Regresé a Medellín. Creía yo que iba a pasar día y noche en el cementerio, pero fui una sola vez y aprendí que en toda la ciudad ese es el lugar en el que menos se puede encontrar a Alejo. Otros espacios más cotidianos, en cambio, están llenos de él. Es más, descubrí...
De todos los síntomas que dicen que tienen los familiares de las personas que se suicidan, el que más me aqueja es el miedo a olvidar a Alejo. Que mi cerebro deje de procesar los recuerdos juntos o de su muerte y se los empiece a saltar, para evitarme dolor. No puedo permitirme el olvido. […]
3 meses después resulta que la vida no ha salido tan mal. Sigo rindiendo, aunque sea a media marcha. Me pierdo y alguien me ayuda a retomar. Me quiebro y puedo llorar en silencio, con Beatri o en el puesto de trabajo. Hay días en que puedo hacer chistes y hasta bailar. Sonrío...