Se nos acercó un hombre en la calle y el ambiente se llenó de tristeza. Sin mucha fuerza en su voz ni insistencia alguna, nos ofreció un papelito negro pequeño y nos explicó que eran unas agujas. Yo cogí unas monedas, que no eran prácticamente nada, y se las entregué en silencio. Él levantó la mirada, nos entregó el papelito negro y nos dijo:
Hoy voy a orar por ustedes. Son las únicas personas que me han hablado aquí.
Tragué con dolor y le pedí que se quedara con sus agujas, a lo que él me respondió:
Se lo ruego que las guarde. Yo no estoy para pedir limosna. ¿Usted conoce un pueblito que se llama La Unión? -Le respondí que sí- Yo vengo de allá. Mi hija tiene Síndrome de Down y yo estoy tratando de conseguirle sus medicinas. Pero hoy, más que nada, necesitaba hablar, que alguien me mirara y me hablara. No se imaginan el dolor que tiene mi hija, el dolor que se siente. Hoy voy a orar por ustedes.
Con gran esfuerzo, para que me salieran las palabras, le dije que yo también pediría por su hija, mientras me alejaba de él.
Cogí el papelito negro, para aferrarme a algo, y lo examiné: en la parte de adelante tenía un papel rojo pegado en el que decía «Hand sewing needles. Made in China». Lo desdoblé con mucho cuidado y en su interior, muy bien envueltas entre un pedacito de papel aluminio, como un pequeño tesoro, estaban las agujas. Unas agujas especiales, agujas para sobrevivir.
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