¿Es realmente necesario clasificar a los músicos por géneros? / Publicidad inmersa en el folclor
La mayoría de artistas se muestran aburridos de que los encasillemos en las cuatro paredes de una etiqueta que parece haber sido inventada por la industria. Cuando la musa llama a un artista: ¿lo hace en forma de «indie-folk», de «electrohouse», de «EDM» o de «symphonic death metal»?.
Hoy, en Caja de Resonancia, además, una preocupación latente ante el reciente sencillo de Petrona Martínez.
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¿Debe clasificarse a los músicos por géneros o subgéneros? (parte 1)
Citaré como entrada a la discusión (que dividiré en varias entregas, la próxima con un podcast) este aparte del documental de Hugh Laurie ‘Down By The River: a celebration of New Orleans’ (que surgió de la mano de sus discos ‘Let Them Talk’ y ‘Down by The River’), un filme (disponible en Netflix) en el que el músico y comediante emprende un viaje a esa ciudad cuna infinita de músicas en Estados Unidos, enmarcando sus vertientes del blues, que fluyeron como las aguas del Mississippi. Lo que sugiere desde este minuto es que todas las categorías de la música son bobadas inventadas por quienes tenían tiendas de discos:
Ya lo veo venir: Una respuesta a este planteamiento sería «¿quién es Hugh Laurie para venir a decir eso?». Qué me puede aportar la mirada de un comediante británico acerca del blues y, por ende, de centenares de sonidos. Seguro, a la mirada de muchos, el ejercicio de dos álbumes del Doctor House en el blues y el jazz es un exabrupto que no debió suceder. Que él no tiene por qué estar dando lecciones de blues… Puede ser.
El punto es que muchas etiquetas nacieron por un mero ejercicio de clasificación, una forma de guardar los discos en estantes para que quienes están buscando lo que quieren lo encuentren. Esos ficheros se trasladaron luego al mundo digital, en donde decidimos clasificar en nuestros iPods las canciones que guardamos según un ritmo que identificamos (correcta o erróneamente), y a partir de ahí, nos será más fácil ubicarlo. Es una lógica de consumo, no artística.
La maña de etiquetar también nos caló bien a los periodistas, afanosos por ponerle nombre a todo porque a la hora de titular es más fácil usar una palabra que contar una historia. Una lógica de practicidad, no una lógica artística.
Y es una forma aburridísima que no dice nada, realmente. Pondré como ejemplo a la reciente banda Kongos, fenómeno radial que nos visitará el próximo año. Según Allmusic.com, Kongos es una banda de «Alternative/Indie rock». Dícese que es «indie», pero firmó con Epic (Sony Music), que la distribuye por el mundo. Entonces no sería «indie», ¿no? en el sentido estricto de eso que inventaron bandas como Sonic Youth entre otras. Ok. ¿No será más interesante decir quiénes son los Kongos? No hay elementos gratuitos ahí: 1) son surafricanos; 2) Son los cuatro hijos de John Kongos, cantautor surafricano de los años 70 que hizo unas cosas interesantísimas; 3) que ese sonido que retumba en su sencillo ‘Come With Me Now’ proviene de la inspiración de los tambores ‘karyenda’, de Burundi, y que por eso suena tan distinto a todo lo demás que suena por estos días en la radio… De eso hablé con los Kongos en esta entrevista.
Lo que he notado en mi ejercicio profesional con la música desde 1997, pero especialmente en este siglo de transformaciones, descubrimientos y explosiones sonoras, es que a los artistas ya no les gusta que los clasifiquen. Al preguntarle hoy a un cantante de rock cuál es el subgénero o la corriente en la que se mueve, muy probablemente no dirá algo distinto a que hace «rock». ¿Por qué? Pues porque a nadie le gusta que lo amarren, más cuando, en tiempos de esos descubrimientos, un artista se puede nutrir de muchas vertientes. En su siguiente álbum, probablemente se sentirá más pop que rock, o más influenciado por el blues o por el country, o lo que le plazca.
No es gratuito el chiste del argentino Kevin Johansen de declararse un «desgenerado», es decir, que no pertenece a un género.
Por poner ejemplos recientes, el último disco de la banda británica Metronomy, que se decía que pertenecía al llamado synth pop, es un glamoroso tributo a la historia del soul de los años 60. En todos los sentidos estéticos:
Otro ejemplo que se hizo cercano, con la reciente venida de la banda Philm, es el de Dave Lombardo, ex baterista de Slayer, quien dice que sigue tocando rock muy pesado, pero se declara exhausto de las fórmulas del metal que siguió por tantos años (siendo Slayer en su momento, curiosamente, una ruptura a sonidos establecidos del metal). Antes de su salida abrupta de Slayer, más por temas económicos que otra cosa, Lombardo ya venía experimentando por fuera de esa banda con gente de la vanguardia experimental como John Zorn y Mike Patton. De eso hablamos en esta entrevista.
