10 a.m. – Cerro de Huaika, 1 km vía a Tabio.

Interrumpo los quehaceres de una familia campesina para preguntar:

“¿Ustedes han visto alguna vez un O.V.N.I (Objeto Volador No Identificado) por la zona?”

“No” – me dice un señor con bigote y botas de caucho – “… pero hemos visto mucha gente rara que viene a ver si los ve”- termina de responderme, sin ninguna pista de la incomodidad que produce su respuesta en William, mi acompañante y director del grupo “Contacto Ovni”.

10.47 a.m.

Todos equiparados con cachuchas, viseras, tennis y morrales, los miembros del grupo Contacto Ovni (conformado hace 15 años por aficionados al tema), oyen al director contar la historia de su primer encuentro con un ser de otro planeta. Sucedió en ese mismo lugar, en Huaika, “La puerta de los Dioses” (como la llamaban los muscas), en el año 2003, durante una visita al cerro. “En ese tiempo éramos como 100 personas en el grupo”- explica William- “pero solo yo tuve el contacto directo con el ser”. Emocionados, los integrantes de la salida de campo comienzan a hacer preguntas sobre la apariencia del alienígena, sobre el mensaje que traía, sobre la nave en la que vino. Todos miran al cielo, esperando que hoy, por fin, puedan verlos con sus propios ojos y no a través de las palabras de lo que ellos consideran el más respetable ufólogo (es decir investigador de objetos voladores no identificados), de Colombia.

6.15 p.m – Bogotá, Centro de Conferencias del grupo Contacto Ovni

William Chávez me recibió con entusiasmo en mi primera reunión con el grupo. Estrechó la mano con mi novio, y nos invitó a seguir a lo que parecía ser un pequeño salón comunal de un edificio viejo en la calle 65 con carrera 8.
El espacio parecía más un salón de clases improvisado que un “Centro de Conferencias”, como decía en la página Web. El salón tenía 25 pupitres de madera, cada uno con un volante informativo esperando a su respectivo alumno; un televisor de pocas pulgadas en la parte de en frente y un tablero de marcadores. Todo estaba listo para empezar la acostumbrada reunión de los jueves.

6.30 p.m

Uno a uno fueron llegando los participantes a la conferencia. En la entrada los saludaba Sherley, una mujer de unos 30 años, pálida, con pelo largo teñido de rubio platinado y un perro parecido a Milú, el can de Tin Tin , que no paró de lloriquear en toda la reunión. Ella los recibía familiarmente con una mirada amable y a la vez perturbadora por los lentes de contacto de color azul que llevaba puestos.

En los pupitres éramos un total de 12 personas: mi novio y yo resultamos los más jóvenes del grupo,  seguidos por una estudiante de enfermería que asistía hacía dos años a las conferencias, con su mamá, doña Aurora. Siguiendo la escala de edades, después venía Edgar, un jóven alto y moreno de 25 años que trabaja como repartidor de domicilios, labor que no le deja tiempo ni para llegar puntual a la reunión, ni de quitarse el chaleco de motociclista. Muy puntual, por el contrario, siempre llega “Sarita”, una mujer de unos 50 años que no habla mucho y usa delineador verde esmeralda. “Sarita lleva muchos años en el grupo, casi los 15 completos”- me dijo después Sherley – “ella viene caminando porque vive con la sobrina por acá cerca, y a veces la trae”. De la misma edad de Sarita eran los restantes miembros del grupo, 2 mujeres y 4 hombres.

Frente a nosotros se encontraban los conferencistas: William, por supuesto, director del grupo desde su creación hace 15 años, ufólogo aficionado y ex agente de viajes. Jaime Melo, publicista de día e investigador ovni de noche, la mano derecha de William. Y para completar,Carlos, un hombre de mediana edad que nos habló de sociedades secretas, información clasificada y teorías de conspiración. Estos tres hombres son los que se encargan de dictar las conferencias de los jueves por la tarde (que tienen un valor o “contribución al grupo” de 12.000 pesos) y de guiar las visitas a Huaika los domingos (contribución de 20.000 pesos).

Noté a un cuarto hombre junto a los conferencistas que había llamado mi atención por la forma de acercarse a nosotros, los recién llegados al grupo. Su nombre era Simón, llevaba puesta una corbata azul celeste muy apretada al cuello y una chaqueta vieja de pana verde oscura. Su forma de sentarse y de caminar me recordó a Rain Man. Simón no entendía el concepto de espacio personal, y ya había violado el mío en varias ocasiones, tocándome el hombro y los brazos mientras preguntaba cosas como “¿ustedes son contactados?” y “¿desde arriba oyeron el mensaje?”.
Desde que nos vio, Simón creyó firmemente que mi novio y yo éramos “arcangelitos” y se tomó el trabajo de comprobar su tesis preguntándole a cada uno de los que allí se encontraban. Tenía una voz suave que no coincidía con sus cejas arqueadas en forma malévola y su mirada un poco burlona. Repetía en voz alta para todos muchas de las cosas que los conferencistas hablaban y en ocasiones complementaba la información. Incluso, le dieron la tarea de escribir en el tablero los temas que se iban a tratar esa tarde: tipos de ovnis, exopolítica, Matrix cósmica… Cuando terminó de escribir el programa de clase, Simon dibujó la cara de un extraterrestre, una nave espacial y se sentó.

