A quienes vivimos indignados con las injusticias del mundo,

Hoy, unos días después de haber sentido toda la intensidad de ese dolor de la profunda decepción que me causó la primera vuelta de las elecciones presidenciales y que compartí con ustedes, mis lectores, en unas pocas palabras, confieso, y me saco de adentro, que hubo algo más que pareció martillar ese sentimiento hasta dejarlo bien clavado dentro de mí: ese día, cuando iba en el asiento derecho de la parte delantera de un carro y con el corazón apretado y las lágrimas a punto de caer pero aguantándose como para no hacer oficial el dolor de la decepción, vi que el tráfico se detenía y que había gente reunida en torno a algo; sin saber por qué, aún no sé por qué, miré a través del vidrio y lo vi, vi una motocicleta tirada en el piso y a su lado a un hombre de pelos grisáceos que se teñían lentamente de rojo uniéndose con un charco de ese mar que representa la vida y la muerte. Vi a un hombre luchando por la vida sin decir una palabra, sin moverse, esperando.

No necesité más; esa imagen de sufrimiento y de la fragilidad del ser humano frente a la vida me derrumbó, hizo explotar esas lágrimas que tanto se habían esforzado por no salir. Era como si la vida me estuviera diciendo a gritos que sí, que todo seguiría siendo injusto a pesar de que yo me indignara y llorara con todas mis fuerzas; que el hombre sufriría hasta el fin de sus días sin que hubiera nada que yo pudiera hacer para impedirlo; que llorara y escribiera para tratar de que otros entendieran lo que mi corazón sentía, pero que siempre serían muchos más lo que jamás llegarían a entenderlo; que mi indignación sería absurda para muchos y un dolor real solo para mí misma; que la vida y la sangre correrían siempre por las calles y no dejarían de ser pasajeras; que el hambre y el dolor de otros no dejarían de ser una anécdota más para una mayoría abrumadora; que demasiados serían los seres humanos que en ese preciso instante estarían perdiendo sus vidas sin haber llegado a sentir ni por un segundo que estas les pertenecían, sin haber vivido.

Se necesitaron la dolorosa y escalofriante opinión expresada por una mayoría que en realidad no lo es, y la imagen de un hombre a quien el universo le arrebataba la vida cuando menos lo esperaba para derrumbarme.

A veces siento que este mundo es demasiado para mí; a veces me pregunto si podré con él.

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