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Hola Mónica.  Me dio mucha alegría verlas de nuevo, gracias por la foto, se ven regias. Dra. Bustos, gratos recuerdos y experiencias compartidas en la empresa.  Imagínate, ya ha pasado un poco más de una década de nuestro regreso a Colombia.  Por favor, un especial saludo a Nancy, Betty y Fanny, y a todos los amigos que tuvimos el gusto de conocer en esas bellas y acogedoras tierras.  Me comentabas que en ese encuentro hablaron de aquel inusitado y bochornoso acto ocurrido la noche de la capacitación general, cosa que al día siguiente me trajo nefastas consecuencias.  Te escribo esta carta de descargos con mi versión de los hechos.

Imagen 1. Mis queridas amigas y compañeras de Ecuador. Imagen cedida por MB

Imagen 1. Mis queridas amigas y compañeras de Ecuador. Imagen cedida por MB.

Como recordarás, con el apoyo de varias áreas de la institución, diseñamos y construimos una plataforma tecnológica que impactaría positivamente a nuestra organización y especialmente, a la comunidad en general.  Después de muchos esfuerzos había llegado la hora de ponerla en producción, estábamos felices y orgullosos de haberlo logrado. Lo único que faltaba era la capacitación de nuestra área a nivel nacional para que entrara a operación, es así como se organizó dicha capacitación para un fin de semana, de jueves a sábado.  Varias personas viajaron desde las diferentes provincias hasta la casa matriz, ubicada muy cerca del Malecón 2000, sitio turístico por excelencia de la ciudad de Guayaquil.

La charla de formación avanzó animadamente cumpliendo con lo que estaba planeado.  Al día siguiente, Nancy, nuestra jefe, nos sorprendió con una especial invitación para aquel viernes: compartir una velada nocturna nada más y nada menos que navegando por el río Guayas, a bordo del Barco Pirata.  El muelle estaba muy cerca de la oficina.  Para el remate de la jornada, se nos ocurrió ir a un bar-discoteca que era el boom del momento, situada a tres cuadras.  Pensé —voy a la velada y luego los acompaño un ratico a la disco; eso sí, no podré tomar nada porque me toca manejar —. Precisamente, yo tenía el carro en un edificio de parqueaderos aledaño.  Contábamos con la ventaja que todo quedaba muy cerca entre sí, hasta los hoteles donde se estaban alojando.

Así fue como lo hicimos, abordamos el Barco Pirata, fenomenal experiencia, el clima era perfecto, soplaba una fresca brisa, sentíamos el suave vaivén sobre las olas, en la distancia las luces de la ciudad, además, rodeados de la estupenda compañía de personas tan especiales; y claro, no podían faltar unos deliciosos piqueos de la región. ¡Qué buen programa!

Imagen 2. Malecón 2000, sector norte, Guayaquil, Ecuador. Tomada de Kiyoshi en Unsplash

Imagen 2. Malecón 2000, sector norte, Guayaquil, Ecuador. Tomada de Kiyoshi en Unsplash.

Luego pasamos a la discoteca, cuando llegamos, a eso de las ocho y treinta de la noche, estaba prácticamente vacía, parecía reservada exclusivamente para nosotros.  Debo resaltar que mis compañeras eran muy animadas y les encantaba bailar, en cambio los hombres no lo éramos tanto, más bien “muy rogaos”.  Sin embargo, el ambiente se fue poniendo divertido, nos animamos, inventábamos coreografías, hacíamos el trencito, saltábamos.  Alguien apareció con una botella de tequila, mientras bailábamos, nos ofrecían a cada uno un pequeño shot, ¡cómo negarse a tan acogedor ambiente!  Nos fuimos entusiasmando. Después sacaron otra botella.

A las once de la noche empezó a llenarse el lugar; alguien me dijo que esa era la costumbre, llegar tardecito, que la gracia, según ellos, era amanecer bailando y regresar muy temprano a casa: a las seis de la mañana, sí, muy tempranito, ja ja ja.  Nosotros nos quedamos un rato más, estimo que hasta las doce, doce y media; al fin y al cabo, la capacitación continuaba en la mañana.  Salimos todos del lugar, afuera junto a la puerta principal, nos agrupamos de nuevo, nos despedimos y cada uno se marchó.

