Yo, a diferencia de quienes prefieren la comodidad de la anestesia permanente, agradezco los indignados.

Una vez, hace algunos años, un escritor a quien admiro y valoro profundamente, me dijo unas palabras bonitas sobre mis escritos, entre ellas, que se alegraba de encontrar ese sentimiento de indignación, la única forma de lucha contra la indiferencia.

También, a veces, cuando descubre el desconsuelo en mi mirada por situaciones percibidas como remotas, pero que a mí no me dejan dormir, mi mamá me dice que no puedo cargar con el peso del mundo.

Así duela, así implique más esfuerzo y así les estorbe a tantos, tenemos que indignarnos para convertirnos en seres humanos proactivos, dolientes, sensibles, compasivos, seres humanos que tomen acción desde sus posibilidades. Los indignados han cambiado la historia. Una sociedad indiferente es una sociedad sin esperanza.

Nada más fácil que prestarles atención solo a las cosas bonitas, sobre todo cuando las malas no nos tocan de cerca. Lo bueno es cómodo y muy popular, pero lo que duele hace un equilibrio bien importante. Es decir, en un mundo complicado, la belleza, la magia y lo positivo son un consuelo maravilloso que nunca debemos dejar de lado, pero eso no puede implicar olvidar o ignorar la contraparte.

Así mismo, con las posibilidades de comunicación de hoy, esa indignación hay que compartirla, hay que contar esas historias para alcanzar a otros que no tendrían cómo más sentirlas. La sensibilidad que generemos nos hará más humanos, creará lazos fundamentales, producirá ideas y permitirá construir una mejor sociedad.

Ojalá las nuevas generaciones sean curiosas, aprendan a indignarse frente a su entorno y a entender que si son afortunadas, con más razón deben compadecerse de los que no lo son e incluir dentro de sus sueños y proyectos formas creativas de generar sensibilidad y oportunidad.

Así que le agradezco en el alma a ese escritor el haberme expresado el valor que le daba a mi dolor frente al mundo, que comparto a través de historias que me llegan al alma, y a mi mamá que me ayude a levantarme cuando toco fondo, para seguir cargando a mi manera con el peso que pueda, sin desfallecer en el intento pero sin renunciar a la humanidad que me hace la persona que soy. Sin distanciarme de lo que me rodea, esté lejos o cerca.

Y le agradezco al universo, también, por cada uno de los indignados que, desde su percepción de la vida, nos sensibilizan para erradicar el peor de nuestros males: la indiferencia.

Casi siempre cuando las historias duelen, cuando contienen esa mezcla única de belleza y tristeza, son reveladoras: nos ayudan a comprender algo nuevo de nosotros mismos y del universo que habitamos.

Y es que yo vivo maravillada con cada detalle de este universo, será por eso que me duele.

@catalinafrancor

www.catalinafrancor.com