Cuando el jefe de Redacción de Colprensa me dijo que hiciera una entrevista a Fernando González Pacheco, nos pusimos cita con él en el teatro Colsubsidio, después de la grabación de ‘Compre la Orquesta’.
Esa vez, un día de junio de 1987, el programa no lo hacía él, sino lo conducían los mejores presentadores de ese momento, como un homenaje a los 30 años de vida profesional de Pacheco.
De entre el público empezó a gritar un hombre hasta que se hizo entender y logró que lo dejaran participar antes que los demás. Era Pacheco, con una peluca y un particular atuendo, haciendo uno de sus Inmejorables shows.
Me puse a pensar entonces en lo que transmitía Pacheco. Y empecé a sentirlo allí, a quererlo, a ver su humildad, su alegría, su espíritu de niño. Me llenó el alma de paz. Y comprendí entonces que Pacheco no era solo un hombre, sino que era un símbolo de paz. Transmitía paz, llenaba de paz un escenario, la irradiaba a millones de hogares colombianos a través del televisor.
Por eso, cuando nos vimos para la entrevista, solo le hice tres preguntas relacionadas con la paz. Y luego escribí una nota para los periódicos de Colprensa, que titulé ‘Pacheco: un verdadero símbolo de la paz’.
Hoy quiero compartir con ustedes apartes de esa entrevista, porque no encuentro el texto completo, pero que guardan la esencia de la misma.
Empieza y sigue así:
“Cuando se enciende el televisor en cualquier horario, en el que aparezca allí la imagen de Fernando González Pacheco, se empieza a respirar un aire de paz, de tranquilidad, de alegría, de informalidad.
Aquellas duras cargas que Colombia lleva sobre sus hombros, esos difíciles momentos, esos amargos instantes, parecen tener un paliativo llamado Fernando González Pacheco.
Por unos momentos parece que la paz hubiera llegado a los hogares colombianos. No importa si es animando, actuando, cantando, bailando. Es un hombre que en 30 años de vida artística se robó el corazón de los colombianos, lo unió al suyo y se dio a la tarea de hacer un mundo más sano, a su manera, con altura, nobleza, ternura y sencillez.
Él mismo confiesa que desde niño su padre, Doroteo González, le dijo que tenía la propiedad de hacerse querer de los demás. El destino lo comprobó. Y ahora, Fernando González no es solo un personaje nacional, sino un verdadero símbolo de la paz.
Cuando un niño lo encuentra en la calle, un ama de casa lo llama a la programadora, un anciano lo busca incesantemente para verlo nada más, o un joven se divierte con su carga de chistes de todo color, Pacheco está sembrando la paz como una muestra de que cada colombiano puede hacer algo por esta.
Comprando la orquesta para un acto benéfico, jugando en el grupo de ‘Estrellas de la televisión’, toreando, saltando en paracaídas, personificando al gran amigo de ‘El Viejo’, Pacheco va, día a día, dejando una semilla de amor, ternura, entrega y altruismo.
Luego de 30 años de vida artística, cuando inicia otros tantos más, “hasta que el público me aguante”, no hay homenaje para Fernando González. Simplemente porque se quedan pequeños.
360 meses después de que por primera vez apareció en la pequeña pantalla, y haciendo referencia a uno de los tantos calificativos que le han otorgado, asegura que se debe tener en cuenta que “con la cara y la barriga mía, si no soy tierno no tengo ningún chance. Tengo que ser por lo menos tierno”.
Califica la ternura como la bondad y la dulzura unidas. Dos elementos que irradia donde quiera que esté.
Sin embargo, llega el momento de hablar de dos términos: la violencia y la paz.
Su rostro afable, radiante, espontáneo, cambia rotundamente, como también el tono de su voz y lanza una expresión: “En este país no hemos podido entender todavía cuán grande es la diferencia entre una y otra. Pero no solo la diferencia en su significado, sino lo distinto que es vivir en paz a vivir con violencia”.
Explica que no le gusta dar sermones, peo sigue con su rostro rígido y piensa en los niños y la violencia que se les permite.
Enérgico y con un asomo de furia, asegura que “una de las cosas que más me impresiona es este país es ver un par de chiquillos peleando en la calle y la gente haciéndoles barra a ver quién le pega al otro. Eso me parece horrible, porque eso es ya la manifestación de la violencia desde niño. La violencia es horrible en todos los aspectos”.
Entonces toma un poco de aire, guarda unos segundos de silencio y como si estuviera pensando para sus adentros agrega: “no sabemos nosotros lo que perdimos cuando la perdimos (la paz). Y no sabemos nosotros lo que ganaríamos el día que tuviéramos paz”.
Casi como haciendo un análisis personal de las circunstancias que hacen la violencia, habla del desempleo, de “unas diferencias sociales realmente monstruosas en este país” y repite una frase: “a sembrar la paz para obtener la paz”.
Pacheco explica que no es tan fácil decirle a quienes viven angustias que vivamos en paz y concluye afirmando que “no es solamente hablar, sino hacer”.
Y no habla más. Porque el verdadero significado de la paz, de lo que cada uno puede hacer por ella, lo da a conocer Pacheco día a día, en cada uno de sus programas, con su actividad diaria, con la ternura de un hombre que es todo menos un ‘galán’ de la televisión, sino que está hecho de bondad, de sencillez y de amor por la vida, que él mismo irradia.
@VargasGalvis
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