Qué bueno que una vez al año haya un día dedicado al miedo, esa sensación que nos inunda por lo menos una vez al día y que nos confunde más que ninguna otra emoción. Ese ha sido el tema que últimamente ronda mi cabeza.
(Si no la ha leído lo invito a leer mi entrada sobre el temor a los gritos).
Lo que llama mi atención sobre el miedo es que algunos los pierden con los años y a otros se nos aumentan cada año. Curiosísimo y no sé a qué mecanismos se deba el que ya no podamos bajarnos de una montaña rusa sin salir temblando, el que creamos que cada sombra que camine cerca de nosotros es peligrosa, el temer a preguntarle algo a un extraño. Miedos tontos y banales que pueden llegar a invadir cada espacio.
Por ese camino de sentir ciertas angustias, me decidí a investigar un poco sobre las fobias, una palabra derivada del griego Fobos, hijo de Ares y Afrodita, la pura personificación del miedo. Un miedo desproporcionado ante objetos o situaciones concretas.
Fobias las hay de todo tipo. Entre mis preferidas y afines están el miedo a la novedad (cainolofobia), el miedo a trabajar (ergofobia), el miedo al amor (filofobia), el miedo al olvido (la atazagorafobia) o el famoso horror o vértigo a las alturas (acrofobia).
Lea aquí A los gritos
Sin embargo, las hay más divertidas, más poéticas, más irreales. Miedo a la luna (selenofobia), miedo a los dioses (teofobia), miedo a los objetos de madera (xilofobia), miedo al vino (oenofobia), miedo a la poesía (metrofobia), miedo a los árboles (dendrofobia), miedo a las mujeres hermosas (caliginefobia), miedo a los libros (bibliofobia) y por último, pero no menos interesante, el miedo a la gravedad (barofobia).
Imposible hablar de miedos y dejar de lado a Woody Allen: su recurrente temor a la muerte y su célebre actitud hipocondríaca. No es el único famoso: Madonna, por ejemplo, le tiene fobia a los rayos (brontofobia), Pamela Anderson a los espejos, Johnny Deep y Daniel Radcliffe a los payasos y Nicole Kidman a las mariposas. No faltan los excéntricos, claro que no me atrevería a decir que ningún temor es idiota. Miedos los hay de todo tipo y no estamos exentos a desarrollar uno de ellos. Tampoco a perderlos. Porque es verdad que el miedo sí que se puede perder o ganar con los años y las experiencias.
Yo agregaría un par de fobias propias: el miedo a morir solo (solifobia), miedo a que le corten la luz (codensafobia), miedo a las diligencias burocráticas (burofobia), miedo a los funcionarios del sector público (sectirfobia), miedo a la gritería (grifobia), miedo a las filas (filafobia), miedo al trancón (trancofobia), miedo a que lo mate un sicópata (sicopatafobia) y miedo a los pedantes (pedantifobia). En fin, la lista seguiría y seguiría. Solo por hoy los aliento a ser sinceros con sus miedos, fobias o angustias: nómbrelos, búrlese de ellos, disfrácese de ellos, vívalos, para ver si usted se convierte en ese tipo de persona que al superarlos conoce la satisfacción que se siente al derrumbar la gran barrera de lo que parece imposible.