basada en la obra del escritor Christopher Pike, que dosifica drama juvenil con enfermedades en etapa terminal y cultos inspirados en mitos de la antigua Grecia, todo en los albores de la década de 1990.
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¿Cuál es esa situación? La fe. Sí, la convicción que mueve a estos jóvenes a desafiar su condición médica para encontrar una oportunidad de salvarse y vivir tantas cosas que desean experimentar. Cada minuto cuenta, así que la más insólita alternativa representaría el camino a la sanación. En este caso es el público quien está en la capacidad de brindarle la ilusión de continuar a este particular club, porque narrativamente el mensaje que transmite es poderoso.
De acuerdo, les concedo que a Flanagan le importa mucho situar sus personajes, permitir que se expresen, por lo que en la era de los chats es absurdo detenerse en conversaciones soporíferas. Aunque no siempre deba justificarse, tras medirse con “La Maldición de Hill House” y “Misa de Medianoche”, queda claro que es su estilo y no parece dispuesto a ceder.
Últimamente me cuesta trabajo reseñar series porque no les encuentro un gancho para quedarme a terminar la historia. En el caso de “El Club de la Medianoche”, el que se contara en el ya lejano 1994 fue suficiente para entrar en su juego de un grupo de jóvenes confinados en una residencia para pasar sus últimos días, quienes acuerdan congregarse en las penumbras de una biblioteca para contar historias de terror. El clic es inmediato con la serie noventera “¿Le temes a la oscuridad?”, y persiste ese encanto de historias moralizantes, aunque elevando la dosis de sangre y algunos sustos.
El segundo momento que me impulsó a terminarla fue el pacto que los une. Quien muera primero deberá encontrar la forma de avisarle a los demás cómo son las cosas en ese otro lado. Descubrir quién lo haría se convierte en un apasionante móvil, pero conforme pasan los capítulos el propósito pierde toda importancia, principalmente por entender la dinámica de las historias que cuentan. En sus relatos vinculan –eso sí con poco esfuerzo- sus sueños, su pasado y sus temores, ya sea en clave de fantasía teen, un noir o una aventura futurista al estilo ‘Terminator’. Y el encuentro se convierte en una terapia donde manifiestan su manera de encarar su inevitable destino.
Las vidas de Ilonka, Kevin, Spencer y Anya (el personaje más complejo de la serie) entre otros, cumplen con la plantilla de la N roja en cuanto a diversificar tonos de piel, orientaciones sexuales o discapacidades, y esa necesidad puede desesperar cuando quiere ubicarse en el centro de la acción. Lo que me conectó con esta pandilla es su incesante búsqueda de propósitos para seguir vivos, aún si enfrentan la depresión (a la que dedica un capítulo), la ira o el desamor. Y esa emoción impregna toda la serie a través de actos como el homenaje a Amesh, quien conmemora con el club la fecha en que iba a morir, o los encuentros con sus familiares con quienes deben saldar cuentas pendientes.
Entonces ya no estamos como tal ante una serie de terror apta para Halloween. Es un mensaje sobre lo mucho que hemos olvidado vivir. Crecemos con la obsesión de cumplir las expectativas de los demás que no nos detenemos a pensar en lo que realmente anhelamos. Y si además el tiempo para ello es poco ¿no sería mejor aprovecharlo lo mejor posible?
“El Club de la Medianoche” puede no ser un divertimento en todo el sentido de la palabra, pero si la observan desde su mensaje más profundo le hablará a cada uno de ustedes. No es casual que en su capítulo final citen a la poetisa Merrit Malloy con un texto titulado “Epitafio”, de cual cito un fragmento:
“El amor no muere, los cuerpos sí. Así que, cuando todo lo que queda de mí es amor, entrégame.”
Podcast: Brasa viene a regalar su “Millón”
Estuvo en Colombia el artista, compositor y productor de género urbano Brasa, de origen dominicano. Nominado al Latin Grammy y ganador de premios como Billboard Latin Music Award y MTV, después de colaborar con Lalo Ebratt y Ñejo en la canción “En 4” ahora llega con este sencillo titulado “Millón”, una manifestación llena de vivencias personales y agradecimiento por lo recibido. Brasa está próximo a lanzar nuevas colaboraciones con Ryan Castro y su coterráneo Fuego, por el momento quiere encender la fiesta con su nueva música en este género. Hablamos con él en nuestro podcast para esta edición.
A Brasa lo pueden encontrar en sus redes sociales Instagram @dimelobrasa y en su canal de You Tube, , así como en las plataformas de streaming como Spotify.
Twitter: @juanchoparada
Tik Tok: Juancho_parada
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