No podía ser diferente, ¡Si no es sufriendo no es Cardenal! le decíamos a nuestro hijo Tataito, con quien hemos compartido tres finales, ´´El gol de Medellín va a llegar, Santa Fe regaló la cancha y el balón después del golazo de Arias´´. Él sufría en silencio mientras buscaba afanosamente en sus dedos si le quedaban uñas para comer. Nuestra ropa se había secado ya en nuestros cuerpos después de semejante aguacero y por segunda vez vivíamos una final de la Liga en la tribuna del pueblo, Oriental General. La otra había sido con Pasto donde también logramos el título. Contra Nacional fue en Oriental Numerada, la cual perdimos, en el sitio al que siempre vamos durante el torneo y cuadrangulares. Tatao juega en las escuelas de Santa Fe y por eso tenemos entrada al ´todo contra todos´ excepto contra Millos y Nacional por considerarse de alto riesgo.
¡Y el gol de Medellín llegó! Mi hijo, yo, y los más de cuarenta mil aficionados que fuimos al estadio quedamos en silencio y miramos de inmediato el tablero electrónico a ver cuánto faltaba de agonía. ¡No podíamos ser campeones sin sufrir! Andrés Mosquera defensor del equipo paisa embocó de cabeza el empate que se veía venir, y sentimos como una especie de ´preinfarto´, igual que en la final con Pasto, escasamente podíamos movernos en esa multitud, parecíamos embutidos en un gigantesco Transmilenio, asfixiándonos por la angustia y por el sobrecupo. Había gente sentada hasta en las escaleras, como nosotros, obstaculizando las vías de evacuación en caso de una tragedia, y menos mal no la hubo, porque los únicos responsables serían los encargados de controlar el número de boletas con respecto al aforo del ´Coloso de la 57´, como le dicen los narradores deportivos.
Minuto 89, faltaba solo uno para terminar el partido, más la reposición, teníamos que prepararnos para los pelotazos del Medellín, a eso le iban a apostar, a ver si lograban otro cabezazo y forzar así la tanda de penaltis, en donde por parte de Santa Fe de seguro fallaríamos todos, o tendría que cobrar César Pastrana, Agustín Julio, el director de las Escuelas del Club Diego Trujillo, la secretaría de toda la vida de Santa Fe Doña Consuelito, incluso hubiera tenido mi hijo que bajar a la cancha y patear el quinto. Menos mal no llegamos a esas instancias porque nuestro viejo corazón y el joven de Tataito no hubieran soportado tamaño sufrimiento.
Afortunadamente en el arco estaba ´Un Grande´, el arquero de la selección, un ´Camilo Inmenso´ que le dio seguridad a Santa Fe atrás, y para usar una frase de cajón, ´Ahogo el grito de gol de los hinchas de Medellín´, que lo sufrían por televisión, porque adentro del estadio no vimos ninguno, a no ser que estuviera por ahí camuflado.
Fueron los cinco minutos más largos y sufridos de nuestras vidas, nos mirábamos en silencio y estrechábamos las manos intentando despejar esos balones que caían al área de Camilo, en el arco Norte.
Cuando el árbitro pitó el final nuestro abrazo duró más que el mismo partido, el llanto contenido se escapó de muy adentro, y eran más las lágrimas que el agua que de nuevo nos escurría por el aguacero que habíamos soportado, indefensos, resignados y expectantes antes de comenzar la final.
Como padres nuestra alegría, además del título de nuestro equipo del alma, era ver la felicidad de Tataito. En sus catorce años ya ha visto coronarse dos veces campeón a su equipo. Lo habíamos visto sufrir impotentes en la final contra Nacional, pero para usar otra frase de cajón, ´El fútbol da revanchas´, o como diría Gerado Bedoya, exjugador de Santa Fe ´´Eso es lo bonito del fútbol´´, y esta vez Tataito saltaba, cantaba y gritaba sin control. Aún lo hacía en el Transmilenio que nos trajo de vuelta y que en algunos momentos parecía volcarse por el exceso de velocidad y por el sobrepeso y sobrecupo, pues traía casi toda una tribuna del estadio hacía el Ricaurte, y menos mal no se volcó, porque los únicos responsables serían los encargados de vender boletas en la taquilla, aun sabiendo que la estación estaba a punto de colapsar y dejando abordar los articulados sin control.
