La creatividad de los niños y las niñas son esos espacios que nos acercan a nuestro asombro como docentes que una vez fueron infantes. Siempre nos miramos y comprendemos a través de los demás. El otro es nuestra proyección, el que nos facilita observar que el momento de perplejidad se conecta con la imaginación tanto de quien crea como de quien contempla con extrañeza. Ese instante es un momento dialéctico con lo que es el otro y con mi emancipación para comprender el universo. La admiración se da cuando el mundo se nos presenta como uno que jamás imaginamos y la belleza de lo extraño golpea la orilla de lo racional, la desafía, como diciéndole a quién observa el tiempo de la creación que lo imposible siempre será posible.
Aún recuerdo con afecto, esos primeros años en que fui maestra. Hay algunos que siguen presentes en mi memoria. Con ellos volví a mi infancia y comprendí ese extraño espacio en que se inventa algo nuevo o se mira la existencia con otros ojos, permitiéndole a quien lo hace entender la realidad con una ingenuidad que desemboca en otra manera de relacionarnos con el entorno.
El primer tiempo de deslumbramiento fue en un taller de Literatura que le impartí a unos niños y niñas de quinto de primaria en un colegio del Distrito. Los infantes siempre serán la muestra de que a todo pequeño al que se le da libertad de pensar y sentir tiene dentro de sí un universo nuevo para compartir. En una de las actividades les pedí que inventaran un personaje, así que unos dibujaron seres fantásticos, otros recurrieron a los héroes del comic que conocemos; pero uno vino a mí con la hoja en blanco, entonces le pregunté: ¿Cuál es el personaje? Su respuesta fue: es invisible. Esa idea me pareció maravillosa. Entonces recordé al artista Marcel Duchamp, creador del arte conceptual quien rompió con los paradigmas de lo que era y no era arte.
La imaginación del pequeño me asombró por el planteamiento de lo que me presentaba un niño que no pasaba de los nueve años y que, además, de manera genuina podría estar innovando en el arte. Es decir, ser asombro es reinventar la vida y nombrarla de otras maneras para poderla comprender desde nuevas orillas.
Otro período de estupor en el aula fue en un descanso con un grupo a los que les daba una clase que se llamaba Lecto-escritura. Una niña me mostró un gusano que se había encontrado en una papa, así que me preguntó que si se lo podía llevar. Yo sonreí y le dije que claro. Pensé en que lo convertiría en su mascota y eso me pareció sorpresivo y bello. Un instante importante para la niña, pero lo extraño fue que la psicóloga y las demás maestras no lo vieron como algo apropiado, así que le quitaron la papa, la botaron y le ordenaron que se lavara las manos y, luego, una de ellas le dijo que los gusanos e insectos eran sucios. No comprendí la actitud de ellas y me pregunté: ¿Por qué ese momento de liberación de la pequeña, a las maestras y psicólogas les pareció desagradable?
Pensé que la autodeterminación por parte de la pequeña y la mirada de perplejidad mía era lo apropiado; con el tiempo comprendí que la mayoría de “educadores” coartan y se encargan de matar la libertad de pensar diferente a los niños y niñas, de limitar la imaginación y ayudan en los procesos de normatizar a la sociedad. En esa ocasión cuestioné a la psicóloga y a los demás docentes en esa necesidad de romper el sueño y la posibilidad de experimentar de parte de la niña algo nuevo, es decir, de crear su propia manera de construir y recrear su mundo.
La mayoría de los adultos con el tiempo se vuelven normativos, así que con rapidez se inscriben al mundo laboral, a la familia, a alguna religión y a todas las instituciones que les da un status quo, sin que eso signifique que se sientan, realmente, satisfechos con sus vidas. Escogen naufragar entre el debería ser y los imaginarios que desde pequeños les han metido en la cabeza.
Con esos capítulos de mi vida comprendí que la mayoría de las veces los maestros se asumen como guardas de prisión, que prohíben hasta lo más natural. Y que esos actos de prohibición hacen que las personas no asuman su existencia de manera única y se inscriben en un eterno debería ser: estudia, cásate, ten hijos, un trabajo estable, jubílate y nunca te salgas de las reglas.
La vida se va construyendo con cada uno de esos pequeños actos en los que nos prohíben ser o, por el contrario, nos permiten ir al encuentro de lo que realmente somos. Entonces en esos actos de libre albedrío vamos construyendo la idea profunda de la existencia, es decir, de las libertades que nos vamos a dar para transitarla y ser. En otras palabras, es la posibilidad para actuar de manera diferente y aprender a ser deslumbramiento. Comprender que ser predecible no es la respuesta para construirnos como un ser que es estupor, ya que la verdadera naturaleza del ser humano es innovar y reinventarse.
El asombro deviene de la franqueza de observar la realidad con una mirada auténtica y la libertad de actuar para llegar a serlo. Sólo si a los pequeños se les permite ser auténticos cada vez que actúan y realizan sus actividades podrán crear y ser desde el extrañamiento y sabrán contemplar cada acto de emancipación con la misma mirada. No habrá en esos chicos y chicas prejuicios ante lo diferente sino admiración. No existirá miedo ante lo nuevo que rompe con el debería ser. Serán capaces de inventar un camino diferente para vivir en esta realidad y eso, aunque les implicará mayores retos será más auténtico, libre y honesto con su ser.
Ese instante que siempre late en cada uno de nosotros que es la infancia y su manera particular de ver, sentir y pensar lo que percibimos nos dará la posibilidad de ser libres. Y sólo esos períodos de la vida nos salvara de los días grises, de quienes nos atormentan, del engranaje en el que hemos transitado para ser aceptados. Ese niño y niña que palpita en nuestro interior será el único que nos consuele en días de furia, el único que nos besará la frente y nos perdonará; el único al que tendremos que rogarle porque nos perdone y se ría de nuevo con nosotros. Si ese pequeño perdura en el tiempo con nosotros, nos habremos salvado de toda una vida de momentos tediosos, nos dará la mirada de luz y un despertar en el que el universo será un canto. Sólo él o ella nos concederá la llave para ver belleza en lo diferente y nos dará la luz para comprender que el mundo sólo puede ser en lo auténtico.
Como humanidad debemos rogar porque ningún niño o niña interior siga desapareciendo, enferme o muera porque de lo contrario las letanías del desasosiego seguirán nevando sobre la tierra y, entonces, un grito atravesará la tierra. El pequeño es la luz interna de cada uno de los hombres y mujeres que habitan este cansado lugar. Es el fuego interno que desde tiempos inmemoriales lucha por no apagarse.
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