Compartiendo la mesa con el Chente y su visión de los ‘palenques’
Así fue el viaje al hogar de Vicente Fernández y así es como su familia ve el futuro de los escenarios, una cosa sencilla de hacer, que nos arroja una gran pregunta: ¿Por qué en Colombia nos complicamos tanto con este tema y no procedemos rápidamente a construir un buen escenario?
No es costumbre de la Caja de Resonancia cruzar los cables con lo que trabajo a diario. No me gusta la idea de meter aquí lo que dan las casas discográficas porque este es un espacio 100% independiente, personal; no hay editores encima diciendo "ponga esto, quite lo otro", y tampoco capto a los lectores convencionales de una sección de El Tiempo. Entonces no tiene mucho sentido escribir sobre lo que más se vende en las discotiendas. Me gusta la idea de que sea precisamente hablar de aquello de lo que no está hablando nadie más.
Sin embargo han sido varios los lectores que me han preguntado cómo estuvo el asunto con el Chente, en Guadalajara, tema al que ya RCN y Caracol le han dado bastante palo en estos días, y como veo que la edición online de la nota que escribí para el periódico quedó algo "choneta" (las fotos un poco escondidas y los videos con la cámara que no era), lo mejor tal vez es contar el cuento aquí a la manera resonante.
Pocas cosas me impresionan pero hay algo impactante en la existencia del Chente y es su encanto con las mujeres. Esta de la foto es Daisy Magally, una cantante ranchera bogotana cuyo sueño era conocer al tipo, y bueno, esta historia se las contarán en un capítulo de El mundo de Pirry:
Yo llevaba una camarita chévere con su buen zoom, así que pude captar algunas fotillos del momento (hay unas fotos de esto sin crédito que circulan en un Facebook, esas las tomé yo).
El tipo es un encantador. No pasa por viejo verde sino por galán. Y del otro lado de las luces estaba yo, con esta jeta de Woody Allen, pensando "bueno, cuál será el truco… ¿Será pintarse el bigote y las cejas? ¿Será cantar así todo señorón? ¿Será la chaqueta vaquera con injertos de piel de cocodrilo?"
Pero yo estaba decidido a mostrar al chente real, no al de las fotos retocadas que procuran promover las discográficas, quienes sienten que tienen que cuidar a su artista y entonces "adaptan" las fotos para que queden como con piel de culito de bebé, una pista de hielo para zancudos. Si no me creen, miren la foto que me enviaron:
-Aquí, el chente junto a Joan Sebastian, la fórmula de la producción y composición-
Que eso no embadurne al artista: Vicente Fernández es un gran señor y un caballero. Nos trató a los periodistas de la mejor manera, a tal punto que luego de sentirnos afortunados con la entrevista que ya habíamos logrado, terminamos dando vueltas por su casa y luego almorzando en el comedor de confianza, junto a la cocina. Es decir, nos recibió como a amigos de la casa.
En ese momento se relajó, se quitó la chaqueta y dejó ver el estómago y la postura normales de un hombre de 68 años. Explicaba que una cosa es el "respeto por el público" que lo admira y quiere verlo como un caballero, y otra es el hombre en su entorno, el hogar, junto a sus animales. Es lógico, de eso se trata el asunto de la imagen.
Ya en todos lados se ha hablado de esto, la piscina en forma de guitarra. Es excéntrico, si, pero no es una excentricidad anormal; tampoco es algo tan fuera de lo común:
Cuando llegamos a los galpones y a las jaulas, me sorprendió ver la sorpresa de este señor al ver que uno de sus galgos había tenido perritos. La puerta de la reja no abría y este hombre casi deshace la aldaba para poder entrar. Había un poco de ironía en la escena, él con sus botas de cuero de avestruz que daban cuenta de que a los animales se les quiere mucho pero, si necesitas zapatos, eso está primero.
Eso es parte del recorrido junto al artista. No vamos a hablar del panorama de la ranchera, de por qué ha sido resistente a la fusión, y en fin, de muchas cosas más, porque tal vez sería extendernos en vainas poco atractivas. Eso fue parte del viaje a la vida del Chente. Hay cosas que simplemente no pueden ser fotos porque estaría quebrando un trato de confianza hecho con la familia Fernández.
Hay muchas cosas por contar de ese encuentro. Creo que si me extiendo sería contraproducente, pero todo concluye en que este sujeto va a estar dando lata buen rato, va a seguir cantando rancheras hasta que se muera, y para llegar allá falta mucho tiempo.
Y bueno, a mí no me gusta poner estas fotos en el blog, son muy personales, pero es difícil no tomarse una con el chente:
Una industria del show en vivo
Más allá de todo lo anecdótico, algo impresionante es la logística en torno a los palenques, que en el argot mexicano se refieren a los escenarios circulares tipo "gallera" en donde se presentan los mariachis con mucho éxito. Gerardo Fernández, el hijo de Vicente (el negado para la canción pero ilustrado para los negocios y, si mal no estoy, el que alguna vez estuvo secuestrado y como prueba de supervivencia le cortaron un dedo) está obsesionado con la idea de traer los palenques a Colombia: escenarios que se montan en menos de tres meses, tienen capacidad para 8.000 personas y el audio está puesto de manera que no se atraviesan columnas de parlantes entre el público y el artista: todo el mundo ve el show desde donde esté.
Cuando uno oye eso y ve las fotos, se acuerda del caos que es ver un concierto en el Parque Simón Bolívar, que incluso sin pagar la boleta más barata, corres el riesgo de no ver nada… ¿Será buen negocio? Yo creo que es una buena opción. Qué pasa, los montajes musicales con batería no tienen esa versatilidad de moverse por todo el escenario, pero ya desde los Beatles se usaron escenarios móviles, en los que la tarima daba vueltas y todo el mundo veía todo.
El chente tiene en su "patio trasero" un coliseo, la Arena VFG, para 16.000 espectadores según Gerardo. Tiene parqueaderos por doquier, un sistema de ingresos envidiable y, al parecer, mucha planeación. Alquila el escenario a otros artistas y resulta rentable como negocio… ¿por qué no concebir en Colombia un escenario similar? ahí queda planteada la gran pregunta.
Suerte y pulso.
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