Lo repito: si las gallinas tuvieran voz, ya estarían haciendo un referendo por la vida. Y si tuvieran voto, ya habrían instaurado el fin de la pena de muerte a manos de los frigoríficos, habrían declarado persona no grata al Ministro de la Protección y de paso nos habrían dejado sin sancocho. Y no es para menos. En este momento hay 9 millones de gallinas que están en ‘levante’, como dicen los expertos. ¡9 millones! ¡Más que la población de Bogotá! Las están alimentando, las están haciendo más grandes y más fuertes, las están dejando que pongan huevos, para después ¡zaz!, decretarles la pena de muerte.
Ya hay 2 millones de gallinas ‘encasetadas’ (como dicen los expertos), que en criollo equivale a decir que son las que están en el pabellón de los condenados a muerte. Las otras 7 millones, hasta ahora vienen en camino. No saben lo que les espera. Y si lo supieran, serían las organizadoras del referendo por la vida. Pero no. A ellas no hay quién las defienda. Por eso, lo único que les queda es luchar por su derecho a morir dignamente.
Desde que nacen, están condenadas. Sus verdugos, los avicultores, las dejan vivir 80 semanas en lo que ellos llaman ‘el tiempo de postura’ o de reproducción. Luego, las declaran ancianas y las mandan a la guillotina.
Y como si fuera poco, ahora salió el señor ministro de la Protección Social, Diego Palacio, a decidir cómo es que deben morir. A través de un decreto, que se semeja a los de la inquisición, determinó que las gallinas, de ese día en adelante, no podrán morir a manos de las abuelas y de las campesinas colombianas, en la familiaridad de sus granjas, en los patios o las cocinas de las fincas, sino a manos de unos desconocidos hombres y de unas desconocidas mujeres vestidos y vestidas totalmente de blanco, con capuchones (que no son capuchas, valga la aclaración)y guantes de latex, colocados en estricta formación horizontal a lo largo de toda una línea de producción.
El Ministro no lo dice, pero lo que esconde el macabro decreto es la orden implícita de que a las gallinas no les tuerzan el pescuezo, sino que mueran lentamente, colgadas primero de un gancho, luego aturdidas por un ‘insensibilizador’ (así lo llaman los avicultores para acallar las posibles protestas de defensoras de los animales) y posteriormente electrocutadas. Lo peor de todo es que cuando la gallina siente el corrientazo, no se muere. Su corazón sigue bombeando, le hacen un corte en el cuello con un cuchillo y la dejan morir desangrada. Es decir, que después de engancharlas, aturdirlas, electrocutarlas y cortarlas, ¡las matan de anemia!
Por eso es que si las 7 millones de gallinas que vienen ya supieran su terrible destino, se organizarían para luchar por el derecho a morir dignamente. Si las van a matar, que las maten con dignidad. Que las dejen correr por todo el corral perseguidas por su dueña, que las dejen aletear y cacarear hasta más no poder, que las dejen botar las plumas que quieran entre el corral y la alberca. Además, que les permitan morir a manos de quien ya conocen y no de unos extraños seres forrados en blanco, por más limpios que parezcan. Y, sobre todo, que les permitan dar su último suspiro de un solo jalón de pescuezo y las dejen sembrar con su sangre el terreno que ya han conquistado.
No, señor Ministro. Usted no puede acabar con la dignidad de las gallinas. Ni tampoco con el placer que ellas deben sentir al dejar este mundo sabiendo que sus carnes habrán de comérselas sus propios dueños, o los amigos del pueblo, o los clientes de Doña Nieves, y no unos ilustres desconocidos de quién sabe qué territorios. Ese cuento de que si las matan en el corral pueden quedar con microorganismos o con materias que pueden intoxicar al comensal es eso: puro cuento. No conozco la primera persona que se haya intoxicado por una gallina. Ese cuento de que no se pueden matar en el corral es para que se ganen la platica los grandes, los que ya tienen plata. Y en cambio, que se friegue la señora Ofelia, la que se mata todos los días corriendo las gallinas, dándoles maíz, culequéandolas, concintiéndolas. Porque si mañana ella sale a la plaza a vender las cinco gallinas de turno, le puede salir por ahí el Ministro de la Protección, en forma de agente de sanidad, a declar esas gallinas como de alto riesgo y de paso a dañarle el negocito.
