Hoy recibí un mensaje de mi tía en que decía que si tuviese que dar un único consejo, aconsejaría tener hijos. En su escrito mencionaba cómo los hijos nos acercan a la fe, nos hacen conscientes de nuestros errores, nos motivan a comer mejor, a trabajar más, cómo nos alegran los días… cómo la maternidad es el estado ideal.
Todo aquello muy cierto: tener hijos es una experiencia incomparable, un regalo divino, pero también es cierto que la maternidad está, efectivamente, idealizada –como lo están la belleza, el éxito y las relaciones–. Como con toda experiencia que implique cotidianidad, deberíamos despojar a la maternidad de tantos ideales. Creo sinceramente que las madres la disfrutaríamos más si la maternidad estuviese definida en términos reales que nos permitieran un poco más de individualidad y claro, de vulnerabilidad.
Aunque no hablo por todas -seguro hablo por la gran mayoría-, sí que hay muchas cosas que nos dijeron de la maternidad, pero ¿y lo que no nos dijeron? Para que la definición nos incluya a todas, me permito tomar la vocería para desmitificar entonces aquel estado idílico.
Lo que no nos dijeron:
Que la maternidad lo acapara todo y no todas estamos listas para tantas renuncias. ¡Se vale! Lo que nos hace mejores personas no son necesariamente los hijos, lo que nos hace mejores personas es amar.
Que no a todas nos va bien amamantando, hay algunas que francamente lo detestamos.
Que el llanto de tus hijos siempre será para ti urgente, aunque sea una pataleta. Confía en tu instinto.
No nos dijeron que se vale llorar bajo la ducha. O en el carro.
Que tu independencia ahora no solo tiene alas sino también cola. Ajusta el vuelo.
Que habrán días en los que sentirás que esto te quedó grande… a todas nos pasa, tranquila…
En los que sentirás vergüenza por sentirte agobiada, inexperta. Ánimo.
Días en que bañarte es toda una victoria y en los que una puerta cerrada es la frontera más anhelada.
Días en los que el cansancio pareciera no tener orillas y en los que no te reconozcas en esa mujer cansada, irritable, desarreglada, sucia.
Días en los que la sonrisa de tus hijos no será suficiente para sentirte valorada, amada.
No nos dijeron que así, de repente, tus otros proyectos parecen tan lejanos, tan ajenos, tan egoístas.
Que tus hijos no serán necesariamente los que imaginaste… ahí está tu inmensa generosidad para aceptarlos como son y amarlos también por el valor de sus decisiones.
No nos dijeron qué va a pasar y que eres la mejor mamá del mundo… pero va a pasar, y de ti depende salir airosa como una mujer nueva, consciente de tu vulnerabilidad, pero también de tu poder. De repente un día, luego de haber entendido que de ti depende, en tu incomparable capacidad como creadora de vida, del amor más inconmensurable, sentirás la fuerza para abrirte espacio y retomar las riendas de tu vida con todo y tus hijos… Y ojalá seas consiente de que darte a ti nunca será quitarles a tus hijos… ellos merecen una mamá feliz, una mujer total y en plena facultad de vivir todos su roles.
La mamá ideal es eso, un ideal; en cambio, el ejemplo es el más honesto legado.