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Cada vez que escribo sobre Pink Floyd -que tampoco ha sido mucho- me doy cuenta de que estoy en la misma sintonía musical que muchos lectores y aficionados al rock, lo cual me entusiasma dada la cantidad de basura prefabricada que existe y existirá en todas las épocas.

Hace unos meses, a propósito del nuevo álbum de David Gilmour, escribí una entrada sobre los trabajos en solitario de los integrantes de Pink Floyd, y, desde esa perspectiva, conté un poco de la historia de esta gran banda de rock progresivo (Ver ‘Pink Floyd por separado‘). Y precisamente en esos dimes y diretes que se arman en los comentarios, un lector me señalaba la vieja discusión sobre si un grupo sobrevive a la salida de su líder: Pink Floyd sin Roger Waters ya no era Pink Floyd, sino a lo mucho una banda tributo dirigida por Gilmour para aprovecharse de los nostálgicos y explotar comercialmente el nombre. Por lo tanto, los álbumes A Momentary Lapse of Reason, The Division Bell y The Endless River serían cualquier cosa menos un producto de Pink Floyd.

En todo caso, estoy de acuerdo en que la particular química entre los integrantes de cualquier grupo en un momento determinado le da un sonido único, por eso la salida de una pieza fundamental, ya sea por su desaparición o porque emprende otros proyectos, hace que ya nunca sea lo mismo. Algunos grupos han sabido sobrellevar estos procesos traumáticos con éxito, pero otros no tanto. Ejemplos clásicos entre los que sobrevivieron y se reinventaron: AC/DC, nunca fue lo mismo tras Bon Scott, pero me gusta más con Brian Johnson. Black Sabbath con Ronnie James Dio es impresionante. Iron Maiden no sería lo que es hoy si no se hubiera ido Paul Di’anno. Helloween se reinventó con éxito tras la llegada de Andi Deris. Y aunque aún extrañamos a Layne Staley, el nuevo Alice in Chains con William DuVall en la voz suena muy bien. Y algunos proyectos no tan buenos, desde mi gusto personal, Genesis sin Peter Gabriel, Fleetwood Mac sin Peter Green, y, definitivamente, Guns N’ Roses sin Slash ni Duff McKagan.

Sea como fuere, los álbumes posteriores a The Final Cut (último álbum de Roger Waters con Pink Floyd) son para Gilmour y Richard Wright como una liberación de las imposiciones bien conocidas del otro genio creativo que fue Waters. En últimas, Pink Floyd, como toda gran banda, era esa amalgama de talentos conflictivos, y David Gilmour, como una de sus piezas fundamentales, pienso que tiene toda la autoridad y el talento para ponerle el nombre de Pink Floyd a lo que él quiera. Por eso, The Endless River, si bien tiene pasajes monótonos, es como un regalo final que le hace Gilmour a los fans de la banda. De lo contrario, nunca hubiéramos escuchado una canción como ‘It’s What We Do’, que, para mí, ya valió el esfuerzo de recopilar esas piezas perdidas del The Divison Bell y hacer esta especie de réquiem para una de las bandas de rock más grandes de todos los tiempos.

Twitter: @tornamesa_blog

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