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¿Por qué tantos escritores fueron también periodistas?

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Esta es una duda que tuve en mis primeros años de formación y cuya respuesta vino desde las mismas letras. Tuve la oportunidad de leer para mis clases de pregrado (por allá en el 2002) el recién salido tomo de memorias de Gabriel García Márquez ‘Vivir para contarla’ y hoy comparto algunas de lo que me reveló su lectura.

‘Gabo’ refiere en este texto en varias ocasiones la masacre de las bananeras y esta fijación no solo era porque su familia estuvo cerca de este suceso, sino que también lo impulsaba una curiosidad especial por este tipo de temas. En su futura carrera como periodista tuvo la oportunidad de cubrir hechos de un importancia similar y ese interés de la infancia también lo reflejó en algunos de sus libros posteriores.

Es así como gracias a esa actitud investigativa toma fuerza su labor como periodista pues sus primeros acercamientos con los periódicos fueron promovidos más por sus intereses literarios que por cualquier otro. García Márquez se involucró primero escribiendo cuentos, pero el origen de esta faceta periodística viene de su paso por el colegio en Zipaquirá donde participó en la creación de la Gaceta Literaria, un periódico estudiantil en el cual fue jefe de redacción pese a un mal que tuvo siempre: su mala ortografía.

Aun así, Gabo resolvía lo anterior con ser el alumno elegido para leer los discursos en los actos públicos de la institución, ya que desde aquellos años ya era reconocido por contar con un estilo particular para narrar. Esto en parte se debía a las mismas lecturas del colegio e incluso en una época se sentía influenciado por el escritor José Manuel Marroquín. Así como en este extracto:

“…ahora que albando la toca

las altas suenas campanan;
y que los rebuznos burran,
y que los gorjeos pájaran
y que los silbos serenan
y que los gruños marranan
y que la aurorada rosa
los extensos doros campa,
perlando líquidas viertas
cual yo lágrimo derramas…”.

 

Así en Zipaquirá se dieron los primeros pasos de Gabo por el periodismo. Sin embargo esto no duró mucho pues la Gaceta Literaria cerró debido a que el país durante aquellos años estaba bajo censura de prensa y los contenidos le disgustaron al gobierno del momento. Una situación que él –Gabo- vivió en repetidas ocasiones en sus trabajos en los diarios El Heraldo y El Espectador. Suceso que se hicieron repetitivos desde el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán y que causaron cambios en el orden público en los siguientes años.

Transformaciones políticas como estas fueron configurando a García Marquez como un nómada que estuvo por muchos lugares de Colombia en las búsqueda de un sitio plácido para vivir y trabajar, pero sobre todo donde pudo conseguir un grupo nutrido de amigos, muchos de los cuales lo introdujeron de forma gradual en el mundo del periodismo.

Dado su interés por ser escritor, al salir de las secundaria, Gabo se involucró parcialmente con El Espectador como cuentista, labor que siguió haciendo después en El Heraldo y El Universal. De esta manera, siendo aún estudiante de Derecho en Bogotá, conoció amigos involucrados con el periodismo y con ellos empezó a ir a los cafés que frecuentaban figuras como el poeta León de Greiff o Eduardo Zalamea. De esta forma hasta terminó asistiendo a los consejos de redacción, donde empezó a darse cuenta de las posibilidades del reportaje como género literario.

Esa similitud que encontró al ver el reportaje de aquella forma lo persiguió en su carrera por los periódicos ya que en sus primeros trabajos solo pudo realizar notas editoriales mientras publicaba también sus cuentos; circunstancia que refuerza la suposición de que un desarrollo en el campo periodístico también en desarrollo e habilidades literarias.

Solo después de muchos años Gabriel García Márquez  pudo trabajar en reportajes y esto coincidió con darle por fin forma a algunos relatos que antes lo habían dejado insatisfecho. Esta situación es explicable si se analiza que la carrera de Derecho no lo complacía y pensaba en realidad que “no estaba a gusto con mi pellejo (…)” . Por su parte sobre sus días desde que salió de colegio decía que, “al final, después de dieciséis meses de supervivencia milagrosa, solo me quedó un buen grupo de amigos para toda la vida”. Y  son esos amigos los que luego vendrían a proponerle hacer parte del oficio periodística, pero no para escribir cuentos sino para ser reportero.

Así, entre bromas y momentos serios se fue este trabajo hasta el tristemente célebre 9 de abril de 1948. A su vida llegó la duda: ¿Qué voy a hacer de ahora en adelante? Dada la reciente coyuntura, Gabo debió viajar fuera de Bogotá e interrumpir sus estudios, a lo que se sumó el hecho de una precaria situación económica. De esta manera, todo se fue dando para que el joven aceptara en Cartagena trabajar para El Universal y así fue como se integró a su planta donde realizó su nota editorial llamada ‘Punto y aparte’. Allí debió luchar contra la censura en más de una ocasión por abordar temas de orden público en la zona y esto le obligó a en varios ocasiones a escribir sus columnas sin firma. Se hizo célebre una frase recurrente en sus notas “Qué pasó en Carmen de Bolívar”, en referencia a un acontecimiento que involucraba a las fuerzas militares.

