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Los habitantes de Toribío, el municipio que ha
sufrido más tomas y hostigamientos de la guerrilla en Colombia, trabajan todos
los días para evitar que este se convierta en un pueblo fantasma. En medio de
la guerra, los indígenas producen lácteos, jugos naturales y cultivan truchas
que venden supermercados de Cali. Esta crónica fue escrita para la separata regional del Pacífico de Publicaciones Semana, en noviembre del 2011. 

 

José Navia*

El alcalde de Toribío,
un pueblo asediado por la guerrilla en las montañas del Cauca, acaba de recibir
una llamada que le alteró los nervios.

-Disculpame,  pero esto es urgente -me dice mientras marca
con insistencia por el celular.

Carlos Banguero,
el alcalde, es de los que en Toribío llaman mestizos. Alto, delgado, cabello
cano  y piel clara. Los mestizos son
apenas el dos por ciento en una población de 30 mil almas. Los demás son
indígenas nasas o paeces.

El nerviosismo de
Banguero se debe a la combinación de dos noticias que recibió en la última
media hora. La primera es normal en estos montes: vieron a cuatro guerrilleros
bajando hacia El Palo, la última población de la parte plana, antes de que la
carretera comience a trepar hacia Toribío.

Esa misma mañana
cuando crucé por El Palo, a las 6:30, vi soldados en cada esquina del pueblo. Y
uno cada 50 metros, en la cuadra que conduce al puente sobre un río de aguas
oscuras. De ahí para arriba están las montañas ancestrales de los indígenas. Y
también la guerrilla, que se mueve en pequeños grupos, y mantiene
francotiradores en los desfiladeros.

La segunda
noticia fue la que alarmó al alcalde: su esposa, que andaba haciendo ‘vueltas’
en el norte del Cauca iba camino a El Palo, con su hijo de diez años, en busca
de un carro que los subiera hasta Toribío.

Por fin, alguien
contesta la llamada del alcalde.

-¡Alo… alo! ¿Usted
dónde está?… ¡pero, mujer, cómo se le ocurre! Usted sabe que en El Palo hay
plomo en cualquier momento. No, no, no… devuélvase ya mismo. Espéreme en
Santander que yo la llamo…

Banguero tiene un
poco más de 50 años y recuerda que la vida siempre ha sido igual en Toribío. En
esta zona han actuado al menos cinco grupos guerrilleros. Ahora dominan las
Farc. La población ha sufrido más de 600 hostigamientos y el pueblo ha sido
semidestruido en cuatro oportunidades.

En Toribío, hay
trincheras desde una cuadra antes de llegar al cuartel de Policía. Los uniformados
se han vuelto más desconfiados desde el 9 de julio. Ese día, la guerrilla hizo estallar
un carro bomba que mató a tres personas y afectó un centenar de casas.

Sin embargo, los
toribianos no abandonan su pueblo. Hoy es sábado de mercado y la plaza
principal está llena de toldos multicolores y plásticos negros. Un cartel
anuncia ferias y fiestas del 14 al 17 de octubre en San Francisco, uno de los
tres resguardos indígenas de Toribío.

En algún lugar
suena una canción de hace treinta años… «Siempre que yo voy a un baile… yo me
busco una gordita…» Más allá, en la panadería, 
se oye vallenato y en las carpas del mercado canta Oscar de León.

Entonces caigo en
cuenta. Desde que salí de Santander de Quilichao, el principal municipio del
norte del Cauca, no he dejado de oír música bailable… Radio uno, una emisora de
Cali, animó las tres horas de viaje en buseta. También sonaba música pachanguera
al entrar en Tacueyó, un corregimiento que ha vivido páginas sangrientas. 

-Aquí se llora,
pero también se baila -sintetizó horas más tarde Clara Cerón, la candidata a la
alcaldía de Toribío por el Movimiento Autoridades Indígenas de Colombia, Aico.

Hasta Gabriel
Perdomo, el guardia indígena que me acompaña, parece saberse buena parte de las
canciones. El guardia lleva bastón de chonta y pañuelo  verde y rojo anudado al cuello («Verde, por
la naturaleza y rojo, por los líderes asesinados»), chaleco y cachucha de la Cxab
wala kiwe (Asociación de cabildos Indígenas del Norte del Cauca).

