Querido Niño Dios,

Quiero contarte algo que me tiene triste y, la verdad, no sabía a quién más decírselo, sino a ti, que eres el que puede hacer lo que quiera cuando te das cuenta de que algo no está bien.

Esta semana me puse feliz cuando, una mañana, mi papá me llamó junto a la ventana para mostrarme cómo las ardillitas tenían pequeñas cuevas construidas en los troncos de los árboles que hay al lado de mi casa, así como nidos para resguardarse en los puntos de unión de las ramas.

Mi papá me prestó unos binóculos para observarlas más de cerca y me sentí feliz al verlas correr y llevar nueces a sus cuevas. Me sentí afortunada de poder asomarme por la ventana y tener este espectáculo al frente mío.

Ayer cuando me desperté oí a mi hermanita y a mi papá lamentándose y salté de la cama preocupada. Cuando les pregunté qué pasaba me mostraron la misma ventana: los árboles caían uno después del otro en medio del ensordecedor ruido de las sierras que, manejadas por unos hombres, cortaban sin piedad, acabando con el hogar de las ardillas que tanta felicidad me había causado ver unos días antes.

Pero el dolor más fuerte lo sentí al ver que las ardillitas corrían como locas en los árboles que quedaban, consumidas por el miedo de ese espantoso ruido y sin comprender por qué sus casas se derrumbaban de un momento a otro.

Esas ardillas que antier jugaban persiguiéndose y que corrían con sus nueces para esconderlas dentro de las cuevas, ahora solo sentían miedo al ver que todo lo que habían construido se venía al piso sin razón. Y así no lo comprendieran, yo tampoco lo hice, estoy segura de que de alguna manera sabían que ya no tenían hogar.

Me sentí desesperada y no supe qué hacer o a quién rogarle que detuvieran ese acto de odio contra las ardillas que vivían al lado de mi casa y contra quién sabe cuántos otros animales. El resto del día lo pasé torturada por ese mismo sonido que representaba lo terrorífico del acto. Y no supe qué hacer para detenerlo ni quise observar más por la ventana.

Niño Dios, por favor, te ruego que les ayudes a las ardillas; ayúdalas a encontrar otros árboles y a construir unas casas nuevas; ayúdales a olvidar que perdieron sus antiguas casas y que alguien las derrumbó sin tenerlas en cuenta a ellas; ayúdales a no sentir miedo y a olvidar ese ruido ensordecedor que tanto las asustó en el momento en que lo perdieron todo; ayúdales a sobrevivir.

Y, Niño Dios, sobre todo, ayúdame a saber qué hacer, ayúdame a saber cómo detener a los hombres que no observan las ardillas y que, aunque las observaran, no las tendrían en cuenta. No quiero que se acaben las ardillas, no quiero dejar de ver sus cuevas, no quiero asomarme por la ventana y no encontrar árboles llenos de vida.

Por favor ayuda a los hombres que no sienten nada al ver una ardilla; creo que ellos realmente necesitan de ti para que los hagas entender que no pueden acabar con el mundo.

Niño Dios, por favor construye unas casas nuevas para esas ardillas que ayer corrían llenas de miedo.

*Los hechos relatados en la carta son reales y ocurrieron ayer.

Este video contiene unas imágenes simbólicas de hacia dónde van nuestros animales si seguimos ensañados contra el mundo:

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