Estas palabras debería leerlas cada ser humano. Aplican a todo, están vigentes en cualquier momento. Y si permitimos que sigan estando vigentes, entonces habremos firmado la inviabilidad de la humanidad.
«En el piso de abajo están los heridos en el vientre, en la columna vertebral, en la cabeza y los amputados de dos miembros. En el ala derecha están los heridos en los maxilares, los enfermos de gases o los que han recibido tiros en la nariz, las orejas y la garganta. En el ala izquierda los ciegos, los heridos en el pulmón, en la pelvis, en las articulaciones, en los riñones, en los testículos y en el estómago. Aquí uno se da cuenta de en cuántos lugares puede ser herido un hombre.
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No puede comprenderse que encima de unos cuerpos tan destrozados se sostengan todavía rostros humanos en los que la vida siga su curso cotidiano. Y este es tan solo uno de los innumerables centros sanitarios, es un solo hospital. Los hay a miles en Alemania; a miles en Francia; a miles en Rusia. ¡Qué inútil debe ser todo lo que se ha escrito, hecho o pensado en el mundo, cuando todavía es posible una cosa así! Forzosamente, todo ha de ser mentira e insignificancia cuando la cultura de miles de años no ha podido impedir que se derramaran estos torrentes de sangre ni que existieran esas cárceles del dolor y el sufrimiento. Tan solo el hospital da un auténtico testimonio de lo que es la guerra.
Soy joven, tengo veinte años, pero no conozco de la vida más que la desesperación y la muerte, la angustia y el tránsito de una existencia llena de la más estúpida superficialidad a un abismo de dolor. Veo que los pueblos son lanzados los unos contra los otros, y se matan sin rechistar, sin saber nada, locamente, dócilmente, inocentemente. Veo cómo los más ilustres cerebros inventan armas y frases para hacer posible todo esto durante más tiempo y con mayor refinamiento. Y como yo, lo ven todos los hombres de mi edad, aquí y entre los otros, en todo el mundo; conmigo lo está viviendo toda mi generación. ¿Qué harán nuestros padres si un día nos levantamos y les exigimos cuentas? ¿Qué esperan de nosotros cuando la guerra haya terminado? Durante años enteros, nuestra ocupación ha sido matar; ha sido el primer oficio de nuestra vida. Nuestro conocimiento de la vida se reduce a la muerte. ¿Qué puede, pues, suceder después de esto? ¿Qué podrán hacer de nosotros?»
Sin novedad en el frente – Erich Maria Remarque.