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Hoy hace 36 años vivimos la tragedia más grande que pudiéramos haber conocido: la avalancha del Ruíz, que se llevó a Armero y a 20.000 de sus habitantes consigo.

Momentos tan dramáticos que parecía que el país entero estuviera sumido en el llanto, en el silencio, en la soledad.

Nada de lo que se escribiera y se dijera podía reflejar tanto dolor en el alma. Y entonces el mundo se unió en una cadena de solidaridad por los nuestros, no solo en Armero sino en todos los demás municipios que fueron azotados por las consecuencias del deslave del Nevado del Ruiz.

En medio de ese dolor, nuestras almas se unieron en una cadena de ayuda de todos los niveles. Recuerdo que bajaba por la Avenida El Dorado de Bogotá, que fue cerrada para el tránsito público y particular, de tal manera que las ambulancias pudieran ir al aeropuerto y venir sin contratiempos. Pero a la vez era un triste concierto de balizas que nos recordaban cada segundo que estábamos en la peor de nuestras pesadillas.

El Gobierno nacional declaró en emergencia una de las frecuencias de los radioaficionados y todos los organismos de seguridad, los de socorro y los funcionarios del Estado se comunicaban a través de ella.

Desde la Liga de Radioaficionados empezamos a seguir esa frecuencia para ir informando al momento lo que iba ocurriendo.

Fue entonces cuando un hombre dio el número de otra frecuencia y dijo que por allí iban a estar pasando los nombres de las personas que estaban vivas en Armero, Guayabal y otras de las poblaciones. Decidimos que uno de los periodistas siguiera monitoreando la frecuencia de emergencia y los demás nos volcamos a la de la lista.

Dividimos funciones: uno grababa, luego le pasaba la grabación a otro, que a su vez le dictaba nombre por nombre a otro periodista que los iba escribiendo en una máquina de escribir con cerca de seis copias. Entregaba cada una a otros periodistas que iban leyendo al aire los nombres. Al día siguiente varios periódicos nacionales y regionales publicaron páginas enteras con esos nombres, para darles esperanza a los angustiados familiares.

Y entre tanto dolor, los colombianos fuimos testigos también de nuestra gran generosidad. Se nos hacían nudos en la garganta al ver esas larguísimas filas de carros, de personas, en todos los sitios de recepción de ayudas en el país. Llevaban lo que podían hasta completar toneladas y toneladas de ayuda.

Esa solidaridad estaba movida por el amor, por el dolor, porque aquí sí se podía decir que todo un país estaba en llanto.

Lea también:

Tragedia de Armero: ‘Bajar la Cámara y Llorar’. 

Twitter: @VargasGalvis

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