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Es que, para serles franco, creo que pretender hablar de PF desde el frontispicio de la crítica es una tarea demasiado atrevida. Mejor hablemos de esa fuerza endemoniada que nos puso a pensar, cuestionar, cambiar, romper moldes en un momento en que era necesario hacer todo eso. Estos son relatos de melómanos compulsivos:

Mi llegada a PF fue talvez la más común: Lo primero que recuerdo es la cantidad de veces que ese cassette doble de The Wall -rebobinado con tapa de kilométrico- dio vueltas en mi walkman, camino al colegio y luego a la U. Entre la marea de gente que colgaba del pasamanos estaba este engendro tumbando muros, cuestionando enseñanzas y reconstruyendo sociedades con el puño alzado y las cejas calvas de Pink. Cada viaje de 40 minutos era la historia de "mi sociedad perfecta y trascendental". Recuerdo una presentación de la cinta de Alan Parker en el Brittish Council, donde iban a debatir un poco de engendros como yo. Era la tercera o cuarta vez que la veía, pero lo que me impresionó es que una niña de lo más tierna dijo "esta es mi décimonovena vez"…

Luego recuerdo el impacto que causaron en mí las escenas del Live at Pompeii. Dios santo, cuánta energía contenida en ese recinto sacro. ¡Además ponían a cantar a un perro! ¡Y sonaba bien! Allí me encontré con "Set the controls for the heart of the sun" y creo que eso fue lo que me obligó a investigar sobre la psicodelia. y me encontré con A saucerful of Secrets -uno de mis favoritos- y The Piper at the Gates of Dawn.

Por supuesto, vino la etapa del Dark Side of the Moon, y ahí fue cuando comprendí lo que hace la arquitectura en la música: Una piedra preciosa con ángulos perfectos. Para los amantes de este álbum, les recomiendo esta página web.

Claro, solía abandonar a PF cuando necesitaba el rock sucito y simple. Además, en lo complejo, PF no estuvo sola: También estuvieron King Crimson y Yes.

Convoqué a algunos amigos, colegas y duros de la escena del periodismo de rock para que nos cuenten cómo vivieron ellos su etapa pinkfloyesca:

JUAN CARLOS GARAY / Revista Semana, El Malpensante
Descubrir a Pink Floyd fue como abrir una puerta de entrada al espacio sideral. Hay gente que dice que recuerda el momento exacto en que oyó por primera vez Sgt Peppers de los Beatles. Yo tengo el mismo recuerdo, pero con Dark Side of the Moon. Fue en un casete pirata venezolano que me prestó un amigo del colegio. Y sin embargo, pese a que todas las condiciones apuntaban a una audición mediocre, la música estuvo por encima de esos detalles. Me sorprendió -y me sigue sorprendiendo- que hicieron un disco completo con el ritmo de las pulsaciones del corazón. Más adelante descubrí The final cut que es hoy mi disco favorito de Pink Floyd. Pero si tuviera que decidirme por uno solo para llevar a una isla desierta, sería Atom Heart Mother. Y lo digo porque escucharlo es un reto. Al no tener letra, cada audición hace que uno descubra pequeños detalles nuevos. Ideal para el experimento de la isla, ¿no?!

ANDRÉS DURÁN / El expreso del Rock
Mi primer acercamiento con Pink Floyd fue el álbum Meddle: Percibí algo atmosférico, denso, muy artístico y bastante culto en sus líricas, luego fue el Dark Side of the Moon, en cualquier parte del mundo se oía por radio la canción Money en el 74. Wish You Were Here es mi favorito. Logré descifrar el enigma y sólo tuve que tener paciencia para esperar que saliera Animals a la venta en los almacenes bogotanos, y finalmente recuerdo el lanzamiento de la película The Wall en el Teatro Olympia en la 26 con 8. Hubo concierto del grupo bogotano Crash antes de la proyección a la que fui con mis colegas del grupo High Voltage ¡¡¡Qué bueno que tuve grupo de rock para poder tocar las canciones de Pink Floyd en los años que existía Pink Floyd!!!… ¡Keep Rocking!"

