Hambre y fiesta sobre el mismo suelo

Es triste ver cómo vivimos en medio de contradicciones dolorosas e incomprensibles que parecen invisibles ante los ojos de unas mayorías insensibilizadas, resignadas y acostumbradas a la desigualdad como destino, como realidad única e irrenunciable.

Después de un mes entero de fiestas y fútbol que unieron a millones de personas de distintas naciones del planeta entre las que me incluyo, y así yo misma haya disfrutado viendo los espectáculos de inauguración y clausura, y los estadios majestuosos y modernos llenos de caras coloridas y banderas, no puedo quedarme con ese sabor agridulce que me producen momentos como este.

Me refiero a la contradicción que se vive en este país del llamado continente olvidado: Sudáfrica tiene cincuenta millones de habitantes, más de 50% de su población bajo la línea de pobreza, un tercio de su población viviendo con un dólar o menos al día, menos de 20% de su población disfrutando de las oportunidades del primer mundo, una tasa de desempleo de 30%, una expectativa de vida de 49 años y 18% de su población padeciendo el virus del SIDA; pero, como si esto no contara a la hora de tomar decisiones para mejorar la situación de un país que necesita alimentos, vivienda, escuelas, hospitales, agua potable y otros servicios básicos, Sudáfrica invirtió, de acuerdo con el gobierno, 6.300 millones de dólares en toda la organización del mundial, dejándole ingresos por 2.400 millones de dólares a la FIFA.

Empecemos por partes. Es claro que la inversión hace que se creen empleos directos e indirectos y que lleguen turistas a gastar su dinero en el país, es decir, que la inversión se recupera. Además, el país vivió momentos únicos en su historia y se proyectó ante el mundo como una nación capaz de albergar un evento de semejante importancia y de recibir personas de todo el planeta para ofrecerles lo mejor que tiene.

Pero es difícil dejar de sentir un dolor profundo al pensar que esa inversión se haya hecho en fiestas y estadios que difícilmente serán sostenibles, mientras millones de personas pasan hambre, sufren por enfermedades y mueren ante la indiferencia de su propio pueblo y de una comunidad internacional que sabe que existen ese hambre, esas enfermedades, esa falta de agua y esas muertes, pero que continúa gastándose su dinero en celebrar el fútbol.

Como bien se ha dicho, Sudáfrica cuenta con los recursos para llevar a cabo un evento así y, aunque recupera la inversión, tiene el enorme problema de la desigualdad en el reparto de la riqueza. La situación de África no da espera. Es diariamente que mueren y sufren millones de personas.

Miremos algunas cifras: Sudáfrica invirtió 1.642 millones de dólares en la construcción de cinco estadios nuevos y en la remodelación de cinco que ya existían. Se ha dicho que estos estadios servirán para que se practiquen el fútbol y el rugby, así como para eventos religiosos y musicales, y, en algunos casos, para albergar a parte de la población si se presenta una emergencia. Pero ya se han unido varias voces para calificarlos de elefantes blancos, es decir, de lugares enormes y costosos que no tendrán el uso suficiente y que serán casi imposibles de sostener.

Un ejemplo diciente es el de Corea y Japón, países con recursos muy diferentes a los de la nación africana, en donde los estadios construidos para el mundial hoy están siendo demolidos por insostenibles y con el fin de utilizar esos espacios en algo más útil y menos costoso de mantener. Duele. Duele porque el dinero que costaron podría haber salvado un número importante de vidas y mejorado las condiciones de muchas otras.

Les menciono algunos ejemplos de los estadios de Sudáfrica: el Soccer City de Johannesburgo tiene capacidad para 95.000 personas, el Ellis Park de la misma ciudad puede albergar 62.000 personas, el M. Mabhida de Durban -que se construyó desde cero- está hecho para recibir a 70.000 personas, el N. Mandela de Port Elizabeth -también nuevo- tiene una capacidad de 48.400 personas, el Peter Mokaba de Polokwane -nuevo- puede albergar 45.000 personas en esta ciudad de solo 500.000 habitantes…Y así, continúa con los demás estadios. El mantenimiento no será nada fácil y, muy posiblemente, se tendrá que recurrir a lo que se está haciendo en Corea y en Japón ya que, para que los estadios sean sostenibles, estos tienen que llenarse al menos doce veces al mes.

Además de los estadios, se invirtieron 650 millones de dólares en infraestructura pública como rutas y parques, y se gastaron grandes sumas de dinero en los espectáculos de inauguración y clausura que, hay que decirlo, fueron hermosos y emocionantes.

El mundial dejó a Sudáfrica en alto frente a los ojos del mundo. Pero no todo lo que se vio representa exactamente la realidad del país: los limosneros y vendedores ambulantes que se vieron en las calles durante el mes del mundial son solo una pequeña parte de los que se ven normalmente; además, muchas ONG se quejaron ante la ONU de los asentamientos ilegales que fueron levantados de áreas que necesitaban limpiar para facilitar el acceso a los estadios.

No se trata de aguar la fiesta de nadie ni de restarles valor a eventos internacionales tan importantes y emocionantes que fortalecen el deporte y unen al mundo en una misma celebración; es solo que resulta un poco frío e inhumano dejar de poner alimento y agua potable en la mesa de alguien y dejar de entregarle el medicamento que le permitirá vivir solo por disfrutar de unos partidos de fútbol jugados en estadios modernos e imponentes desde la lejana comodidad de una cama caliente, un restaurante, un bar…

Me pregunto, ¿Será posible que algún día decidamos mirar primero lo importante?

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