Adorada mamita,

Sé que me oyes y me ves, no sé desde dónde, pero quiero pensar que así es siempre porque solo tu compañía permanente y eterna es mi consuelo. Solo eso me salva de mi miedo.

Desde que te fuiste todo es más difícil; el ruido de las explosiones me atormenta más hoy que antes, aunque siempre ha sido un infierno, solo que ahora lo es en soledad.

Por las noches me acuesto temblando y cierro los ojos con fuerza, como si eso me alejara del mundo, pero es inevitable abrirlos cuando, llena de terror, el ensordecedor ruido de los ataques decide arrancarme de mi interior.
No te preocupes, nada me ha pasado aún. Por ahora mi vida continúa normal, si se puede llamar normal a un mundo en el que cada día los paisajes que conoces explotan y las personas que quieres salen volando para nunca más volver.

Adorada mamita, quisiera saber, si es posible que tú te comuniques conmigo de alguna forma, qué es eso tan horrible que hemos hecho para que nuestro hogar haya sido escogido como el espacio de las llamas, el terror y la muerte…

Porque imagino que no en todas partes es así, o, de lo contrario, el mundo no existiría porque ya se hubieran exterminado mutuamente los seres humanos. No creo posible que este odio tenga escapatoria una vez se interna en un lugar.

Así es como lo siento aquí en nuestra casa, así sueño cada noche que todo lo que conocemos y donde crecimos va a terminar. Te confieso que muchas veces espero el momento en el que las luces y el ruido de la explosión van a estar no al frente mío, sino sobre mí…Y no sé si lo hago con miedo o con esperanza.

De verdad, quisiera comprender por qué hay hombres que nos odian tanto como para llegar en cualquier instante a desaparecernos a todos nosotros, a quienes ni siquiera conocen, acabando con las pocas ilusiones que nos quedan.

Quisiera saber si tú, que espero e imagino que ya estás en un mundo mejor en el que puedes comprender mejor lo de este mío, tienes alguna explicación para darme y así ayudarme a no desfallecer en mi soledad, ensordecida por esos ruidos a los que no logro acostumbrarme.

Si tú me dices que así debe ser, que existe algún motivo para que toda mi familia haya ido desapareciendo de a pocos, en manos de enemigos que jamás supo ganarse, y que igualmente mi turno llegará porque así lo dice la vida, yo te prometo que te creo y que dejaré de acumular estos sentimientos y de llorar en silencio cuando nadie me ve.

Pero si, de lo contrario, tú no te manifiestas para ayudarme a comprender, o aunque sea para hacerme saber que me abrazas en las noches, no tendré más remedio que desear con todas mis fuerzas que mi cuerpo desaparezca entre las partículas del aire confundido con estrellas de una explosión.

Porque, madre, ya mi miedo empieza a convertirse en indiferencia; mis sonrisas, en lágrimas que cada vez saben menos a sal; mi corazón se endurece a una velocidad alarmante y, lo único que no quiero, es dejar de ser humana, para convertirme en uno de ellos.

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