Mónica, cómo te parece que el sábado, me levanté para continuar con la capacitación, pero tenía un chuchaqui o guayabo que llaman ¡qué hágame el favor!  Llamé a Nancy y le dije que llegaba más tardecito, ella me respondió que listo, que no había ningún problema.

Me bañé, me arreglé, tomé mi maletín, busqué las llaves del carro y sólo encontré el llavero. —¿Cómo así, y las llaves? —me pregunté, y seguí buscando las benditas llaves y nada. Con disimulo fui hasta el parqueadero, a mirar si estaban por algún rincón, quizás se me habían caído.  Sorpresa, la camioneta no estaba.  —¡Oh, Dios mío! ¿Y la camioneta? —exclamé en voz baja, entré en pánico.  Para ser sinceros, no recordaba cómo había llegado a la casa y menos, qué había pasado con el carro, ay juemadre.  —Una Toyota Prado no pasa desapercibida tan fácilmente. ¡Trágame tierra! —me dije angustiado —¿Por qué me ocurre esto a mí?

Pasé por el comedor y mi esposa me dice:

—Anoche llegaste “happy, happy”, se nota que la pasaron muy bien.  Oye, ¿y el carro? —esta pregunta me tomó completamente fuera de base, no sabía qué contestarle —lo dejaste en la oficina, o ¿dónde quedó? —preguntó.

—¡¿Ah?!… Pues claro, en la oficina por supuesto.  Yo estaba prendidito, cómo iba a manejar en ese estado —le contesté tartamudeando. Ella no se tragó del todo ese cuento, pero no me dijo nada más.

Mónica no te miento, salí para la empresa, rezaba por todo el camino para que el carro apareciera en buen estado. Armé tremenda película: «¿Será que me encontré con un retén y los agentes se lo llevaron a los patios del tránsito? ¿O me choqué, me di a la fuga y lo dejé abandonado? ¡Carajo! ¿Me lo robaron?  Hasta pensé que iba a mil rumbo a Samborondon, por el puente volé, al mejor estilo de “Rápidos y furiosos”, sí, volé sobre el río Daule y salté » ji ji ji.

La llegada se me hizo eterna, sentía vergüenza preguntarles por el carro.  Abrí la puerta del salón suavemente para no interrumpir y me asomé, Oscar Matamoros estaba exponiendo, y me dijo sonriente:

—Eh, Gustavito sígase, bien pueda.  Está como en su casa.

—Uy, ¡sobrevivió, sobrevivió! —gritó la delegación de Quito encabezada por Cristi y Andrea, y aplaudieron —pase, pase no más doctor —me decían tomándome el pelo, y yo me puse rojo como un tomate.  Para acabar de ajustar, todos estaban allí, el único que se retrasó fui yo.

Entre risas y chistes de los compañeros, me senté y tomé atenta nota mientras llegaba la hora del receso para poder preguntar por el vehículo, esa espera del break se me volvió interminable.  El último vago recuerdo que tenía de la noche anterior, era que estaba hablando con mi jefe en las afueras de la discoteca, y luego me despedí. Cuando llegó la hora del break, me llené de valor, me acerqué a Nancy y la invité a que nos hiciéramos en un costado; estaba ansioso, sin pensarlo dos veces le pregunté con discreción por las llaves y el carro, y me contestó:

—Gus, no, yo no sé nada de llaves y menos de carros —y frunció el ceño.

¡¿Quééé?! Ella era mi única esperanza.  A mí se me bajó todo, se me quería salir el corazón, me puse pálido, entreabrí la boca, no modulaba.  Nancy me miraba con tono serio y extrañada.

—¿Seguro Nancy? —balbuceé.

—¡Seguro! Cómo me voy a poner a jugar con un tema tan serio. ¡Me extraña!  Yo no sé nada del carro —respondió con firmeza sin inmutarse y me miró fijamente, no tenía ninguna expresión de duda.  Sentí que me iba a desmayar, respiraba entrecortado, me encomendé a la virgen y a todos los santos.

