Para ir a la parte más humana y más práctica del triunfo del Señor T, hay que hablar del miedo y de la indiferencia. Del nuevo y sonoro triunfo del miedo de las poblaciones menos educadas, que se convierte en herramienta efectiva de poder para líderes populistas interesados simplemente en ganar y permanecer, a costa de lo que sea. El tercero de este tipo en lo que va del año, pero con varios otros en el ambiente que se pueden consolidar.
El miedo es peligrosísimo porque hace que las personas acepten lo que sea con tal de creer que todo va a mejorar. El miedo es el que hace que las sociedades hayan cedido en sus derechos a la libertad y a la privacidad, con tal de obtener “seguridad”. El miedo de la Alemania absolutamente debilitada ante el mundo después del Tratado de Versalles fue el que engrandeció a Hitler como líder poderoso y capaz de volver a convertir a ese país en el más fuerte, en la raza suprema, en el que no aceptaría a todos aquellos incómodos y menos buenos, y ya sabemos lo que pasó.
Entonces entra a jugar la indiferencia. Casi todos, por poco que se involucren en temas políticos, manifiestan hoy estar sorprendidos con el triunfo de un demente personaje de la televisión. Pero, también, muchos, en esa tendencia del ser humano a aferrarse a la normalidad, dicen que bueno, que tal vez no será tan grave, que nos demos cuenta de que el mundo siguió normal, de que las acciones no han caído, de que “no ha pasado nada”, como si el hecho de que el Señor T haya ganado significara que en ese preciso instante iba a explotar una bomba atómica o, de lo contrario, no ha pasado nada.
Hay muchos preocupados solo por su más cercano alrededor. Con plena seguridad esos no son el inmigrante latino –o de cualquier otra parte– que lleva décadas partiéndose el lomo en el país de las oportunidades, luchando por ser reconocido como un ser humano con derechos, pero teniendo al menos la certeza de vivir en la súper democracia en la que un tirano xenófobo jamás podría subirse al poder. Son ellos solo algunos de los que se despiertan hoy con ese panorama escalofriante sobre la nuca.
Nos tenemos que preocupar, claro que sí. Me decía alguien, con cariño y con la intención de darme ánimos en este estado de estupefacción y tristeza mío, que debíamos estar agradecidos porque nos ha tocado una vida muy buena, que nuestros abuelos vivieron guerras mundiales y un mundo muy difícil, que no pasaría nada. Y le decía yo que sí, que claro que agradecía la buena vida que me tocó, pero que sintiera un poco lo que pasaba hoy, con millones de inmigrantes a la deriva sin una esquina de mundo para dormir con los ojos cerrados; con una Siria demencial que continúa destrozando día a día y año tras año todo resto de humanidad ante el silencio generalizado; con una Rusia amenazante que ha vuelto a apoderarse de territorios ajenos frente a una comunidad internacional que ya no tiene la más remota idea de qué hacer para no desencadenar esa tercera guerra mundial con nombre propio.
Sobre todo, nos acercamos a Ella cuando los triunfos que estamos haciendo posibles a través de la democracia van en el sentido de dividirnos, de volver a calificar de menos a los diferentes, de tenernos miedo, de no confiar en la cercanía de nadie. Justamente, al final de la Segunda Guerra Mundial se crearon las Naciones Unidas para que los estados pertenecieran a un mismo grupo, tuvieran ciertas reglas, para tener un mundo más unido y menos propenso a la autodestrucción. Más tarde se creó también la Unión Europea entre países que un día lo habían dado todo para destruirse mutuamente y ahora tendrían una interdependencia económica y una integración progresiva en distintos ámbitos, de manera que no quisieran –o no pudieran– hacerse daño.
Y ahora el Reino Unido vota para salirse de la Unión Europea con una cantidades de votantes que ni siquiera sabían qué era eso; en Colombia se vota no a un proceso de paz bajo un montón de argumentos y mentiras indescriptibles del líder de la mano dura; y en el país más poderoso del mundo se le da el liderazgo a un aislacionista que quiere mirarse el ombligo y “make America great again”, es decir, que solo sean ellos –o él–, que no se ensucien con lo que no les concierne, que si el mundo se muere de hambre o de tristeza, o si llega la Tercera, aquí no ha pasado nada.