En esta sociedad enferma de violencia, polarización y odios en la que los extremistas, todos, pretenden tener la razón y se insultan para demostrarlo, me he encontrado con un debate bien curioso y triste: esa extrema derecha que tilda de izquierdista a todo aquel que manifiesta que los derechos humanos son importantes y deben respetarse, que los fines no justifican los medios y que la forma de acabar con un conflicto como el de Colombia no es asesinando hasta el último guerrillero, como defienden ellos (porque, argumento de los erróneamente tildados de «izquierdistas», si no se ataca la raíz del conflicto, seguirán naciendo más y más personas dispuestas a combatir con violencia las injusticias y la vida no digna de sus familias, y a encontrarse con las tentaciones de la vida fácil que les ofrece el narcotráfico), esa extrema derecha afirma que los millones de campesinos y civiles inocentes que han sido masacrados, asesinados, desaparecidos y desplazados de sus tierras son víctimas que «se tenían que sacrificar» en medio de esta guerra para poder ganarla. En ese caso, para ellos los derechos humanos no deberían existir: son cosa de izquierdistas. Pero ahora resulta que, con el ánimo de buscarle alguna solución a un conflicto que a veces pareciera no tener solución por su complejidad, es decir, con el ánimo de, de alguna manera, «ganar la guerra», surgen proyectos que tienen que contemplar -aunque a ningún colombiano nos guste porque nos han dolido la sangre y las lágrimas derramadas- algunas medidas más suaves para perdonar delitos atroces e intentar reconciliar a una sociedad herida casi mortalmente, es decir, medidas que, de cierta forma, no estarían haciéndoles la justicia que todos -o algunos- quisiéramos a las violaciones de los derechos humanos, y ahí sale esa extrema derecha a defender esos derechos humanos que les importan un rábano, sin mencionar esas palabras -que no los vayan a tildar de izquierdistas-, sino, simplemente, insultando al gobierno y diciéndole «marica» porque aquí nada se debe negociar ni perdonar, aquí solo se puede asesinar a los asesinos. Y así esperan ganar la guerra estas tristes almas. Tal vez no conciban el concepto de reconciliación ni conozcan casos históricos como el de Sudáfrica. Tal vez no entiendan que, cuando una guerra ha llegado tan lejos, cuando son tantos los crímenes, tantos los criminales y tantas las víctimas, la justicia contiene un gran pedazo amargo que debemos tragarnos llamado perdón, y la posibilidad de cometer errores comparables a los que se pretende juzgar y de avivar aún más la violencia tratando de castigar «justamente» hasta el último crimen es bastante alta, además de poder alargar esa guerra hasta casi otorgarle la eternidad.
Ahí vamos, queriendo lograr la paz a través de la guerra, enloquecidos con un extremismo que no nos deja ver las raíces de la violencia, las únicas que, entendiéndolas y atacándolas, nos permitirían intentar inyectarle soluciones a esta sociedad sangrante para que la herida no llegue a su punto mortal.
Ojalá nos uniéramos para enfrentarnos al trago amargo -eso sería de valientes, no de «maricas»-, a ver si por fin llega el postre merecido de la paz para nuestra amada y dolorosa Colombia.
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