JORGE PATIÑO / Periodista, otrora redactor de Rolling Stone Mag.
Carezco de una historia romántica o sesuda para explicar por qué me empezó a gustar Pink Floyd. No diré que fue la pureza de su sonido, ni el virtuosismo de Gilmour, las letras de Roger Waters, la creatividad de Syd Barret ni la capacidad para convertir una música tan elaborada en algo tan pegajoso como una canción de Britney Spears (¿increíble? tarareen "Money", "Another Brick in the Wall" o "Wish You Were Here" y entenderán de inmediato) ni siquiera la vez que puse simultáneamente Dark Side of the Moon con la película el
Mago de Oz . Todo eso es cierto, pero todo eso lo descubrí después.

Lo que me atrajo de ellos, al principio, fue la portada y los dibujos interiores de la versión en vinilo de The Wall que alguien le había prestado a un tío. Yo tendría unos seis o siete años. La música que contenía ese álbum doble era directamente proporcional a las gráficas descrestantes de la portada. Fue como encontrar la punta de un ovillo de la cual tiré. Lo siguiente que salió fue Dark Side of the Moon, luego Animals y así sucesivamente. Lo mejor de Pink Floyd es que lo he disfrutado en soledad, así que no tengo asociado a él el recuerdo de ninguna fiesta, viaje, ex novia, mal año escolar ni nada parecido. Menos mal."

GUSTAVO GÓMEZ / Editor Revista SoHo
Cada vez que escucho a Pink Floyd me acuerdo de cinco cosas que no puedo evitar:

1. La manera descarada y atrevida en que los publicistas criollos de los setenta y ochenta usaron su música para campañas made in Locombia… como también me pasa cuando oigo a Alan Parsons.
2. De mi buen amigo Luis Villa corriendo como loco a negociar un Wish you were here, acetato importado, con una sanguijuela que operaba en la calle 19, en el centro de Bogotá, que apodaban “El Manteco”… ya con el mote se da uno idea de lo transparente que eran sus negocios.
3. De Jorge Alberto Barón, un señor que no se ríe, que no parpadea, que casi ni respira… pero es muy amable, y se la pasa publicando cada quince días un “libro” de la banda en material de fotocopia.
4. De las pesadillas que tuvieron mis padres al verme, muy concentrado y juicioso, aplicarme varias veces The Wall en el Betamax Sony XL-8600 de la casa. Sí, el del control remoto con alambre y testigo amarillo. Ese.
5. Del pulso rojo, permanente, que, en la caja de Pulse que tengo en mi biblioteca, me recuerda todos los días que Pink Floyd existe. Aunque sus artífices continúen matándose en tribunales por el nada romántico uso comercial del nombre del grupo. Que se tranquilicen: el turno de matarse es para McCartney y su ex.

EDUARDO ARIAS / Revista Semana y Teusaquillo Cuatro Gatos
Para mí Pink Floyd es una rara mezcla de asombro, gratitud y aburrición. Asombro, porque su lado digamos mágico sigue intacto cada vez que oigo cosas como Astronomy Domine, Fat old sun, o The Great Gig in the Sky. Gratitud, porque varios de sus álbumes (en particular desde los orígenes hasta Dark Side of The Moon) me evocan épocas muy importantes de mi vida, cuando comenzaba a descubrir el rock y, sin duda, Pink Floyd ayudó mucho a formar mi carácter. Aburrición, porque el culto a Pink Floyd (como a los Beatles, a París, a la selección de fútbol de Brasil y tantos otros) me pone del lado de los punks que compraban camisetas de Pink Floyd y arriba les escribían I hate y las quemaban con cigarrillos. En síntesis, lo primero que se me viene a la cabeza cuando me nombran a Pink Floyd es asombro, gratitud y aburrición".

Gracias, amigos.

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Larga vida al rock y a Pink Floyd. Consignen sus vivencias pinkfloyescas en la Cajita. Suerte y pulso.

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