Después de esa experiencia vino la formación de su banda Philm, que representa lo que él quiere hacer hoy. Y resulta bastante difícil catalogarlo (en especial su primer álbum):
Lo más crudo es que las etiquetas además fracasan cuando se encuentran con alguien como John Zorn, Marc Ribot o, para ir más lejos en el tiempo pero no de forma desconocida, con Frank Zappa, a quien se le solía clasificar en toda tienda de discos de forma insólita bajo la palabra «rock». ¿Es esto rock, en el sentido ritual que lo usan los ortodoxos del rock? ‘One Man One Vote’, del álbum ‘Meets the Mothers of Prevention’, el álbum que el gran bigotón lanzó después de sus debates sobre la censura a la música en el Congreso de Estados Unidos. Poniéndonos a desmenuzar, estarían aquí las influencias de la música electroacústica, del compositor Edgar Varese al que Zappa le reconoció tanta importancia. En fin…
Y hoy, en épocas de rotunda globalización, los lenguajes se cruzan en posibilidades mucho más amplias. La palabra «fusión», que realmente llegó a la música como un momento del jazz, luego se licuó en múltiples formas. Y hay muchos ejemplos. Estaba buscando el de la arpista galesa Catrin Finch (cuyo repertorio clásico es muy importante, como las variaciones Goldberg) junto al Ensamble Sinsonte, de los Llanos de Colombia, pero no lo encontré en Youtube, sin embargo sí encontré de ella otra frontera que cruza junto a Seckou Keita, intérprete de la kora, de Senegal, en un show en la feria Womex… aquella feria en la que Herencia de Timbiquí y La Chiva Gantiva fueron sensación en su reciente edición (digo, como para contarles a los bravos por el Estéreo Picnic). ¿Cómo clasificaríamos esto?
Esto, como por arrancar la discusión, que espero continuar con sus aportes y con más ejemplos. En la próxima entrega: El universo de Bob Brozman.
Publicidad inmersa en canciones de folclor
Un colega de la revista Shock descubrió en el nuevo sencillo de la gran cantadora Petrona Martínez una mención de agradecimiento a Tigo Music, la plataforma musical de la firma Tigo. Se encuentra de manera exclusiva en Deezer para su reproducción en streaming.
El mensaje de la cantante, que se escucha en el minuto 1:57, dice en medio de una pausa de los versos de la canción: «Óyeloooo… Con Tigo Music… (ríe) Contigo me voy mañana». Segundos después retoma la letra.
La canción se puede escuchar en este link
Desconozco de quién es la iniciativa, si de la artista o de su equipo, o si, dando vida a uno de los peores temores que tenemos quienes amamos la música, se trata de una idea de mercadeo de la empresa privada que le propone a la artista incluir semejante cosa en su canción, como parte de la estrategia conjunta Deezer/Tigo.
Ella está por encima del bien y del mal, es una de las mayores exponentes de nuestra música en el exterior, tiene una de las historias más brillantes y ha mantenido pura esa esencia. Y ni usted, amigo lector, ni yo, somos nadie para criticarla. Si fue su decisión, no nos queda sino respetarla, más no apoyarla.
Creo también que quienes estuvieron detrás de la propuesta no lo hicieron de manera perversa, seguro pensaban que la idea es excelente y que no tiene nada de malo. Sienten que están apoyando al folclor dándole este empujón, y mucho de eso es cierto…
El asunto es que le están poniendo una etiqueta comercial, como una marquilla de ropa, a una canción que nace de la tradición del bullerengue. Es como usar de valla publicitaria una pieza sonora que representa al pueblo cimarrón del litoral Caribe y específicamente de San Basilio de Palenque que reaccionó con sus cantos a los rituales religiosos impuestos. Aquí un poco más sobre el bullerengue.
Apoyar la exposición de una música raizal es un acto valeroso y es una tarea que hay que aplaudir, pero intervenir la música misma con mensajes publicitarios es algo que nos duele en el corazón y en los oídos.
¿Qué opinan ustedes?
Atte.
Caja de Resonancia.
Hay tantas músicas como culturas en el mundo,y en conjunto forman un todo que al analizarlo y para comprenderlo,debemos comenzar por respetar sus diferencias. La música es la expresión vibrante del sentir y el pensar de los pueblos, que sin distintos de raza o credo,a todos da arraigo y sentido de pertenencia a la existencia..Asi por milenios el hombre a unido en torno a su música su historia y su razon de vivir,y son estas genuinas expresiones las que han dado forma a las músicas populares del mundo que luego pasaron a ser un colosal negocio con derroche estrategias de mercadeo para crear falsos ídolos comercialmente productivos, apartandose cada vez mas de sus orrígenes y el verdadero objetivo de su existencia,»Representar la cultura de sus pueblos»..Así todo ahora es posible en este negocio de poner y quitar ingredientes que saben a todo pero muy pocos conservan el valor de la identidad perdida en el actual mercado de valores..
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