En varias ocasiones me propuse organizar mi vida y ser más coherente con lo que quería ser: comer mejor, montar un negocio, tener independencia económica, publicar una nueva novela, etc. Llegaba un lunes, mi cumpleaños, enero…  ¡Y listo! la oportunidad para iniciar un proyecto. Lo empezaba, y llena de energía trataba de hacerlo todo, motivada, ¡imparable! Pero entonces la vida acontecía a su ritmo, mi energía empezaba a desviarse en todas las direcciones, y volvía al principio solo que ahora estaba frustrada. 

¿Te ha pasado?… y enero -tan célebre por sus nuevos proyectos- está a la vuelta de la esquina.

Lo mío era un constante empezar y un frustrante no acabar. Necesitaba un hábito -¡un milagro!- que me llevara a terminar aquello que empezaba con tanto entusiasmo y que, además de quererlo genuinamente, tendría un impacto positivo en mí. Si lo quería tanto ¿por qué no perseveraba?

En retrospectiva entiendo que ese ciclo tenía mucho que ver con que mis objetivos eran muy ambiciosos, mientras que mis expectativas eran bastante inmediatistas. Es decir, no había coherencia entre lo que me proponía y lo que se necesitaba hacer para lograrlo. Entonces, perdía la motivación y abandonaba mi empresa latigándome por mi falta de perseverancia. He caído en la cuenta de que el mismo discurso que uso para educar a mis hijos -cuya generación se caracteriza por la gratificación inmediata- debe aplicarse también a mi experiencia: los objetivos se trabajan, no hay atajos. El logro de toda meta implica aspectos que podemos controlar: la acción, por supuesto, y variables que están fuera de nuestro alcance: ciclos de tiempo, por ejemplo. Es importante tener esto claro para ahorrarnos frustraciones, particularmente en esta era de emprendimiento en la que celebramos éxitos y obviamos reconocer los procesos y tiempos que hay detrás de ellos.

Pero yo entiendo que hay que trabajarle a los objetivos ¿y la motivación? ¡Ah! Para mantenernos motivados necesitamos de varios factores, dos especialmente:

Primero: Que el objetivo que buscamos sea importante para nosotros en algún aspecto relevante para nuestro bienestar (emocional, profesional, físico), es decir, que no solo te propongas bajar de peso. Por ejemplo, crea conciencia de por qué es importante para ti perder unos kilos ¿Cómo te sientes hoy? ¿Cómo quieres sentirte? ¿Cómo te ves hoy? ¿Cómo quieres verte? ¿Cómo está tu salud? ¿Cómo mejoraría tu salud?

Segundo: Que tengamos la confianza de poder alcanzar el objetivo propuesto.  Y esto es un proceso constante que implica hacernos a las herramientas que nos ayudarán a lograr lo que queremos y que nos adaptemos a las cosas que no controlamos.  Aquí es también, donde la mayoría desistimos. Cuando los resultados que buscamos no se manifiestan al ritmo que anticipamos, perdemos la fe en que los lograremos. Entonces debemos volver al primer aspecto ¿por qué es importante lograr este objetivo para mí?

Hay varios trucos para mantenernos motivados, pero todo parte de lo anterior, mientras el objetivo sea importante para ti y te sientas capaz de lograrlo es muy probable que lo hagas.

Ahora, volviendo a los trucos, entiende tus objetivos por lo que son: Ambiciosos o Realistas.  Yo personalmente no tengo problema con los objetivos ambiciosos, siempre y cuando tengamos claro que lo son y qué se requiere de nosotros para lograrlos. Es en la búsqueda de objetivos ambiciosos cuando tendemos a desmotivarnos, y cuando esto pasa hay que descomponerlos en unos más realistas, tangibles a corto y mediano plazo. Lo que más impulsa es la gratificación de haber logrado algo propuesto, un logro a la vez te llevará a tu objetivo final. !Y si lo quieres de verdad, no esperes hasta enero!

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