Yo ya siento un poquito de este cambio que significa la paz. He leído otro tono en las palabras de varias personas que antes criticaban este proceso con todas sus fuerzas –y con violencia verbal– y que ahora ven algo de luz, quieren intentarlo, incapaces de ser indiferentes ante un momento tan decisivo y emocionante.

Ese cambio de actitud, no de todos, pero al menos de algunos, muestra cómo ese símbolo enorme de decir que Colombia empieza la etapa de la paz –¡que ya no van a existir Las Farc!– nos une como parte del proyecto y el sueño más importantes en la historia del país, y nos hace sentir que negarlo o luchar contra ello sería demasiado absurdo, demasiado inhumano, que no es hora de mirar para atrás o de poner más obstáculos.

No ha sido, no es y no será fácil, pero empieza el camino de la paz porque sencillamente no hay otro, a no ser que queramos seguir siendo el país de la guerrilla, de la sangre, de los desaparecidos, de las minas, de los secuestros, de las venganzas y de la violencia como recurso para todo. El hecho de mirarnos de frente con unos señores que nos han hecho tanto daño y decirles que los perdonamos, que somos todos seres humanos capaces de reflexionar y ceder para mejorar y para construir un cambio fundamental, nos hace un país más maduro, más moderno, más esperanzador, nos hace viables.

Dejando a un lado los egos políticos que tanto han eclipsado las verdaderas prioridades del país y tanto daño le han hecho a la sociedad colombiana en medio de un proceso que parecía imposible, pienso que hoy, con estas ganas de llorar que se sienten, cada uno debe hacerse consciente de su propia responsabilidad para que la transformación de los colombianos sea estructural en cuanto a la forma de ver la vida.

Me parece esencial que cada padre y cada madre se sienten con sus hijos y les expliquen lo que está pasando de la forma más positiva que puedan: les expliquen que la violencia no es jamás la vía de solución; que son afortunados pues siendo niños les está tocando vivir el primer paso de la paz de su país; que el universo les ha puesto una tarea inmensa como constructores del futuro de Colombia, como los primeros que crecerán entendiendo que Colombia somos todos, reaccionando distinto, aceptando la diferencia, concibiendo la vida de una forma incluyente, priorizando la educación, poniéndose en los zapatos del otro, dándole la mano al que la tiene más difícil.

Yo, si algún día tengo hijos, me sentaré a explicarles desde el fondo de mi corazón que la paz empieza por no burlarse de otro niño en el colegio y por sentarse con él si es otro el que se burla; por valorar los actos humanos sobre las cosas materiales; por agradecerles siempre a las personas que nos sirven y nunca hacerlas sentir que están por debajo; por no negarle una sonrisa a nadie; por no dudar un solo segundo de que todos somos iguales y tenemos los mismos derechos, sin importar los colores ni las creencias ni los billetes en el bolsillo; por tratar a los animales y a la naturaleza con respeto y amor, pues no pueden decirnos con palabras lo que les duele, a pesar de que les duela tanto; por comprender, respetar y darles amor a las personas mayores, que seguramente sienten nostalgia de no tener la misma fuerza; por entender, finalmente, que el mundo tiene muchas situaciones injustas y dolorosas, que a algunos les toca luchar mucho más, que la persona que está en la calle necesita un aliento a través una sonrisa y un ‘muchas gracias’, que somos responsables de nuestros actos y que tenemos la obligación de actuar para construir la paz, desde las posibilidades de cada uno.

Yo les diría a los niños que están naciendo y creciendo hoy, que, entre muchas otras cosas, el universo los puso aquí como los niños de la paz.

@catalinafrancor

www.catalinafrancor.com