¿Cómo quitarse de encima esta invasiva melomanía? / Lanzamiento Iron Maiden
La propuesta de un lector hizo eco justo en momentos en que otro melómano, en Pittsburgh (Estados Unidos), intenta combatir su problema de raíz: Pretende vender su colección de tres millones de vinilos y 300 mil CDs, al parecer la personal más grande del mundo. Hoy, además, en Caja de Resonancia, invitación a "la vida después de la muerte" con Iron Maiden.
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¿Cómo se hace para dejar de ser un melómano? En el post sobre los Yoshida Brothers, el resonante lector Mechanix postuló la interesante pregunta, que tiene un complemento obligatorio: ¿Por qué dejar la melomanía si es tan sabrosa?
Por supuesto, debe tener sus razones: Intuyo que alguna novia le dijo "Decide: ¡o tus discos o yo!" y lo está pensando… O que todos los meses revienta sus tarjetas de crédito porque se arrebata cada vez que sale una reedición remasterizada o remezclada de un requete-grupo.
La RAE define la melomanía de una forma insólita: "Amor desordenado a la música". Supongo que por desorden se refiere a un trastorno mental, porque si se refiere al desorden que causan los discos, no puede estar más equivocada: La melomanía nunca pecará de desorden, por el contrario, se trata de una obsesión enmarcada por el orden y la clasificación.
Mis patologías se me han manifestado en estos últimos meses en la perturbadora tarea de diseñar sobre papel el mueble que quiero para mis CDs para mi próximo apartamento. Estoy pensando en un estante en el que se puedan ver todos cuando uno entre al cuarto (la chavacanería fantoche es un grave síntoma de melomanía, aunque la verdad es que no tengo muchos discos), pero que se protejan del polvo. Un día de estos les muestro cómo voy.
Recuerdo que otro amigo melómano, el autor de Bogocast, compra metros de balletilla roja y la corta en cuadritos de 10×10 para ponerlos entre CD y CD, y así con eso no se rayen las cajas. Y se de muchos que han desarrollado sus propios software de clasificación y dedican horas y horas a hacer lo que ahora iTunes hace automáticamente con los MP3.
Pero démosle la oportunidad a la idea de Mechanix. Pensemos cómo deshacernos de la melomanía. Lo primero que se me viene a la mente son dos ejemplos de quienes han emprendido esa tarea: Harvey Pekar y Paul Mawhinney.
El primero, autor del cómic underground American Splendor, se propuso a sus 30 años que iba a tener todos los discos existentes del jazz. La obsesión lo condujo a la quiebra pero ahí seguía. A veces tenía que vender algunos discos para pagar otros. En algún momento se vio tan agotado por esta labor que tuvo que salir y enfrentar los demonios de su "enfermedad".
Pero el segundo, Mawhinney, autor del libro ‘Music Master’, es definitivamente la noticia de la semana en material musical: Acaba de sacar a la venta la colección que hizo durante toda la vida, compuesta por 3 millones de acetatos y 300.000 Cds, calculando 6 millones de canciones. La puja en eBay comienza en 3 millones de dólares y espera llegar a 50. Se trata de la colección personal de Paul Mawhinney que algunos llaman "la colección de discos más grande del mundo" o "la historia de la música". También tiene una tienda de discos en Pittsburgh, que se llama Rama Record.
¿Por qué la vende? Según dice, porque se juntaron la vejez, un afectado estado de salud y una necesidad económica. ¿Es realmente de él? Si. ¿En dónde guarda todo eso? En una bodega. ¿Por qué lo hizo? Se dijo a sí mismo que la calidad de la radio era muy mala y que "alguien tenía que preservar la música".
¿Es esta melomanía algo sano? ¿No es enfermizo? ¿Eso es de verdad amar a la música? Porque la música es para escucharla, pero, si jugamos a la estadística…: Si una canción dura en promedio 3 minutos, para oír 6 millones de canciones al menos una vez en la vida se necesitan 300.000 horas, es decir, 34 años de sólo escuchar la música (sin contar el tiempo de ir a sacar el disco y ponerlo en el reproductor)… mmm, es probable.
Pero dónde queda el placer… ¿Cuándo fue a comprarlos? ¿Compra por kilo? … Cuando compró cada disco, ¿habló con quien se lo vendió acerca de la canción 7 que es mejor que la 5 pero no tanto como la 2? ¿Abrió el cuadernillo de cada uno de esos 300.000 Cds para ver qué contaban? ¿No tendrá algún disco repetido? ¿Cuántas agujas de tornamesas gastó? ¿Tuvo oportunidad de grabarse una canción y así tararearla en la ducha? ¿Tuvo tiempo para pegarse al vidrio de la tienda de discos a chorrear la baba? ¿Relacionó alguna canción con algún momento de su vida? ¿Le dedicó alguna canción a su mujer? ¿Tiene mujer? ¿Conoce el concepto ‘mujer’ que no sea Diana Ross and the Supremes o Ella Fitzgerald?
Para los melómanos, la música es la vida, pero no debería significar dejar de vivir. Bien lo dijo Rob, el vendedor de discos que John Cusack encarna en High Fidelity, cuando explicaba a sus amigos por qué no ordenaba los discos por orden cronológico ni alfabético: "los clasifico por orden autobiográfico".
Este es Rob, en su tienda…
(Hey, qué extraño, Jack Black aparece dos veces en este blog en una semana…)
Por cierto, este es un enlace a un video de una excelente escena que no salió en la película y que creo que resume muy bien nuestro tema de hoy: Rob regateando discos de una colección personal y una mujer para quien la venganza es su vida.
¿Por qué deshacerse de la melomanía? Talvez porque algún día nuestras esposas venderán nuestras colecciones por 50 dólares o menos. Talvez porque enfermaremos y nos haremos viejos, y no tendremos ni fuerzas para buscar el disco que nos gusta, ni la memoria para acordarnos de cuál canción iba después de cuál, sino qué recuerdos me dejó tal melodía en la vida.
O talvez porque la melomanía, sumada a un exceso de tiempo libre, puede conducir a patologías como la siguiente: "Música con los sonidos de Windows 98".
Suerte y pulso.
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