Mientras este joven escritor hallaba un estilo para dedicarse de lleno a literatura, fue el periodismo una herramienta que le permitió ir moldeando su método de escritura. De este modo, concibió su trabajo como columnista como una forma de literatura y llegó a hacer trabajos como el del dueño de un circo que perdió su negocio por un naufragio. Sin embargo, de nuevo los vientos políticos en el país cambiaron y esto le obligó a suspender su trabajo e ir donde su familia. Un viaje que le permitió retomar su afición por la literatura y donde se perfeccionó una novela sobre la masacre de las bananeras: La hojarasca. Una obra que solo pudo concluir años después con la ayuda de los recuerdos de un vieja realizado con su madre.

Luego de esta interrupción en su carrera periodística, los amigos de nuestro Nobel lo contactaron de nuevo y le pidieron que trabajara con ellos en Barranquilla para el periódico El Heraldo. En esta ocasión ya firmaba sus escritos con el seudónimo de Septimus y a su columna de opinión la tituló  ‘La jirafa’, por un apodo a una compañera de baile. En ese preciso instante García Márquez ya había asumido seriamente su rol como periodista y su compromiso llegó a tal punto que trabajaba hasta diez horas diarias a pesar de que el sueldo y la condiciones de trabajo seguían siendo precarias.

Fue tanto su interés en aquella época por el periodismo que se juntó en un proyecto con sus amigos Alfonso Fuenmayor, Germán Vargas y Álvaro Cepeda, con quienes fundó la revista Crónica. Esto lo alternó con su trabajo en El Heraldo, lo que le trajo muchas noches de insomnio y resultados mediocres en ambos escenarios. Con el tiempo por tales motivos decidió retirarse de la revista con lo cual el proyectó solo sobrevivió un par de meses.

En realidad solo cuando Gabo entró de lleno a la reportería fue cuando pudo por fin mirar ese sueño que tanto deseada y compararlo con su realidad. Por ejemplo, en un cubrimiento de un derrumbe en Medellín, él tenía pensado devolverse rápido pero descubrió que los medios se habían concentrado en el suceso pero habían descuidado a los sobrevivientes. Dada su visión, logró que esa noticia fuera importante quince después de haber sucedido. Es así como gracias al reportaje Gabo vio de cerca los problemas que padecía Colombia en aquellos años.

En este sentido, creo importante recalcar el hecho de que el autor de Cien años de soledad vio en el reportaje la forma de llegar al fondo de un drama humano en nuestro país como cuando fue al Chocó o habló de los desplazados en el Tolima. Aquellas situaciones complejas las transformó para dar una información lo más global posible. Decía que el reportaje debía ser la mejor forma de expresar la vida cotidiana la noticia generalmente no se encuentra en lo obvio y por eso hay que estar preparado para verla. 

Es famosa la anécdota de Guillermo Cano, director de El Espectador, cuando una tarde expresó “este aguacero es noticia” y la redacción de Gabo trabajó en un cubrimiento de uno de los aguaceros más torrenciales que había tenido la capital hasta el momento. Gabo conjuntamente a su faceta de reportero se desempeñó como crítico de cine en una época donde dicho oficio no era usual y solo  ciertas clases sociales tenían acceso a este espectáculo.

Aunque luego vendrían los reconocimientos literarios es el periodismo desde donde surge el germen de nuestro Nobel de Literatura, no por nada lo llegó a llamar “el mejor oficio del mundo”. Sus técnicas son similares en tanto que Gabo reunía toda la información posible para un reportaje tal como si lo fuera para una novela. Necesitaba de elementos reales y personajes para configurar un relato veraz, no por nada muchos de sus cuentos estuvieron ligados a personas que conoció o que pudo ver en sus recorridos periodísticos.

De esta forma, literatura y periodismo se convirtieron en Gabriel García Márquez en oficios integradores que lo volvieron un exponente único de nuestras letras. Así lo reconocemos muchos y de su legado dan cuenta muchos textos y comentarios, tal como este que le profiere Juan Gossaín: “En manos de Gabriel García Márquez la lengua castellana es como ese hombre que niega a dejarse encerrar en cuatro paredes, se quita el disfraz que le impone la civilización y sale con su taparrabos de colores a buscar sus orígenes”.

Fuentes:

García Márquez, Gabriel. (2002). Vivir para contarla. Bogotá, editorial Norma

Gossaín, Juan. (2002). La gran parranda. En Lectura Dominicales http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-1359983

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Periodista colombiano, curador digital, zurdo e hiperactivo. Cine, gestión cultural, audiovisuales, periodismo y nuevas tecnologías, de eso se compone este sombrero de mago. CARPE DIEM pero, CAVE CANEM.

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