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Me encanta que los jóvenes de ahora cambiaron la palabra hipocresía por “hipotenusa”, la primera siempre me pareció una palabra fuerte y fea, perfecta para su significado, la segunda daba un poco de angustia a aquellos que les aterraba la trigonometría. Particularmente, me parece bonita, como musa, como ilusa, como hipopótamo. A algunos les servía para posar de sabelotodo, posar, sobre todo.

Lo que sí creo es que con la “hipotenusa” de hoy, se le baja tensión a la “hipocresía”, lo usan en redes como una forma de jugar con el lenguaje y agregar un toque ligero a las discusiones. Este cuento del lenguaje móvil me parece toda una aventura, seguro la hipotenusa vino de algún despistado, pero también pudo ser de un creativo sin vergüenza.

Yendo a un tema más serio, sé todo lo polémico que son las adaptaciones del lenguaje, el inclusivo, por ejemplo, ha sido necesario, aunque le moleste a los puristas.

Siempre he pensado que ir al teatro te cambia de alguna forma.  Es difícil salir de una función y no quedarse pensando.  Tuve la fortuna de que esta semana fueron dos. Uno, el lanzamiento del libro de Alfonso Múnera, “Cartagena una ciudad abierta al mundo” en cuyo discurso nombró a afrocartageneros que han sido figuras ocultadas del desarrollo de la ciudad, sin olvidar mencionar lo aportado por los inmigrantes de diversos orígenes, resaltando la pujanza decente que habita en cualquier persona, como insumo esencial para salir adelante en la complejidad de situaciones que afronta la ciudad.  Inspiró y transmitió la confianza para creernos que cada aporte personal vale para la transformación. Sin lenguaje inclusivo, incluyó. Primer dilema.

El segundo, sucedió en el Hay Festival. La escenografía fue la responsable de la reflexión. Es un gran árbol artificial, bellísimo, por cierto, con letras escritas sobre su tronco, sus ramas, toda su superficie, como metáfora que obliga a pensar en todos los árboles que se cortan para la industria del libro. Complicado dilema, porque se necesita de los árboles tanto como de los libros.

Mientras pensaba en los árboles, recordé los e-readers como respuesta de algunos “ambientalistas”. De acuerdo a investigaciones consultadas en un artículo de Popular Science, la única forma de que estos sean menos contaminantes, es que sustituyan la lectura de al menos 60, o 100 libros por persona, al año, (no hay acuerdo en el dato exacto) contando en que tengan, además, una larga vida y adecuada gestión de sus desechos.

El lío real está en los libros que no se leen, en los e-readers que no se usan, en ese afán de producir de más y cargarlo todo en el precio al consumidor, quien siempre lleva las de “pagar”, o en el afán del tener y acumular sin sentido. El lío está en que destruyamos implacablemente pensando en el signo peso y no en lo justo, sin cultura social, como la de compartir los libros, la vida, las cosas, de hacerlos circular, sea cual fuere el soporte.  

En fin, el dilema de la sostenibilidad, la inclusión, o la hipotenusa.

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Qué es lo que recordamos, y qué olvidamos, es seguramente una pregunta difícil de responder.

La mayoría de los humanos somos capaces de recordar experiencias pasadas, o fechas especiales, y hoy en día unos cuantos números de teléfono. Seguramente muy pocos.

Como quizás usted sepa, estimado lector, nuestra memoria parece "guardar" recuerdos de varios tipos; es de cierta forma clara la diferencia entre el recuerdo que se tiene de la fecha de su nacimiento, al que viene a la mente al recordar un libro especial o una película o una persona. Así que hay recuerdos más "ricos" que otros; más llenos, más complejos, si se quiere. Recuerdos que se componen de imágenes y también de sonidos, de olores, de sentimientos e incluso de recuerdos. Recuerdos de recuerdos, como por ejemplo los de los sueños; no es usual recordar directamente un sueño varias horas después de haber despertado, pero si justo al abrir los ojos el personaje se concentró suficiente en lo que acababa de soñar, entonces es probable que en la noche aún lo recuerde.

En fin. Hemos vivido muchas cosas a lo largo de nuestras vidas, pero a medida que pasa el tiempo las impresiones que podamos tener sobre ellas se van como desvaneciendo, como desgastando, y todo de forma natural y progresiva. No se puede detener. Olvidar es algo necesario, he oído decir a algunos, para poder mantenernos concentrados y con los pies en la tierra.

Borges, en su relato Funes el memorioso, nos muestra la realidad de un personaje (se llama Ireneo Funes, es argentino) que, producto de un accidente, no puede olvidar. Es uno de esos argumentos llamativos, formas de experimentos sociales con visos de realidad y casi de periodismo, que le permiten al que quiera imaginar por un momento cómo sería su encuentro con un personaje así de particular. Así imagina Borges la condición de Ireneo:

Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del treinta de abril de mil ochocientos ochenta y dos y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etc. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entresueños. Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero (...) Una circunferencia en un pizarrón, un triángulo rectángulo, un rombo, son formas que podemos intuir plenamente; lo mismo le pasaba a Ireneo con las aborrascadas crines de un potro, con una punta de ganado en una cuchilla, con el fuego cambiante y con la innumerable ceniza, con las muchas caras de un muerto en un largo velorio. No sé cuántas estrellas veía en el cielo.

No sé a ustedes, pero a mí me parece una imagen literaria muy fuerte, uno de los relatos más agradables e interesantes que he leído. Por eso lo recomiendo fuertemente.

Desconozco la existencia de casos reales tan impresionantes como el de Funes. Aún así, sé de varios savants o personas con ciertas deficiencias en ciertas habilidades naturales (autistas, en la mayoría de los casos), que sin embargo parecen verse "retribuídas" en capacidades asombrosas. Es así como algunos hombres, siendo naturalmente incapaces de bañarse y vestirse por sus propios medios, pueden realizar operaciones matemáticas complejas más rápidamente que ciertas calculadoras, y con una exactitud y seguridad asombrosas. Existe también (y éste es un ejemplo bien popular) Stephen Wiltshire, un inglés al que se le diagnosticó autismo a temprana edad, y que tiene la impresionante habilidad de dibujar un paisaje con precisión casi fotográfica habiéndolo visto una sola vez. Algunos considerarán que "mostrarlo" de esta manera equivale a ponerlo en posición de curiosidad de circo; aun así, creo sinceramente que es posible admirar de corazón a este hombre por sus capacidades, sin verlo como un espécimen raro. En este video, Wiltshire es llevado a Tokio para hacer una vista panorámica grandísima de la ciudad.



Interesante, ¿verdad?. Wiltshire se gana la vida de esta forma; dibujando por dinero. Es básicamente lo mismo que hacen algunos artistas callejeros, sólo que no lo hace por física necesidad.

Fenómenos como el Alzheimer o el autismo afectan la memoria humana incrementándola o borrándola gradualmente. En su relato, Borges nos muestra de forma impersonal (y, creo yo, bastante respetuosa) la situación de una persona que se ve afectada por una de estas situaciones extremas; nos hace ver que no es lo que se llamaría una bendición, pero que en cierta forma tampoco puede considerarse algo malo. Es un punto de vista sobre una realidad que toca a pocos, pero que nos permite reflexionar y aprender algo nuevo. La literatura, entonces, nos enseña un poco de realidad a través de la ficción.


dancastell89@gmail.com

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