Aquel día James metió el gol. Sus compañeros se le abalanzaron pero él les señaló que no, que lo siguieran más bien y en segundos todos entendieron, corrieron hacia donde estaba el profesor Pékerman y se unieron en uno solo, con él en el centro, con las lágrimas rodando las mejillas.
¡Qué hermoso abrazo! No había que hablar más. Todos sentimos que se nos arrugó el corazón, porque todos sabíamos lo que había pasado: la madre del profesor había fallecido. Y él, allí, junto a la línea lateral, estaba con el corazón roto, pero al frente de sus muchachos, impulsándolos, cuidándolos, con su alma colombiana que lo hizo querer por todo un país.
Los muchachos le hicieron ese homenaje, que no se le hace a cualquiera. Para hacerlo hay que quererlo, hay que amar a ese ser humano, hay que sentir que ese hombre se nos ha clavado en el alma, hay que tenerle mucho respeto, hay que hacerlo parte de nuestro propio ser porque se lo ganó, con cada frase, con cada actuación.
Ya todos dirán lo bueno y lo que no les gustó de Pékerman al frente de la selección. Habrá análisis. Sus contradictores estarán felices. Sus admiradores, tristes. Pero hay una cosa que nadie podrá negar: que ha sido el más grande hombre que hemos tenido al frente de nuestra selección.
Pékerman está más allá de todo eso. Con su partida no solo se nos va el técnico de la Selección: se nos va un sabio, un gran maestro, un hombre que nos enseñó humildad, que nos enseñó serenidad, que sin hablar tanto nos dio excelentes lecciones de vida, en el triunfo y en la derrota.
No puedo imaginar a un colombiano a quien no le haya impactado algo de Pékerman. No puedo imaginar la Selección sin él. No puedo imaginar lo que estará sintiendo ahora, pero puedo afirmar que estas son horas amargas para Colombia.
Las cifras de sus logros no importan mucho ahora, porque todos las conocemos y las llevamos en el corazón desde cada vez que cantamos ‘Gooooooool’ o cada vez que lloramos por una pérdida.
Más allá de las cifras, Pékerman nos enseñó que es un padre verdadero con sus dirigidos. Nos lo enseñó cuando consentía a James que salió llorando del campo, o cuando lo hacía con otros de sus jugadores, o cuando abrazaba a uno de ellos o le daba una palmada en la espalda en verdadero gesto amoroso, en las buenas o en las malas.
Un equipo de fútbol es una familia y nuestra Selección aprendió a serlo en grande bajo el liderazgo del profe.
Nadie olvidará el sueño que vivimos en el Mundial de Brasil. Lloramos, cantamos, bailamos el Ras Tas Tas al ritmo de cada uno de esos muchachos que se partieron el alma en la cancha siempre bajo la tutela del gran Pékerman.
Tampoco olvidaremos el Mundial de Rusia. Otro sueño y otro equipo ganador, aunque no hayamos pasado a cuartos de final. Hoy el mundo sabe que la nuestra es una de las mejores selecciones del mundo, gracias a Pékerman. Hoy somos grandes, gracias a él.
No hay reemplazo. Jamás se podrá reemplazar a ese hombre que se ganó el cariño y la admiración de los colombianos, porque fue también el filósofo dentro y fuera de los estadios, que nos enseñó lo que es la entrega a los demás, el respeto por los sueños de los demás, el amor y la comprensión de un padre, la pasión por un país y la entrega a toda una nación que es suya.
Hoy le decimos al profesor José Néstor Pékerman ¡GRACIAS, INMENSAS GRACIAS! Jamás tendremos cómo pagarle lo que hizo por Colombia, por la Selección y por cada uno de nosotros, porque usted se convirtió en un influenciador que también nos enseñó a respetar, a creer en nosotros mismos, a querer cada vez más a nuestra Patria y sentirnos más orgullosos de ser parte de ella.
Hoy es un día triste. Pero sepa profe que usted nos dejó un pedacito de su alma en el interior de la nuestra. Gracias, millones de gracias.
@Vargas Galvis
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