Aquí estamos otra vez, esta vez tratando de comprender el mundo a través de la ventana de un tren. Nuevamente con la motivación de llegar a un lugar completamente nuevo y desconocido. Pues en el fondo siempre va a existir una especial fascinación por el descubrimiento. Me refiero a esa sensación de encontrar algo nuevo para uno, así sea ampliamente conocido por la humanidad.
Me pasa a cada rato con la música. Recientemente celebraba el descubrimiento de una canción de los Beatles que entraba para siempre a un lugar privilegiado de mis playlists. Y el deleite es el mismo por estrenar algo inédito para uno, así sea un refrito para el mundo.
Encontré en Glasgow una ciudad comprometida con su propia renovación. Un santuario de cultura con su variedad de museos y eventos que rinden honor al arte y al conocimiento. Una ciudad que sin renunciar a su propia identidad arquitectónica ocre y majestuosa se reinventa al compás de la modernidad.
Edinburgo por el contrario, se aferra al esplendor de su pasado medieval. Pero cómo no habría de hacerlo, si preserva en cada esquina un vivo retrato de aquellos míticos tiempos de armaduras y princesas. Caminar por el Royal Mile hasta el portal del castillo es escuchar las trompetas anunciando una entrada triunfal. Recorrer el castillo con sus baluartes y calabozos es recordar al héroe que una vez fue un prisionero. Subir a las torres es divisar la inmensidad de las tierras de un reino derrocado. Cruzar los pasadizos secretos de la antigua ciudad es volver a la niñez para jugar a las escondidas. Salir por las empinadas callecitas que serpentean la muralla es sigilosamente escapar.
Pues es en el campo en el que para muchos está el verdadero tesoro de Escocia. Lleno de hermosos paisajes ricos en bosques, montañas y lagos. Así como sus islas y acantilados que demarcan las últimas fronteras del mundo. Es tierra tranquila y orgullosa de ser la cuna del golf y del whisky. En donde destilar es el arte de impregnarle a esta bebida los olores y sabores característicos de cada una de sus regiones.
Por la ventana del tren veo pasar los rebaños de ovejas, los molinos de viento y los pueblitos que sirven de paraje a los forasteros. Resalta el verdor de los valles en donde una vez se libraron las grandes batallas de Robert de Bruce y William Wallace. Atrás va quedando un faro que aguanta estoico los embates del mar. Ya no se ven tan lejanos los lugares donde transcurrían las historias que nos contaban antes de dormir.
Foto: Ruinas del castillo de St. Andrews, Escocia
Twitter:@alfrecarbonell
Comentarios