Hoy, con la intervención militar de la comunidad internacional en Libia como contexto, me pregunto por qué -sin esperar respuesta, como ya es costumbre- nuestros dirigentes parecen tan escandalizados y hacen uso de «todos los medios» -que cuestan millones de dólares- para salir en rescate de un grupo de seres humanos que son atacados por su gobierno, pero nunca, como es escandalosamente evidente, han pensado en salir en rescate con todo su poder, recursos y posibilidades, de millones de personas que pasan sus días sin comida ni abrigo ni medicinas, olvidados absolutamente por una humanidad demasiado ocupada en sus burocracias y sus modas.

Así mismo, la opinión pública reclama a sus dirigentes hacer algo para evitar baños de sangre en manos de dictadores -solo algunas veces, una vergonzosa minoría de las veces-, pero no parece estar muy interesada en reclamarles que eviten el círculo eterno de las muertes más indignas y silenciosas que pudren a nuestro planeta.
Ese ya es paisaje conocido y su sangre está demasiado seca para brillar, roja como les gusta, frente a las cámaras y sobre el papel, en donde se ven mejor las imágenes de líderes hipócritas que, mientras deciden desde sus despachos bombardear para llevar a cabo el rescate de turno -nunca el más importante-, solo están pensando en las próximas elecciones.
Porque es así: partiendo de la triste pero evidente verdad de que los líderes de hoy no actúan por el bien de sus pueblos, es aún más patético que así estos declaren guerras motivadas por el petróleo, ni siquiera les importe realmente el petróleo, sino el que ese petróleo tenga efectos mágicos sobre poblaciones que van a votar: es decir, es más importante el giro de las carreras políticas de un puñado de hombres que la dignidad de la vida -la vida misma- de una mayoría dolorosa de seres humanos enfermos, con estómagos vacíos y fríos crónicos que se han olvidado de la posibilidad de pensar en un mañana.
Vaya mundo. ¡Oh, humanidad!
www.catalinafrancor.com