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La crisis económica de finales de los años 90 le quitó a Carlos Riveros su empleo de biólogo marino en Cartagena y lo convirtió en fabricante de prendas para espectáculos de striptease en la zona de tolerancia de Bogotá.
Apenas lo despidieron, Riveros viajó a la capital en busca de trabajo. Pero la crisis era tan aguda que terminó como distribuidor de mariscos y pescado en negocios del centro de la ciudad.
Así conoció el barrio Santa Fe. Todos los días llevaba pedidos a una cevichería ubicada en la misma cuadra donde funcionaban, con cierto recato, dos ‘negocios de mujeres’.
La poca discreción desapareció en el 2002. Ese año, la administración de Antanas Mockus declaró el sector zona de alto impacto y no tardaron en aparecer nuevos prostíbulos con letreros de neón en sus fachadas. Decenas de mujeres comenzaron a hormiguear con sus diminutos vestidos por las calles del sector.
Borrachos, jíbaros y clientes de todo tipo llenaron las calles. Hubo atracos y puñaladas. Un día, mientras algunos residentes huían despavoridos, Carlos Riveros vio la oportunidad de montar su negocio.
Arrendó un local esquinero y, sin ruborizarse, abrió Andrea’s Inn. En sus vitrinas exhibía uniformes de enfermera, colegiala, policía y Gatúbela, entre otros. Los diseñó con escotes generosos y faldas del ancho de una bufanda.
Hoy, Riveros se considera pionero de la inusitada actividad comercial que, desde hace dos o tres años, se despertó en el sector. Hay de todo: cabinas telefónicas, peluquerías, casinos, droguerías, lavanderías, zapaterías, restaurantes y, sobre todo, almacenes de ropa y accesorios femeninos.
El empleado de una miscelánea donde las prostitutas compran labiales y muñecos de peluche dice que el ciento por ciento de su clientela proviene de los negocios de sexo.
El dueño de un prostíbulo calcula que más de 2.000 personas dependen económicamente de esta actividad. Es tanto y tan inquietante el movimiento, que las requisas y las rondas policiales son permanentes.
«En la (calle) 18 hace siete años había tres negocios y ahora hay más de veinte y había unas 30 mujeres y ahora no bajan de 700… y eso sin contar a los travestis, meseros, porteros… la prostitución da mucho trabajo», afirma.
Según sus cuentas, buena parte del dinero que se ganan las mujeres se queda en el mismo sector. Algunas pueden ganar más de 200 mil pesos en un buen día.
En estas cinco cuadras, las prostitutas y sus clientes consiguen desde un ‘moño’ de marihuana y tres tangas por diez mil pesos hasta juguetes para sus hijos y vestidos de 90 mil pesos.
El dueño del prostíbulo, sin embargo, se queja del impacto en los arriendos: «Yo estaba pagando 23 millones de pesos por el edificio (de tres pisos) donde tengo el negocio y me van subir seis millones de un totazo».
La cifra es un buen termómetro del dinero que se mueve aquí. Una estilista calcula que las prostitutas se gastan unos 80 mil pesos semanales en peinados, manicure, y pedicure.
Quizá lo que más han abierto son restaurantes de corrientazo. Estos comienzan el día con desayunos para desenguayabar y cierran hacia las tres de la mañana, luego de venderles bandejas con fríjol, de cinco mil pesos, a los últimos borrachos y a las prostitutas rezagadas.
Después de esa hora, cuenta la dueña de uno de estos locales, es mejor cerrar y desaparecer del sector porque cuando se apagan los letreros de neón, acechan entre las sombras los viciosos y los atracadores de poca monta.

 

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