La compañía del guardia
indígena es una medida preventiva para moverse con cierta tranquilidad en estos
territorios. La guerrilla tiene ojos en los caminos y dentro de los pueblos.

Banguero hace
cuentas de las familias que huyeron de Toribío en las horas siguientes al
estallido del carro bomba. Unas veinte. «Se fueron para Cali, Popayán,
Santander… pero ya casi todas regresaron al pueblo. Los toribianos son muy
apegados a su tierra», dice el alcalde.

-Aquí vos
encontrás un ambiente sano ­ -agrega. Aquí la gente no sufre por comida… se
respira un aire limpio, hay ríos y quebradas y por donde mirés hay montañas
inmensas, paisajes. Es un ambiente sano para los niños. No como en las
ciudades. Aquí todos se conocen y se ayudan. Vos vieras el amor por la tierra
que tienen los comuneros (indígenas).

En la lista de
cosas buenas de Toribío aparece la agricultura (2.000 toneladas anuales de
café), la ganadería, los frutales, Lácteos San Luis, una empresa indígena que
fabrica queso y yogurt en Tacueyó, las 50 toneladas de trucha que los nasas
venden cada año a supermercados de Cali, y la fábrica de jugos Finze, también
de indígenas, que vende su producción en los municipios vecinos.

A unos cien
metros de la alcaldía, cruzando el parque, está la sede de Ezequiel Vitonás,
uno de los principales líderes del norte del Cauca, y candidato de la Alianza
Social Independiente, ASI, a la alcaldía de Toribío.

Vitonás cuenta
que por allá, en el 2001, cuando arreciaron los ataques de la guerrilla, se
reunieron más unos 300 líderes nasas en El Tierrero. La decisión de los
indígenas fue unánime: «De aquí no nos vamos. Aquí nacimos, aquí crecimos y
aquí moriremos».

Cuando
entrevistaba a Ezequiel, en mitad de la calle, sonaron algunas detonaciones…
cinco o seis.  «Esos son tiritos», dice
Vitonás. Pero no se inmuta. Tampoco se observa revuelo entre los vendedores que
colman el parque principal. Los policías sí buscan parapeto y alistan sus
armas. Los guerrilleros disparan de cuando en cuando para mantener  en jaque a la Policía. Diez minutos después
del tiroteo, el candidato sale del pueblo en su moto tipo Enduro, escoltado por
una camioneta repleta de seguidores.

Clara Cerón, la
otra candidata, vive a una cuadra del parque. La vivienda tiene la huella de un
balazo.  Igual que Vitonás, afirma que el
compromiso con la comunidad está por encima de la vida.

La fortaleza de
la organización indígena es la principal razón para que la cabecera municipal
de Toribío y sus 66 veredas no se hayan convertido en pueblos fantasmas. Los nasas
han diseñado un complejo sistema de resistencia para evitar que los armados los
saquen de sus montañas.

Tienen 25 lugares
de concentración dispersos en la cordillera. Cuando estallan los combates, las
familias corren hacia esos sitios. Llevan comida para varios días y rodean el
lugar con banderas blancas.  Allí han
permanecido hasta tres meses, mientras guerrilleros y soldados pelean en los
alrededores.

Hacia la una de
la tarde pita la buseta que sale para Santander de Quilichao. Con Gabriel
Perdomo, el guardia indígena, decidimos tomarla. El vehículo va repleto. Media
hora después atravesamos Tacueyó y seguimos bajando entre montañas y
precipicios. Por fin aparece El Palo. Al frente se ve un soldado en posición de
combate. De pronto suenan dos rafagazos y unos tiros sueltos. El conductor
acelera y sale del pueblo por la primera calle, hacia Caloto. Atrás se oyen más
tiros. Dos días después, las Farc mataron a siete militares a diez minutos de
este caserío.

Especial para la separata regional del Pacífico de
Publicaciones Semana
.

Vereda El Trapiche.jpg

*Periodista y profesor de la Universidad del Rosario. 

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