Mientras pasábamos el eterno túnel de la estación de Transmilenio en el Ricaurte, para hacer transbordo y tomar el lechero camino a la casa, (los festivos no hay expresos y sacan la mitad de la flota disque por que casi no hay gente), recordábamos la vuelta olímpica que nos regaló nuestro Santafecito Lindo, las banderas gigantes, el papel picado, los extintores de humo, la ´lavada tan tremenda´ por ese aguacero que soportamos con fe, el espectáculo que ofrecen la barras bravas que nunca dejan de saltar, las luces de los más de 40 mil celulares tomando fotos sin parar, los aplausos a Camilo, a Armando Vargas y al mismo Omar, quien por lesión solo actuó un minuto en esta final, el reconocimiento a todos los jugadores del club, y a su presidente César Pastrana, con quien tenemos muchas diferencias pero a quien le debemos dos estrellas. Aún no terminábamos de salir del eterno túnel y a nuestras mentes llegaba aún el olor a triunfo, pero nos dolía todo el cuerpo por la fuerza hecha, no podíamos caminar muy bien porque la ropa de nuevo la sentíamos empapada.
Justo cuando íbamos a hacer el transbordo nos encontramos con nuestro cuñado Wilson, quien por no poder vender una boleta de Oriental Preferencial Numerada, que era de nuestro hermano Frank, (y quien por motivos de viaje no pudo asistir), debió ingresar a la final ´a la fuerza´, en silla numerada y tribuna techada, como abonado frecuente e hincha del equipo. Nos contaba maravillado la experiencia vivida, y cómo, después de casi veinticinco años, regresó al estadio a disfrutar semejante espectáculo sin proponérselo.
Al llegar al apartamento, y luego de un baño, una pijama y una bebida caliente, y después de hacer la novena con más fervor que nunca, como agradecimiento a la Virgencita por ese título, mi hijo tuvo la valentía de volver a ver el partido que había grabado en el deco, para revivir la angustia sufrida, y porque algún amigo le dijo que había salido en televisión. Nosotros nos acostamos pronto porque debíamos madrugar a escribir estas líneas, sin analizar tácticas, sin desglosar estrategias, sin hacer un resumen del partido, sin hacer un minuto a minuto, sin pontificar, sin posar de eruditos, sin juzgar y sin condenar, sin pretender hacer una crónica especializada acerca de cómo se logró la octava estrella y de la temporada de Santa Fe en este segundo semestre, eso lo haremos después con cabeza seca y fría, solo queríamos plasmar lo que sentimos papá e hijo en esta final, donde dejamos todas las lágrimas en la cancha, donde se nos ´fracturó´ nuestro corazón, donde se nos ´esguinzó´ el alma, y donde se nos ´tronchó´ la garganta. Pero valió la pena, porque por este equipo hay que sufrir, por este equipo hay que esperar, por este equipo hay que llorar, por este equipo hay que gozar y disfrutar, y por este equipo hay que empezar de nuevo, pero nunca terminar, porque la esperanza, la pasión, la fe siempre están ahí……
¡Santa Fe Campeón, si no es sufriendo no es Cardenal!
giovanniagudelomancera
periodista
Tarjeta Profesional #8356 Expedida por el Ministerio de Educación Nacional
síganos en twitter @giovanniagudelo
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El fútbol se presta para compartir con la familia, especialmente padre e hijo. Sin duda alguna ser hincha de un equipo es algo que se hereda.
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Así es David, gracias por tus palabras y tu comentario. Abrazo fuerte, bendiciones y felices fiestas
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