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Doña María Nubia Cárdenas recibe mensualmente 80.000 pesos de un auxilio a manera de pensión y dice que este dinero lo estira como el chicle. «Compro el gas, pago el seguro, y pago la tienda, que me fían la leche, los dos mil de huevitos, etcétera. Y ahí me queda para los pasajes para ir al hospital”.

La vimos en un informe de la periodista María Antonia Calle en Noticias Caracol. En su cocina, acomodando con mucho cuidado y fe los pocos alimentos que puede comprar, al punto que se dio la bendición con uno de los paquetes antes de guardarlos. Es comida. Y es sagrada.

Al hablar de lo que hay que comprar se acuerda de la panela y mete la cabeza entre las manos como queriendo olvidar. “Y el chocolate, ¡no! Eso hago la avena en aguas”, dice preocupada, pero entre risas nerviosas.

“No alcanzó para la leche. Una bolsita de café… ¡Ay! ¿no quieren tintico?”, les dice a sus interlocutores, con esa nobleza de querer compartir lo poco que se tiene.

Pero llega el momento de hablar del arriendo. La voz se quiebra, el llanto trata de ahogar las palabras: “¡Que le paguemos el arriendo y yo no tengo ni un peso!”, dijo.

Recordé en ese momento las veces que he estado preocupado porque en la cuenta no me queda sino un millón de pesos. Empieza uno a pensar en lo que tiene que pagar, en los gastos que vienen, en que no le va a alcanzar, en qué va a hacer para pagar Uber, desayunar en Juan Valdez o en Hornitos, o almorzar un churrasco en un centro comercial.

Es como si la falta de todo eso fuera una tragedia. Se angustia uno, le sudan las manos, le duele la cabeza, hasta se deprime a la espera del siguiente pago de nómina.

En ese momento, no imagina uno que podría hacer lo mismo que doña María Nubia: estirar como un chicle el dinero que tiene. Como lo hacen más de 20 millones de colombianos que viven en la pobreza. Personas iguales a usted y a mí, que luchan, que tratan de salir adelante en las mejores condiciones, que buscan oportunidades, que pueden ser más inteligentes que nosotros pero que no han encontrado cómo hacerse ver o escuchar, que buscan sobrevivir en medio de la dureza del mundo.

Nosotros, los que tenemos trabajo, somos privilegiados. No tenemos derecho a quejarnos, pero sí tenemos un deber con todos aquellos que hoy no reciben un peso o reciben muy pocos y es el de tratar de hacer un mundo mejor, cada día, cada hora, cada segundo.

Para eso no necesitamos de los políticos, ni de los partidos, ni de presidentes o expresidentes, ni de aspirantes presidenciales, senadores o representantes. Necesitamos de nosotros mismos. Solo de nosotros mismos. De nuestro compromiso de ayudar a los demás a cada paso que demos, con lo que sabemos hacer mejor.

Necesitamos a todos los corazones, a todas esas almas buenas, para hacer una cadena invisible de solidaridad y de amor en la que no tenemos ni qué conocernos, ni para qué reunirnos, sino en la que todos aportemos, cada uno desde su sitio, en solitario, entregando lo mejor de sí. 

Twitter: @VargasGalvis

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