6.45 p.m

La conferencia comenzó. La pequeña televisión mostraba un potpourri de imágenes de objetos voladores no identificados, y de fondo, la canción de entrada de la popular serie americana “The X Files”. La gente se acomodaba en sus pupitres. Me percaté de que las paredes del salón estaban llenas de cuadros religiosos, Jesús crucificado, el Divino Niño, la Virgen de Guadalupe. Las cortinas blancas tenían bordados de flores, y había una pequeña puerta a la izquierda con un letrero que decía “Toilette”, en un francés impecable.

7.33 p.m

Después de ver varios videos de avistamientos, William se dispuso a responder la pregunta de uno de los señores, de alrededor de 50 años:
“¿Qué tan grande es la nave?” – preguntó el señor con curiosidad mientras miraba el video con los brazos cruzados, aparentando incredulidad –“ estamos hablando de unos 6 o 6 metros y medio”, le respondió William.
“Como decir de acá a la puerta de la entrada”- complementó Jaime.
“¿Y de dónde viene?”- preguntó Simón- mientras tomaba nota rápidamente.
“ Hmm, esa es pleyadiana, ¿sí o no, William?”- se aventuró a responder Jaime.
“ Sí, sí, sin duda alguna tiene forma pleyadiana…” confirmó William “porque las venusianas tienen forma de cono y esas sí son más chiquitas, como las marcianas”.
Jaime asintió seguido por Simón. La duda quedó resuelta.

7.48 p.m

Simón se comportaba como el “mejor alumno”, levantando la mano, haciendo comentarios, completando frases, repitiendo y anotando los datos que él consideraba importantes. Jaime, mientras tanto, hablaba sobre el terremoto de Haití y su conexión con un proyecto secreto del gobierno estadounidense. Cuando se quedaba corto de palabras recurría a William o a Carlos, quienes lo ayudaban a desarrollar la idea con intervenciones como “eso es cierto”, “está comprobado”, “eso ya lo sabe todo el mundo” y una que en lo personal, me incomodaba y me hacía saltar de la silla: “eso es verdad”.
El perro de Sherly se paseaba por el salón. Seguía lloriqueando.

7.58 p.m

“Por el tipo de información que damos en estas reuniones ya amenazaron de muerte a William”- afirmó Jaime- y con la ayuda de la memoria de Sherley, contaron al grupo cómo hace unas semanas un hombre misterioso, que nunca antes había ido a las reuniones, se rehusó a dar sus datos a la entrada y al final de la conferencia se acercó al director del grupo y le dijo : “no siga hablando de estas cosas o lo mato”.
Asombrada, doña Aurora abrió los ojos de par en par.
Se oyeron varios sonidos de asombro y desaprobación.
Jaime explicó que el hombre debía ser del Opus Dei. Simón manifestó estar de acuerdo y
agregó «pero nosotros los guerreros de la luz no le tenemos miedo a esos señores en camionetas blindadas”.

8.10 p.m

Todos alerta.
William recibió una llamada importante al celular. Se trataba de una persona que decía haber visto varios objetos extraños sobrevolando la zona de “San Andresito” del sur.
La conferencia se paralizó por unos minutos. William recorría el salón de un lado a otro, tapándose el oído izquierdo y sosteniendo el celular con la mano derecha. Jaime lo seguía, anotando los datos del lugar. Todos se miraron emocionados. Edgar y yo propusimos ir inmediatamente a San Andresito del sur y doña Aurora y su hija comentaron con entusiasmo que eso les quedaba al lado de la casa. Sarita me miró y luego sonrió, como aprobando mi propuesta. Resolvimos salir a la calle a ver el cielo.

8.24 p.m

Ocho personas y un perro en la mitad de la calle 65 miran el cielo.
La esperanza de encontrar respuestas es la que los hace mirar tan ávidamente. De pronto me siento parte del grupo. Un grupo de extraños muy extraños, que por circunstancias diferentes resultaron un jueves de febrero, en la mitad de la ciudad, mirando al cielo- como lo ha hecho la humanidad por miles de años- preguntándose : “¿Estamos solos en el Universo?”