De un tiempo para acá al mirarme en el espejo me veo los ojos más pequeños, como si en la medida en que vivo y observo mi cuota de sorpresas se redujera, y con ella el tamaño de mis ojos. De repente tengo más tiempo -o por lo menos eso parece- o menos afán, entonces me detengo y claro, me miro.
Nos dicen a las mujeres que al cumplir cuarenta años llega la plenitud… la mejor etapa de la vida. Plenitud, un término tan amplio, un estado tan deseado. Para hacerlo menos agobiante me permito desmitificar el ideal: la plenitud no está exenta de inseguridades, ni de angustias, ni de miedos. Así está mejor, ¿cierto?
Lo digo porque a mí la plenitud me ha costado. Mis cuarenta años han traído consigo una pequeña revolución; la insurrección de mi útero creador consciente de que ya no creará otra vida que la mía y que me demanda ponerme al día conmigo. Me llegó el momento de mirarme y abandonar a la mujer que ya no soy para verme como la que soy. El verme tan distinta a quien me había imaginado me llenó de angustia. ¿En qué momento me alejé de mi camino? ¡Yo, que fui tan buena estudiante! ¡Tan simpática! Se me acababa el tiempo, ¿por dónde empezar a estas alturas? ¿Empezar a estas alturas? Sí, mirarse a los ojos y verlos distintos a como se recuerdan, es duro, pero es necesario. Más que plenitud, los cuarenta años trajeron la oportunidad de reevaluarme, la decisión de reinventarme la tomo yo todos los días.
Me ha tomado un par de años llegar a términos con que el tiempo no se me está acabando, y aceptar que aunque soy una mujer distinta a la que alguna vez me imaginé no soy una peor versión, soy una versión diferente con todos mis méritos. ¿Cómo llegué hasta aquí? ¡Ah!, liberándome de necesidades que no tengo y reconociendo que no son los actos extraordinarios los que me llevan a donde quiero llegar, es lo que hago todos los días lo que tiene un impacto en mi bienestar y en la realización de mis sueños. La única manera de escribir, es escribiendo. Aquí estoy.
Mi plenitud es la consecuencia de mi lucha diaria por estar presente, por verme como soy, y agradeciendo lo que me ha traído hasta aquí. Quiero aceptarme como soy en cada etapa de mi vida, con la fuerza y certeza de que puedo reinventarme; cuento con el tiempo que tengo hoy, el que pasó es mi maestro y solo puedo confiar en el próximo aliento. Mi presente es un constante acto de creación. Mis expectativas son flexibles, se nutren de familia, de amigos, de sinsabores, de pérdidas, de alegrías, de viajes, de aciertos y de equivocaciones.
Efectivamente mis ojos están más pequeños, pero qué importa su tamaño cuando me reconocen y me quieren y cuando se niegan a compararme con quien ya no soy.
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