Por Carolina Cárdenas Jiménez
En la actualidad se ha banalizado el arte, la cultura y el pensamiento. Una de las razones por las que se ha dado esto es porque un buen número de lectores considera que el filósofo complejiza sus textos por una cuestión estilística y no por una necesidad en la construcción de nuevas categorías que nombren al universo y al ser. Es como si no existiera una indagación sobre que la resignificación de los conceptos es esencial para dar cuenta de los fenómenos de la realidad, el ser y la cognición. Además, tampoco parece existir una reflexión en cuanto a que el pensador crea conceptos para replantear el universo de las ideas. Por ejemplo, el biólogo y filósofo Maturana construyó el concepto autopoiesis, a partir de dos palabras del griego para responder a la pregunta qué es lo que está vivo «Los seres vivos somos sistemas autopoiéticos moleculares, o sea, sistemas moleculares que nos producimos a nosotros mismos, y la realización de esa producción de sí mismo como sistemas moleculares constituye el vivir», afirmó el biólogo.
Con este ejemplo nos damos cuenta que es esencial la reconstrucción o creación de nuevas palabras en la indagación filosófica. De la misma manera, la poesía se ha banalizado, es decir, un buen número de personas que se dedican a la escritura proponen textos coloquiales y fáciles que no exigen repensar las palabras, crear otros significados a estas y así construir nuevas imágenes. En el caso particular de la poesía, la importancia de la resignificación del lenguaje y de la construcción de otras formas de nombrar el mundo se hace necesario para crear un estilo. Así es como lo ya escrito, lo concreto o lo que cualquier otro podría expresar no se acerca a crear poesía. Es decir, la poesía se niega cuando no se indaga otras formas de replantear el universo de las palabras, sino que se nombra este de manera coloquial sin la búsqueda esencial de construir otros mundos a través de nuevas imágenes. De esta manera, los que escriben parecido a Bukowski, ese gran escritor que tuvo una importante revelación para su época, no están aportando algo diferente al lenguaje. En este sentido, volver a repetir lo que ese intenso poeta hizo no es resignificar el lenguaje.
Tanto la filosofía como la literatura son una búsqueda de nuevas maneras de crear el universo y son disciplinas que indagan por lo dicho y lo no dicho, es decir, investigan aquello que no ha sido analizado del ser y la existencia y, por ello, ambas crean o resignifican nuevas palabras. En este orden de ideas, es imposible pedirle a la filosofía que no use un lenguaje diferente para pensar la realidad, esa es su necesidad intrínseca para escribir sobre las diversas facetas de la existencia y el ser que no han sido indagados o no se han observado desde otro punto de vista. De la misma manera el escritor, sobre todo el poeta, necesita resignificar las palabras para crear una nueva voz, de otra manera sería imposible construir un estilo y una otra forma de nombrar el silencio, el ruido, la nada, el todo, etc.
En conclusión, la necesidad de complejizar el lenguaje se da en el momento en que se requiere crear o construir otras palabras para decir lo que no ha sido dicho o resignificar palabras que creen imágenes, que planteen otras formas de decir las cosas, de otra manera no sería posible hacer filosofía o literatura. La movilidad, la resignificación y la creación del lenguaje son necesarias para analizar, indagar, criticar, retratar e investigar al ser y la existencia.