Me acerqué, cansada y un poco perdida.

Ella, parada en una esquina, sacaba una bolsa de basura con lentitud y la mirada baja, automáticamente y sin ningún afán, como el que siente que ya ni el tiempo ni nada más importa.

La saludé, sin preguntar todavía lo que iba a preguntar, para que alzara su mirada y así encontrarme con sus ojos. Quería mirarlos y ofrecerle una sonrisa porque la veía absolutamente sola en ese mundo extraño que la rodeaba. En ese mundo extraterrestre que rodea a los latinos que están fuera de su tierra, haciéndolos sentir como que estuvieran en otro planeta, en donde nadie sabe quiénes son ni de dónde vienen, en donde nadie comprende sus raíces ni su realidad, así como me he sentido yo misma últimamente en varias ocasiones en un salón de clases en la universidad, rodeada de algunos compañeros y profesores españoles que, sorprendentemente, parecen no tener la más remota idea ni de quién soy ni de dónde vengo. Por momentos me he sentido como un extraterrestre rodeada de seres humanos (¿o al revés?).

Le tomó unos segundos darse cuenta de que sí, era a ella a quien yo saludaba. Casi sin levantar la mirada se volteó hacia mí, igual de lenta y automáticamente, como sabiendo que tenía que responder a lo que le preguntara pero sin ganas de chocarse con una mirada que no la viera. Le pregunté por un sitio que necesitaba encontrar y me señaló con la mano y con dos palabras desprovistas de una frase. Me quedé ahí para tomarme el tiempo de darle las gracias y sonreírle, quería conseguir una mirada suya. Levantó un poco su cabeza y me miró; le dije que gracias y me conecté con sus ojos. Ella, incrédula y sin tiempo de sonreír, hizo un viaje de ida y vuelta a su propio mundo en unos segundos. Yo lo sé. Lo sentí.

Después me alejé y la dejé abandonada en ese otro planeta tan poco apto para su especie. Me alejé con el vacío de la impotencia, con la complicidad latina y con el dolor de la realidad.

Días después, lloré.

 

*Me parece pertinente aclarar que no todos los españoles -ni todos mis compañeros- con los que me he encontrado son humanos frente a mi condición de extraterrestre -o al contrario-, pero sí me he chocado con una realidad sorprendente en un país con un nivel de desarrollo como lo es España: una ignorancia y un racismo inaceptables y absurdos en pleno siglo XXI. Un ejemplo: esta semana un profesor de Oriente Medio de origen palestino -un extraterrestre (o humano) como yo con el que me conecté de inmediato- nos explicaba algo sobre que no es posible convertirse al judaísmo. Una alumna española de origen alemán lo contradijo explicándole que tenía una amiga que se había convertido al judaísmo para poderse casar con un judío, a lo que él respondió que se trataría de una especie de judía de segunda categoría. Y la respuesta de nuestra querida compañera fue, entre risas irónicas y en un salón de clase en el que hay dos brasileros, una mexicana y una colombiana: «¡Ah! ¡Pues sí, y era mexicana, o sea que de segunda categoría sí era!» Creo que no hay mucho que agregar. Si esas son las personas educadas, no quiero ni imaginarme la vida que deben llevar quienes intentan sobrevivir aquí.

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