No hay derecho. ¡Que vivan las gallinas criollas! ¡Que viva su derecho a morir como ellas quieran y donde ellas quieran! ¡Que vivan sus dueñas, las campesinas! ¡Que vivan…. las gallinas … criollaaaaaaaas….!.
Mea culpa, me gusta la carne, pero siento ternura por todos los animales, tengo una mascota (can) que, solo le falta hablar; Los sacrificios debieran de ser con respeto por los animales sentenciados tomando en cuenta que ellos sí presienten la muerte; Pero a propósito del tema, convivimos con algo aberrante y nadie hace nada, los zorreros infames que flagelan hasta la muerte a caballos desnutridos y enfermos y luego venden su cadaver a mataderos clandestinos, estos zorreros además, utilizan la zorra como pantalla y se dedican al atraco y violación, pero a los políticos les importa un carajo, porque necesitan es electores
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Bendito ministro, ya no halla ni que inventar… eso si es una cortina de humo… ministro, ministro, que usted está relacionado con la yidispolítica… tranquilos, lo que vamos a hacer es matar siempre las gallinas en matadero y no retorciéndoles el pescuezo como lo hemos hecho toda la vida… que curioso, no?
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Después de lo que he visto en TV, de la forma en que crían a las gallinas, como las hacen crecer a las malas en poco tiempo, como a veces están enfermas y no pueden caminar bien pero igual las comercializan… dejé de comer pollo.
Si vamos un poco más allá y pensamos en el sufrimiento y el miedo, la tensión que siente cualquier animal cuando lo matan…y en que esa energía se transmite a quien se lo coma, porque igual era una vida…entonces la mejor opción sería ser vegetariano.
Recuerden la enfermedad de las vacas locas, la gripa aviar. Si pasara uno un dia en un matadero o en un galpón viendo como crían y matan a los animales seguro que lo pensaría dos veces antes de comer carne.
A pesar de que fui carnivora unos 25 años….yo lo pienso dos veces….
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Que viva su derecho a morir como ellas quieran y donde ellas quieran? NO COMPRENDO.
ellas jamas decidirian morir extranguladas como usted supone que es una muerte «digna»….
todo ser vivo tiene el mismo derecho a libre desarrollar su conciencia sin sufrimiento…
usted ama la vida? ellas también! no se que tiene de humano ni de divertido su articulito cuando
creo que usted es de los que pagan para que otro mate y luego sepultan los cadávares de sus victimas de en el estomago… lo invito a que se de una pasadita a pensamiedos.blogspot.com y se decida a
enfrentar el conflicto ético que padece… definitivamente la cordura ya es cosa de locos…
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Si la justicia —no la colombiana, sino una kármica, budista, para la que valen tanto los humanos como los insectos— fuera la aplicación del dicho «el que a hierra mata, a hierro muere», tendríamos la oportunidad de ver al señor ministro desnudo, golgado de un gancho y desangrándose mientras le aplican unos cuantos miles de watios de la manera más aséptica imaginable, para que en la hora de su muerte no se contamine y luego no cause daño a los gusanos que se lo almorzarán. La naturaleza prescribe que nos alimentemos unos de otros, eso es inevitable, pero en ninguna parte se inventó la industrialización de la muerte, la carta civilizatoria de la masacre más impune que se pueda imaginar.
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Si la justicia —no la colombiana, sino una kármica, budista, para la que valen tanto los humanos como los insectos— fuera la aplicación del dicho «el que a hierra mata, a hierro muere», tendríamos la oportunidad de ver al señor ministro desnudo, golgado de un gancho y desangrándose mientras le aplican unos cuantos miles de watios de la manera más aséptica imaginable, para que en la hora de su muerte no se contamine y luego no cause daño a los gusanos que se lo almorzarán. La naturaleza prescribe que nos alimentemos unos de otros, eso es inevitable, pero en ninguna parte se inventó la industrialización de la muerte, la carta civilizatoria de la masacre más impune que se pueda imaginar.
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