Asustado con su propio poder de decisión, el mundo vio en los últimos días la caída de la libra, el alza del dólar, el susto en la bolsa y las reuniones de los líderes europeos para definir cómo va a ser el proceso de ‘divorcio’ entre el Reino Unido y el proyecto de unión entre países más avanzado del mundo.

También ve ahora la rabia y el miedo de los jóvenes, que apoyaban mayoritariamente la permanencia en la Unión Europea y hoy sienten que los mayores decidieron su destino, quitándoles, entre muchas otras oportunidades, la de vivir y trabajar en otros 27 países de Europa, que es lo más visible para ellos porque tal vez no son del todo conscientes de las consecuencias económicas, sociales y políticas del triunfo del Brexit. Unos jóvenes que, a pesar de venir disfrutando de todos esos beneficios, y tal vez dándolos por sentados porque no conocen otra realidad ni pensaron que fuera posible ‘retroceder’, no salieron a votar.

Ve, igualmente, una abrumadora cantidad de votantes asustados y sintiéndose culpables en un amanecer oscuro que anunció que el ‘leave’ había ganado, convirtiendo en realidad la improbable alternativa de que el Reino Unido dejara de hacer parte del sueño europeo y llevando a muchos a preguntar si se podía hacer un segundo referéndum y a hacer búsquedas en Google como “¿qué es la Unión Europea?”, “consecuencias de dejar la Unión Europea”. Es decir, dieron su voto ante semejante situación pero no sabían qué era realmente la UE ni tenían idea de qué pasaría si votaban a favor del Brexit ni pensaron que en realidad pudiera pasar.

Un poco tarde para esas búsquedas en Google. Tremenda irresponsabilidad alentada por discursos agresivos como lo son casi todos los que buscan generar miedo en las poblaciones. Y lo lograron.

Pero es todavía peor. Después de aceptar lo que se tiene que asumir en una democracia, que puede ir, como en este caso, de la mano del miedo y el desprecio hacia los inmigrantes, se han producido escenas escalofriantes de xenofobia en distintos lugares de Inglaterra como la que contó un polaco que hacía una fila en la que un señor empezó a gritarles a todos preguntando quién era extranjero y diciendo que eso ya era Inglaterra y que tendrían que irse en menos de 48 horas, o la polaca que ya siente miedo de mandar a su hijo de 5 años al colegio en el que siempre se habían sentido tranquilos, o los carteles que amanecieron colgados en varias partes de una localidad a una hora de Londres y en los correos de casas de familias polacas:  «Dejad la UE/No más parásitos polacos».

Es verdaderamente espeluznante. Y es que esto es una muestra de que a veces pensamos que lo peor ha pasado, que el mundo entró ya hace décadas en una especie de statu-quo relativamente estable –al menos en lo que le importa a ‘Occidente’–, que ya no pasarán esas cosas innombrables que hacen parte de un pasado vergonzoso en el que también Europa fue villana, y que, de cierta forma y aunque me cueste incluso escribir esta idea, ‘el mundo civilizado’ ya sabe que no puede decirle de frente al diferente que no lo acepta. Ni puede acusarlo, violentarlo, matarlo. No de frente.

Pero ya vemos que todo es posible: que un demente como Donald Trump es candidato presidencial en Estados Unidos, que promover un muro en toda la frontera sur del país más poderoso –y más libre– del mundo puede ser causante de votaciones masivas, que se puede prohibir la entrada de una religión a ese mismo país, que se ahogan miles de personas en el mar porque en cualquier dirección se chocan con un muro, que una de las principales naciones y economías europeas se va de la UE porque no se la aguanta más, y que en esa Europa progresista que ha intentado alejarse de Hitler y de Mussolini como ha podido ahora no da vergüenza alabar los nacionalismos ni apoyar esos populismos que surgen ahora para aprovechar la abundancia de escandalizados frente a temas inmigratorios y demás.

Otra vez vemos un montón de gente que quiere sus países para ellos solos, para las razas superiores, para no contaminarse ni compartir lo que no toca. Y el triunfo del Brexit es un peligroso y triste impulso moral y simbólico para todas esas personas y movimientos que, por más ignorantes y descabellados que sean, hoy salen a gritar que han ganado, que hoy se empieza a desintegrar el proyecto europeo que ha mantenido la paz en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, que ahora se puede gritar a los extranjeros en la calle porque esa calle tiene nacionalidad.

@catalinafrancor

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