Me vio tan mal, que puso sus manos en mis hombros para que no me cayera, imagino que pensó que me iba a dar un patatús, y me dijo calmadamente:

—Tranquilo, Gus.  Respira, uno, dos, tres; respira, uno, dos,…¿Quieres agua? Te veo algo descompuesto. ¿Qué te pasa? —ella seguía muy seria, preocupada por mi salud.

Lancé un suspiro, quería llorar, se me chocolatearon los ojos, desfallecía, sudaba frío, no me salían las palabras.   Volvió a mirarme, no pudo contenerse, me abrazó tiernamente dándome fortaleza.  Cuál que me abrazó, no pudo contenerse y soltó una carcajada.

—Gus, mi Gus… —intentó hablar, pero no pudo, la risa no la dejaba, yo la miraba sorprendido. Por fin alcanzó a decirme:

—Tranquilo Gus, tranquilo, ja ja ja, ¡qué cara tienes!  Yo sí tengo las llaves… —la risa no la dejaba terminar —…el carro está en el parqueadero —yo la miraba atónito sin creerle nada.  Ella asintió con su cabeza.

—Sí Gus, el carro se quedó ayer en el edificio donde lo parqueaste —afirmó Cristi.  Yo casi las agarro a besos. ¡Me volvió el alma al cuerpo!  Creo que esa mañana bajé como diez kilos por la fuerza que hice.

Dra. Bustos, definitivamente tu jefe es muy maldadosa, ¡qué risa!  Casi me mata del susto. Envíale un inmenso abrazo de mi parte.

Ah, algo más.  Después que se me pasó el guayabo, logré recordar que al salir de la discoteca, con unos cuantos tequilas encima,  nos empezamos a despedir.  El sereno de la madrugada me golpeó, me descompuso; seguro que no fue el tequila sino ese vientecillo helado de la madrugada el que me puso así.  Puedes creer que hasta me volvió políglota, ¡ya estaba hablando en sueco!  Me llené de valentía y caballerosidad, me ofrecí a llevarlas al hotel, sabía que en ese estado no debía manejar, sin embargo, porfiadamente persistía.  Les dije con firmeza:

—Nosotros las llevamos hasta el hotel, en el carro nos acomodamos hasta siete, ni modo que se vayan en taxi —hablaba arrastrando las palabras en perfecto sueco, ¿o sería en húngaro? —nosotros los guayaquileños somos muy atentos con la visita, y no podemos dejarlas botadas en mitad de la calle.  Vamos, ¡vamos!

Las muchachas decían —no te preocupes, Gus tranquilo… cómo se te ocurre… estamos cerquita del hotel… no hay necesidad, nosotras estamos juntas… —pero yo insistía e insistía sin importar el oso que hacía. Ahí fue donde apareció la sagacidad de Nancy, diciéndome:

—Gus, ¿y tienes las llaves de tu auto?  ¿No las habrás botado con esa brincadera en la pista de baile?

—Nooo, aquí están.

—Muéstrelas, no las veo.

Y yo sacando pecho, orgulloso las alcé con la punta de los dedos y empecé a moverlas como diciendo — “aquí están, lero, lero, candelero…” —y ¡zas!  De una, Nancy les echó mano, yo alcancé a medio sujetarlas, forcejeamos un segundo, sentí que se reventaban, ella quedó con las llaves y yo con el resto del llavero.  Le rogué, le supliqué que me las entregara, se negó y me advirtió:

—No, no puedes manejar en ese estado. Vete en un taxi para tu casa —me ordenó. Yo quedé pasmado, quise hablar, entonces, alzó su mano, clavó su mirada en mí y exclamó —No vayas a intentar acercarte porque grito —.  ¿Y quién se le arrima a mi jefe cuando se pone como una tigresa?  ¡No tiene ni cinco de riesgos! Yo no soy tan audaz y temerario.  Ni John Wick se atrevería a tanto.  Así que le hice caso y salí cual perrito regañado, tomé un taxi hacia mi residencia. El resto de la historia… el resto ya lo conoces.

­ Un abrazo.

Imagen 3.De fiesta. Tomada de Sam en Unsplash

Imagen 3.De fiesta. Tomada de Sam en Unsplash.

 

Relato anterior

Amigos en los buenos y en los malos ratos

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