“Annie, ¿cómo haces para que tus hijos coman de todo?” Es una pregunta recurrente de mis amigos y mi familia desde que volví al país. Y qué válida es, porque si hay algo que me es evidente desde mi regreso a Colombia es que nuestros niños comen muy mal.

¿Por qué? Luego de mucho observar llegué a estas conclusiones: el azúcar se tiene por el nutriente indispensable para una infancia feliz; y/o no somos conscientes de hasta qué punto el ejemplo tiene un impacto en la buena alimentación de los niños; y/o nos falta la energía -y nos gana la culpa- para ser estrictos con los hábitos alimenticios de la misma forma en que lo somos con el rendimiento académico, los modales y las buenas maneras.

Antes de escribir este blog contacté a un pediatra en Bogotá, a un pediatra residente en los Estados Unidos, y otro en Canadá. Les pregunté por el orden en que se introducían los sólidos en la dieta de los bebés. En los dos primeros países, se empieza por la fruta a los seis meses. Al preguntar por qué se empezaba por la fruta, ambos pediatras coincidieron en que es más fácil que los bebés acepten algo dulce. ¡Pero claro, los bebés y todos! Entonces, ¿no tiene nada que ver con la digestión o los nutrientes? No, nada que ver: hay vegetales fáciles de digerir que ofrecen los mismos beneficios nutricionales de las frutas. En Canadá –donde nacieron mis hijos-, por el contrario, se empieza por cereal o verduras fáciles de digerir ¿por qué? Precisamente porque si el primer sabor que estimulamos en el cerebro de nuestros niños es el dulce, es más difícil que los niños acepten y adopten otros sabores. ¡Ah!

Nuestros niños están enseñados a preferir el dulce. Me llama la atención que fabricantes de “jugos” nacionales, les agreguen azúcar o siropes –ya de por sí son bien dulces-. Les agregan azúcar porque los compramos, con la idea errónea de que un juguito –de fruta- no hace la diferencia. Pero sí la hace.

Nuestros niños consumen en promedio 34 cucharadas de azúcar al día. ¿Cómo? Así es: en el ponquecito, el yogurcito, la galletica, el pancito, la pastica, el chocolatico, la barrita de cereal, el cereal, las rosquitas, los abuelitos, y sí, el juguito. Me extiendo un poco con los abuelitos: hay un consenso entre los pediatras en Colombia sobre el factor más influyente en la malnutrición de nuestros niños: los abuelitos. Con todo el amor y buena intención, agasajan con mucho dulce y pocos límites a los niños. Es que los abuelos están para malcriar, no para educar. Ahí es donde entramos los padres, a poner límites por el bienestar de nuestros hijos: el dulce no es sinónimo de una infancia feliz y es peligroso predisponer a los niños a recurrir a algo en particular para su satisfacción. La felicidad es un conjunto de factores, no existe un ingrediente mágico. Entré en el mundo del bienestar y hábitos saludables hace más de 11 años. Además de escribir, soy instructora de yoga y estudio para ser coach de vida y transformación. Mi experiencia me ha convencido de que los buenos hábitos –no el azúcar- sí contribuyen a la felicidad y a la buena salud, y de que el ejemplo es el factor más influyente en las decisiones de nuestros hijos.

Por estos días la moda es torturarnos con tres días de jugos y tés para “desintoxicarnos”, bueno eso ya es cuestión de lo que crea cada cual, pero caigamos en la cuenta de que nuestros niños están también intoxicados y malnutridos. Comen una variedad de alimentos muy limitada, y no los exponemos a nuevos sabores o texturas. Parecemos más dispuestos a que nuestro bebé llore tres noches para que aprenda a dormir bien y por su bien, que a resistir la pataleta cuando se trata de ponerle fin a malos hábitos alimenticios. La transición toma tiempo y mucha paciencia, en adultos y en niños.

Es también común que los niños coman bien cuando los padres no están, esto me lo confirmó el pediatra como una queja común, ¡ah! es que los niños saben cómo manipularnos, pero hay cosas que no son negociables como su bienestar.

Me permito este llamado a darle la importancia que amerita a la buena alimentación de nuestros niños. Que no nos preocupe más que baje el codo de la mesa, a que se siente en la mesa a comer, comida que lo nutra, que estimule su crecimiento, la química de su cerebro y por ende, su estabilidad emocional.

Me queda responder a la pregunta, ¿Cómo hago para que mis hijos coman de todo?

Con el ejemplo, ante todo. En mi casa comemos bien todos, empezando por nosotros padres y nuestra empleada, quien prepara los alimentos y es un contribuyente fundamental en la calidad de lo que comemos, pero ojo: un contribuyente, la alimentación de mis hijos sigue siendo nuestra responsabilidad como padres; no nos saltamos las comidas, comemos a tiempo; somos estrictos, como lo somos en todos los aspectos que afectarán el ser social de nuestros hijos, no bajamos la guardia y no sedemos a los malos hábitos ajenos; aquí se prueba todo, y hay derecho a que no te guste; siempre hay opciones saludables en la cocina; empoderamos a nuestros hijos para que tomen decisiones que contribuyan a su bienestar; Mc Donald’s no es un premio, es una excepción; los abuelos son bienvenidos, pero tienen claras las reglas y saben que en esta casa somos felices y que la infancia de nuestros hijos es feliz, porque todos estamos involucrados en su bienestar y desarrollo. Sí se puede.


NOTA

Aprovecho para aclarar que no soy extremista, mis niños sí comen dulce y gluten, yo también, pero con moderación y entendiendo el aporte e impacto que tienen en nuestra salud. En la medida en que crecen, nuestros niños tienen más información acerca de sus opciones, y como padres los guiamos para que opten por aquellas que les aporten más beneficios. No siempre estaremos ahí para decidir por ellos. Con gusto compartiré mis tips con ustedes.