Le pregunté a un muchacho de 20 años cómo lo había afectado la caída de WhatsApp. “Eso no pasa nada, para eso hay SMS y las llamadas. Son mejores las llamadas. Y para eso también está Telegram”, respondió.
Me sorprendió porque pensé que me iba a dar otra respuesta, como que no se pudo comunicar con su novia, que había tenido una cita y la perdió, o que no se había podido comunicar con sus padres. Así de simple, fue desechando las virtudes de WhatsApp.
Y tiene toda la razón. Quedarse sin WhatsApp no es el fin del mundo. ¿Acaso, cómo nos comunicábamos antes de que existieran las redes?
Le pregunté al mismo muchacho que si había conocido los beepers. ‘No, no los conozco. ¿Son un grupo musical?”, respondió. “Claro, es que usted no había nacido cuando existieron”, le dije.
El beeper es un aparato pequeño, que se podía incluso llevar con un estuche agarrado del cinturón, a través del cual unas personas les enviaban mensajes a otras, utilizando ondas radiales. El problema era que para hacerlo tenían que llamar a una central (había más de 50 empresas de beeper) y esta se lo hacía llegar a la otra persona, que debía responder de la misma manera. Los aparatos no tenían teclado.
¿Fotos? ¡Ni pensarlo! Era un procesador de palabras, que funcionaba usando señales de radio. En Colombia se popularizó hacia finales de los años 90.
En ese momento ya estaban llegando a Colombia los celulares y con ellos las empresas de telefonía móvil, pero un aparato podía costar más de millón y medio de pesos y era casi que una panela grandísima a la que había que hacerle una cantidad de maniobras para que la señal no se fuera.
Los poquísimos usuarios sacaban la cabeza por las ventanas para poder tener señal y las demás personas, sin saber lo que estaba ocurriendo, los criticaban porque pensaban que estaban ‘chicaneando’ y tratando de mostrarle a los vecinos que ellos sí podían tener celular.
Los finales de la década de los 90 fueron vitales para el surgimiento del celular en el país y con la llegada de más empresas se empezó a equilibrar el mercado, con lo que los precios de los aparatos bajaron.
¿Pero qué pasaba antes de los beepers? Los únicos mensajes de texto que existieron por décadas fueron los telegramas. La empresa de telecomunicaciones cobraba por cada palabra escrita, por lo que los usuarios debían ingeniársela para decir lo más, con menos palabras. Algo así como: “Esa tres tren”, que significaba “Llegaremos allá a las tres en tren”.
Y para ponerlos había que ir a una de las sedes, llenar un formato y pasárselo a una señorita que estaba detrás de un aparato de pulsos eléctricos. Ella lo enviaba a otra de las sedes de la empresa, desde donde lo hacían llegar a su destinatario.
También existió el télex, una máquina con teclado (algunas eran grandísimas), en la que se marcaba el número del usuario al que le queríamos escribir. A él se le prendía el aparato al otro lado y el texto empezaba a salir línea por línea impreso en un papel.
Esa era una de las principales herramientas de los medios de comunicación. Cuando había una noticia internacional de gran importancia, los noticieros rompían su transmisión y un periodista o locutor iba hasta donde estaba el télex y empezaba a leer a medida que iba saliendo la noticia.
Eran las épocas de los Extras cargados de emoción. Los oyentes escuchaban un efecto de sonido que podría sacar a cualquiera de su silla y se oía de inmediato, por ejemplo: ‘¡Extra! Cuando la noticia se produce, Caracol se la comunica”. Con esa sola frase ya tenía uno la carne de gallina. Y enseguida se despachaban a leer lo que les iba llegando. Al fondo se escuchaba el teclear de los télex, a los que ya los oyentes identificaban como los protagonistas de los hechos de última hora.
Todo ha ido evolucionando y llegamos luego a las redes sociales, que han marcado la historia en este siglo, pero las cuales, nos dimos cuenta con el ‘apagón’ de Facebook, Instagram y WhatsApp, no son infalibles.
@VargasGalvis
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